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«La verdad, yo no creo mucho en eso», dice Sinesio Fernández (Villaornate, León, 1941), cuando se le pide un truco, un conjuro, un abracadabra ... con forma de deseo. «No confío mucho yo en la magia, pero hombre, si hay que pedir, pidamos que esto del coronavirus pase pronto». Y entonces, coge en las manos una de las muchas varitas que él mismo ha fabricado, dibuja un par de círculos en el aire y pronuncia en voz alta las palabras que su nieta Raquel (12 años) le acaba de chivar.
«Expecto Patronum».
«Wingardium Leviosa».
«Petrificus Totalus».
Sinesio es algo así como el Ollivander de Valladolid, ese personaje de la saga 'Harry Potter' que atiende un taller donde convierte trocitos de madera en poderosas varitas mágicas. Su almacén no está –como en los libros o las películas– en el sorprendente callejón Diagon, sino en un trastero de La Rondilla. Allí, Sinesio guarda un arsenal de varitas, una inmensa colección de cachavas y bastones, un sinfín de herramientas con las que con paciencia talla su pasión. Colgados de las paredes, junto a un banco de trabajo, hay un manojo de destornilladores, mil botes llenos de clavos, de tuercas, de arandelas, las sierras y las lijas, cuatro tipos de barniz.
«Siempre he tenido afición por hacer este tipo de cosas», cuenta. De pequeño, fabricaba cajas y casitas de madera. «Mis padres, y antes mis abuelos, tenían una fragua y un taller de reparación de maquinaria agrícola en el pueblo». Allí aprendió Sinesio a manejar las manos con destreza. En 1969 puso rumbo a Valladolid. Se convirtió en uno de tantos castellanos y leoneses que abandonaron el medio rural para buscar mejor fortuna en la ciudad.
«Estuve unos meses trabajando en Intrame, en la carretera de Villabáñez». Al poco tiempo consiguió un contrato en Renault. En Carrocerías. Allí estuvo 29 años. Con 57 y cinco hijas se jubiló. Y había que buscarse nuevas aficiones para llenar tanto tiempo libre. No dejó al principio de lado su gran pasión por el frontón y la pelota a mano. Llegó a estar federado. Compitió en torneos nacionales con equipos de Logroño, Zaragoza, el País Vasco, Pamplona («esos eran muy buenos»). Y, para domesticar el aburrimiento, comenzó a fabricar pelotas de frontón. El problema, dice, es que son muy laboriosas, demasiado entretenidas, con una labor extremadamente minuciosa.
Así que, se pasó al trabajo con la madera. «A mí siempre me ha gustado pasear. Me iba por el Ribera de Castilla, por el canal, y si veía un palo que me gustaba, lo cogía y andaba con él. Y luego, pues a lo mejor lo tallaba un poco, hacía alguna pijada. A partir de ahí, comenzó a perfeccionar el trabajo y a hacer auténticas virguerías. Bastones tallados, labrados, con mil detalles y miniaturas. Con las ramas de olmo o de pino que encontraba en el suelo durante sus caminatas. Con los recortes de carpintería que le dejaban unos amigos con taller. «Los corto a sierra y los trabajo a mano». Ha fabricado más de 300. En casa guarda 125 bastones y diez cachavas. El resto, los ha regalado. «No he cobrado ni uno». A los amigos y familiares. Muchos de ellos, personalizados, como esos con la alineación completa del equipo que ganó la Champions para unos familiares hinchas del Real Madrid.
Y en esto que llegó su nieta Raquel con una petición: «Abuelo, ¿por qué no me haces una varita de Harry Potter?». Raquel, con 12 años, es una auténtica fanática de la saga. «Empecé a los 7 años. Mis padres me dijeron que viera la película y a mí no me apetecía mucho. Era más de dibujos animados. Pero ahora me encanta». Ha visitado el parque temático y allí descubrió artesanos profesionales que en vivo fabricaban varitas. Y no ve Raquel mucha diferencia con las que hace su abuelo. Los nietos sacan de Internet los distintos modelos y le hacen encargos. La varita de Luna, la de Viktor Krum, la de Ginny Weasley, la de Hermione. Más de sesenta diseños distintos ha esculpido Sinesio, con colecciones especiales para cada uno de sus nueve nietos. «El señor Harry Potter hará lo que quiera, no sé cómo las fabricarán ellos, yo hago lo que me parece. Y muchas no son copias, sino con diseños inventados», dice. ¿Favoritas? «No sé. Desde luego, las que se rompen cuando ya están casi terminadas, no. Da mucha rabia. Aunque si alguna no está saliendo como me gustaría, no pasa nada por romperla y volver a empezar», dice el gran aliado de Harry Potter en La Rondilla.
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