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Tiene el cuerpo, sus manos, plagado de puntadas. Son las marcas de los colmillos de su manada. Ser líder, como los televisivos César Millán o Borja Caponni, conlleva sus riesgos. Ganarse la confianza, la autoridad, de perros tan poderosos como 'Chico', un imponente mestizo atigrado ... con vetas de Chow chow y American Staffordshire, cuesta. Hay desencuentros. «Lo rescataron de un tejado. Cuando llegó aquí era todo agresividad, con las personas y con otros perros, era imposible manejarlo», explica su guía y educador. Después de meses de trabajo, la que era una auténtica fiera está en preadopción. Ya tiene una familia. Un triunfo.
Hoy se deja poner la correa con docilidad, atiende a las órdenes básicas sin rechistar, es cariñoso y juguetón y hace caso omiso a las provocaciones de sus congéneres, a los que antes se hubiera comido vivos. Héctor Sierra no puede disimular su satisfacción mientras su pupilo le mira con ojos golosos a la espera de un trozo de salchicha de Frankfurt, merecida recompensa por su disciplina y dedicación. «Un perro no es un adorno, no es bueno ni malo, malas podemos ser las personas, que conocemos diferencias éticas; si tú le das lo mejor de ti, él te lo devuelve con creces», acota seguro.
Este adiestrador vallisoletano trabaja desde hace un año en el centro canino municipal. Su labor: rehabilitar a los animales más conflictivos y traumados. Prepararlos para su segunda oportunidad. La buena. «Que no tengan que volver nunca por aquí, eso pretendemos», explica el profesional. Este servicio de integración canina, puesto en marcha por la Concejalía de Seguridad y Salud, ha permitido que unos veinte perros, la gran mayoría enteros o con cruce de razas potencialmente peligrosas, encuentren un hogar.
Lo tuvieron, sí, pero la irresponsabilidad, desinformación o desidia de sus dueños les dejaron tirados, abandonados a su suerte. Y es que en la perrera se ve lo peor de la condición humana. Animales que vivieron atados durante años, ejemplares malnutridos, apaleados o maleados para sacar su vena más 'violenta'... Un desastre. Muescas graves que desestabilizan el carácter y el comportamiento.
Pero la esperanza es lo último que se pierde. Que se lo digan a 'Yuri', una pastor alemán canela, y a 'Torno', un independiente mestizo con una potente boca de presa. En breve, esta pareja, ya talludita y que se ha socializado en compañía mutua bajo la supervisión del instructor, viajará a una finca al norte de España para vivir como merece. Otra gran noticia. Hasta siempre.
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La labor de reinserción de Héctor empieza en los cheniles de los todavía desahuciados. «Trabajo mucho con juguetes. Están mucho tiempo encerrados y son perros muy potentes, con una gran carga de energía, necesitan ejercicio», explica. Una especie de cojines de dura goma, de los que tienen que sacar comida con esfuerzo por una ranura, o unas poleas con 'huesos' trenzados de piel de vacuno, de los que estiran con todas sus fuerzas, son herramientas muy útiles para desbravar, para rebajarles su entusiasmo natural. A partir de ahí, comienza el acercamiento dentro de la jaula y en el exterior. «La mayoría han sufrido mucho, son desconfiados». Despacio, con premios y también con firmeza controlada, Héctor empieza a entablar la relación. Primero, una simple caricia a distancia, le sigue la aproximación evitando retar al animal, ponerle el lazo en el cuello con suavidad para pasar luego a la correa con mosquetón o al arnés... Primeros paseos juntos... El proceso dura semanas, meses en algunos casos. «Cuando logras que te vea como su guía, como el alfa, que se suele decir, todo se acelera», desgrana. Es en ese momento, en el que el ejemplar reconoce al tutor y humilla ante su autoridad, cuando ya se puede empezar la instrucción para órdenes del día a día: ven, quieto, no, 'sit'... Con mimo siempre, pero con determinación, también. Son perros. No olvidarse.
Pit-bull, American Stafford o Rottweiler son razas comunes en este módulo de la perrera. Fortísimos ejemplares, condenados sin culpa y mal vistos por su aspecto 'macarra'. Gran parte de ellos fueron adquiridos por sus expropietarios como si de un guardaespaldas se tratara, como una especie de arma viva para demostrar no se sabe qué. Pero la mascota se les encasquilló al no saber manejarla y la sacaron fuera de sus vidas. Sin remilgos.
Su salida del centro se complica, además, por su clasificación como 'potencialmente peligrosos' –en la capital hay censados 1.344 sobre un padrón canino total de 37.177 ejemplares–, lo que obliga al adoptante a contar con certificado de penales limpio, informe psicológico y un seguro específico. Aún así, hay familias generosas dispuestas a darles una vida mejor, ya con el carácter más dulcificado y esterilizados, una 'castración' que en el caso de los machos ayuda también a reducir la impulsividad frente a otros.
Héctor no solo reconduce a los más malotes o díscolos. Ahora se esfuerza para que 'Elena', una galga negra, pierda su miedosa timidez. A ello le ayuda 'Luna', una hembra cruzada de Beagle que es todo cariño y alegría. Un ejemplo, vamos. La rehabilitación canina tiene muchas patas. Tantas como sufrimientos o abandonos. «Un perro tiene una vida media de 15 a 17 años, tenemos que tener claro que es una gran responsabilidad», insiste este apasionado profesional. En este centro municipal, con sacrificio cero, Héctor Sierra es hoy –el nuevo contrato está en licitación– el líder de esta manada. Así se lo reconocen a diario sus integrantes con cientos de ladridos que reclaman su atención y rabos de izquierda a derecha con los que ellos y ellas agradecen una dedicación de la que están disfrutando y aprendiendo por primera vez. Intuyen, seguro, que ahí fuera hay una vida mejor de la que les tocó en suerte. Una familia para regalarle lo mejor de ellos.
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