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Ha tenido algunos pretendientes, pero con ninguno de ellos la relación llegó a prosperar. Su ubicación en el espléndido parque de Villa de Prado, junto a las Cortes regionales, y su marcada personalidad arquitectónica llevaron a que algunas administraciones y entidades se fijaran en ella ... y en su entorno como sede. Sin embargo, todo quedó en flirteos. Trece años después de que su propietaria, la Diputación de Valladolid, anunciara que la Granja José Antonio se convertiría en una sala-museo para exponer el patrimonio artístico de la institución (más de 700 piezas), el inmueble ya tiene destino definitivo. Los operarios han comenzado la puesta al día de la antigua escuela de capacitación agraria –mil metros cuadrados útiles en dos plantas– para convertirla en un atractivo escaparate en el que dar a conocer los productos alimentarios de la provincia. Pasado y futuro coincidirán en la que fuera una finca para enseñar el oficio a futuros labradores y ganaderos.
Una inversión de 187.228 euros y un plazo de ejecución de cuatro meses servirán para poner en servicio este complejo, que abrirá sus puertas tras el verano –en principio de forma intermitente– para acoger eventos, catas y promociones relacionados con el vino y la gastronomía. La marca Alimentos de Valladolid, que agrupa a 253 empresas entre productores, distribuidores y establecimientos hosteleros, mostrará en este espacio su oferta y celebrará en él encuentros sobre las 855 referencias que se comercializan bajo esta figura local de calidad.
«El edificio está casi en perfectas condiciones, pero hay que darle un lavado de cara», explica el vicepresidente de la Diputación, Víctor Alonso, convencido de las posibilidades de este enclave, que se pretende utilizar también para actos institucionales de la provincia. La construcción de aseos, la conexión a las redes de abastecimiento y saneamiento, la actualización de los ascensores y de los sistemas de iluminación o la pintura interior y exterior –sus blancas fachadas son diana continua de los garabatos de grafiteros poco artistas– son, entre otros, los trabajos que se están llevando a cabo para resucitar este elemento protegido de estilo afrancesado, cuya seña de identidad son las dos torres cilíndricas, que originalmente acogieron los silos, y su cubierta de lajas de pizarra y forma amansardada. La previsión, cuando concluya la obra, es elaborar un calendario anual de citas enológicas y gastronómicas tanto para profesionales como abiertas al público en general.
Alonso destaca que la buena acogida del Q-BO, el colorido edificio situado frente a la fachada principal de la granja y que durante tres años se ha dedicado a la promoción de bebidas y alimentos de la aldea vallisoletana, ha llevado a tomar la decisión. «En el último encuentro no hubo espacio para todas las empresas que querían participar», argumenta el vicepresidente. Con la apertura de la granja se ampliará considerablemente la capacidad. Matizan en la Diputación que esta iniciativa «no pretende centralizar la actividad de la marca en la ciudad, sino ser complementaria».
«Queremos que la gente siga yendo a nuestros pueblos», señala Alonso, quien, no obstante, reconoce que es en el entorno de la capital donde se concentra la mayoría de los clientes y donde mayor efecto, en forma de compras y conocimiento, puede tener su promoción. Su situación la convierte, además, en un lugar accesible, con posibilidades para acudir en familia al ubicarse en un entorno verde y con, por el momento y a pesar del importante desarrollo residencial que está viviendo el barrio de Villa de Prado en los últimos años, posibilidades para aparcar sin demasiadas complicaciones.
Facilitar el trabajo al sector en la provincia. Con este objetivo la Diputación de Valladolid ha ampliado las funciones del Q-BO, el inmueble de mil metros cuadrados que se sitúa frente a la granja y cuya apertura en 2018 le costó 95.000 euros a la institución para ponerlo al día. Estas instalaciones, destinadas en principio a promocionar los productos agroalimentarios locales, hacen hoy la labor de pequeño centro logístico y de distribución. Se busca evitar los desplazamientos continuos entre los centros de producción, ubicados principalmente en el medio rural, y la capital, principal foco de compra, reparto y consumo de las referencias que ofrece esta marca. El marchamo impulsado por la Administración que gestiona Conrado Íscar establece una estrategia de promoción y diferenciación de los productos amparados por él y que van desde el vino a las legumbres pasando por los quesos, la miel, el aceite de oliva o las carnes, entre otros. Todos ellos con el sello de calidad de Valladolid.
El estado actual del inmueble podría definirse como de seminuevo. De hecho, nunca se ha utilizado tras la rehabilitación que se llevó a cabo entre 1994 y 2007 por parte de los 240 alumnos de las cinco escuelas taller que participaron en su reforma, planteada por Roberto Valle. La planta de calle tiene forma de cruz, mientras que el piso superior presenta una cubierta que se asemeja al casco de madera de un barco, pero invertido.
Se inauguró en 1950 a raíz del convenio firmado en 1942 entre el Instituto Nacional de Colonización y la Diputación Provincial de Valladolid. El proyecto fue elaborado por los arquitectos Constantino Candeira Pérez y Jesús Ayuso Tejerizo. En su diseño participó también ingeniero agrónomo Antonio Bermejo, quien compuso un completo complejo con vaquería, pocilgas o estercolero, entre otros lugares de trabajo. Todo lo necesario para su función educativa. Del carácter formativo dio paso a su uso administrativo como sede de la institución provincial hasta que esta se trasladó al Palacio de Pimentel.
El próximo otoño sumará su tercer uso como centro ferial de un sector, el agroalimentario, por el que ha apostado su Administración propietaria y que en Valladolid se ve como una rama de actividad con mucho futuro y que podría sustituir al monocultivo del automóvil.
De hecho, el Ayuntamiento está trabajando en la creación de un parque de transformación y distribución de estos productos junto a los nuevos talleres de Renfe en el Páramo de San Isidro. Ya cuenta con el apoyo de la empresa pública Mercasa, que agrupa las instalaciones centrales de abastos de 24 ciudades, y de Vitartis, el clúster de firmas del sector a nivel regional.
La idea es mantener las dos plantas diáfanas. No está previsto su amueblamiento, ya que el espacio se plantea como un lugar de exposición, reuniones, mercados y catas por lo que se quieren evitar condicionantes a la hora de celebrar este tipo de eventos. Así, se apostará por el uso de mobiliario de quita y pon, adaptado a las necesidades de cada cita enológica o gastronómica. El vicepresidente de la Diputación no cierra la puerta tampoco a poder ceder las instalaciones para acoger otro tipo de reuniones o celebraciones, una posibilidad que se analizaría dependiendo de la actividad y la disponibilidad de este reconocible y bello edificio.
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