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Una mujer contempla uno de los paneles de la exposición, en la sala de narrativa de la biblioteca. josé c. castillo

De las gachas a los chapines: una exposición repasa cómo se vivía en Castilla hace 500 años

La muestra de paneles sobre la época comunera puede visitarse hasta finales de septiembre en la Biblioteca de Castilla y León, en la plaza de la Trinidad

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 29 de agosto 2021, 13:28

Por ejemplo, la vestimenta. «La imagen que nos ha llegado es la de ropajes tristes, mantos grises y marrones, desharrapados casi. Y no, no, también vestían con colores llamativos», explica el historiador Francisco Javier Vela Santamaría, responsable de los textos que acompañan a las ... ilustraciones de Óscar del Amo en la exposición 'La vida en la época comunera 1492-1530', una muestra que hasta finales de septiembre –en la Biblioteca de Castilla y León, plaza de la Trinidad– permite escudriñar en la letra pequeña de la Castilla de hace 500 años.

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«¿Cómo era la vida de la gente común, su economía, qué problemas tenían?», eran las preguntas que Vela quiso responder cuando comenzó a investigar. No ha sido labor sencilla, porque la mayor parte de los escritos se fijan más en las batallas que en las peleas cotidianas del día a día. Pero hay documentos impagables, como 'Trachtenbuch', el libro de los vestidos que el alemán Christoph Weiditz ilustró después de viajar por España entre 1528 y 1529. A partir de ahí y de otras fuentes históricas se ha ensamblado esta exposición de carteles sobre la vida de las ramas antiguas de nuestro árbol genealógico.

«En torno al año 1500, había un millón de familias en la Corona de Castilla (incluido el recién conquistado Reino de Granada)», cuenta Vela en la muestra. Esto supone cerca de cuatro millones de personas, que debían lidiar con una corta esperanza de vida. La mortandad era altísima (uno de cada cinco bebés no llegaba al año; otro 20% moría antes de cumplir los siete). Alcanzar los 50 en buen estado de salud era una proeza. Las enfermedades pulmonares eran una amenaza constante en los meses de invierno. En verano acechaban los males gastrointestinales y las epidemias.

Los matrimonios (acordados entre familias, porque la mayoría de edad se alcanzaba a los 25) llegaban habitualmente cuando ellos tenían entre 22 y 24 años. Ellas, uno menos. Eso, si los contrayentes no se habían casado antes, porque en un alto porcentaje de matrimonios, alguno de los dos era viudo (debido a esa baja esperanza de vida).

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A partir de ahí, se iniciaba una sucesión de embarazos (cada dos o tres años)hasta que la mujer cumplía 40. «Entonces era la edad en la que se dejaba de tener hijos y ahora, en muchos casos, es a la que llegan», cuenta Vela, quien, sin embargo, subraya que hay otras cuestiones que no han cambiado tanto en estos 500 años. O al menos, que no habían variado hasta mediados del siglo pasado.

El éxodo rural, la industrialización y la mecanización agraria han sido vitales en la transformación social. Pero hasta los años 60 del siglo XX, había cuestiones que remitían directamente a aquella época comunera. «Muchas personas hemos visto arar, trillar, ir a la fuente a por agua o lavar...». «Los lavaderos eran un espacio típico de sociabilidad femenina, como los mercados o filandones. Ellos, en las tabernas o casas de juego», se subraya en la exposición, donde se recuerda que «el derecho castellano, siguiendo la tradición romana, respaldaba la autoridad del varón cabeza de familia. Los sistema de herencia, como el mayorazgo, primaban al heredero varón, pero no excluían a las mujeres».

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Así pasean a caballo seguido de sus mujeres en Valladolid, grabado del 'Trachtenbuch'. Fundación joaquín díaz

A los siete años, los hijos que no eran necesarios para la economía familiar eran puestos a aprender un oficio (ellos) o a servir (ellas). Lo habitual era que el aprendiz llegara al taller de su maestro en torno a los 12 años. En muchos casos, se quedaba también a vivir en su casa (lo que favorecía luego las uniones matrimoniales). Después de cinco o seis años, pasaban a ser oficiales y recibían una retribución. Y una vez superado el examen reglado, recibían el título de maestro, lo que les permitía (si tenían posibles)montar su propio taller. «Cada oficio tenía unas ordenanzas para garantizar la calidad del producto y facilitar su venta. Además, los miembros del mismo oficio solían asociarse en cofradías religiosas que funcionaban a veces como sociedades de socorros mutuos».

La gran base social era la agricultura. El terreno de las aldeas castellanas se repartía entre el área cultivada (terrazgo, de uso particular) y el resto (comunales). En los comunales, cada vecino podía tener pastando determinado número de ovejas (habitualmente churras)o bueyes. Los cultivos más comunes eran el trigo y el centeno (también cebada para alimentar mulas y caballos), y las vides. Esos cereales eran clave para la alimentación (en forma de pan, pasta y gachas), siempre y cuando no llegara una mala cosecha, lo que provocaba «hambrunas que solían coincidir con epidemias de tifus o peste bubónica». Para freír, aceite y tocino.La carne (y sus variedades)eran signo de distinción para los poderosos.

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Así van las mujeres aa la calle y a la iglesia en el reino de Castilla, grabado del 'Trachtenbuch'. Fundación joaquiín díaz

También la ropa (además de abrigo) era indicativo de estatus. Los varones solían usar calzas enteras desde la punta de los pies a la cintura (aunque ya entonces había ejemplos del uso de calzón hasta la rodilla y medias, algo que se impondrá posteriormente). Luego llevaban camisa y jubón con faldillas hasta medio muslo. Por encima, tabardos y gabanes como ropa de abrigo. En la cabeza, capuchones y sombreros de paja en el campo y bonetes y gorras en la ciudad. Ellas usaban sobre la camisa faldillas y corpiños, y encima, la saya. Para cubrirse, mantos. Y chapines de alta suela. «Fíjate tú en las plataformas de hoy», dice Vela. Mientras que en el medio rural eran habituales abarcas, alpargatas y zuecos, en las ciudades se veían zapatos de punta cuadrada o botas de montar. La nobleza se distinguía por las pieles, las sedas y paños de importación.

Dentro de la nobleza había dos categorías. Unos pocos –los señores– presumían de títulos de condes, marqueses o duques, con lo que gobernaban un territorio, cobraban impuestos a sus súbditos y percibían rentas de sus tierras. El resto eran hidalgos: tenían que trabajar como los plebeyos, aunque contaban con privilegios. Solo podían ser juzgados por otros nobles (salvo en temas religiosos), no pagaban impuestos directos y no podían ser encarcelados por deudas. Además, si eran acusados de un delito, nada de torturas hasta confesar. Y si condenados a muerte, solo podían ser degollados.

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«Los primeros centros calificados de ciudades fueron las residencias episcopales. La concentración de los diezmos cobrados por obispos y cabildos captaba a constructores y artesanos. Y la presencia de bienes y servicios atraía a los rentistas, con lo que la demanda de alojamiento, alimentación y vestido animaba a cubrirla con más comerciantes, artesanos y personal de servicios», cuenta Vela, quien recuerda que en la época proliferaron las ferias, con un sistema de crédito para las grandes compras en torno a la letra de cambio.

Además, en los años iniciales de los Reyes Católicos hubo además dos fenómenos cruciales para la cultura: la instalación de la imprenta en varias localidades (el impreso más antiguo que se conserva es de Segovia 1472) y la publicación de la 'Gramática castellana' de Nebrija (1492). La imprenta fue vital para «fijar la literatura oral, generalmente anónima e inmensamente popular». El teatro, surgido en las representaciones sacras de las iglesias, fueron un habitual foco de diversión, unido a los juegos de cañas (entre los nobles)y el valor frente al toro (de los plebeyos), con otros juegos populares de habilidad (como los bolos).

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