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«¡Hola, Guadalupe!, ¿qué tal estás?», preguntan María Palomino y Silvia Pascual a la mujer que, rodeada de bolsas del súper, con un carrito de la compra como armario, un cigarrillo en la boca, ligera cazadora de piel, ve pasar la mañana en este banco ... del Paseo de Zorrilla que ahora, en este momento, es su única casa y hogar. «Bien, bien», responde Guadalupe. «¿Y vosotras? ¿Qué tal estáis vosotras?»
Guadalupe –que llegó a Valladolid desde Zamora, que a veces cuenta que estuvo casada, que tuvo una hija– es una de las catorce mujeres y treinta hombres que reciben de forma cotidiana la visita de Silvia y de María, de Enrique e Isabel, trabajadores de Fundación Intras y responsables de un programa de acompañamiento a personas sin techo y con enfermedad mental. En esta situación de «especial vulnerabilidad» se encuentran en torno al 35% de quienes viven a la intemperie en Valladolid. «Hay una alta presencia de enfermedad mental entre las personas que están en situación de calle», evidencia Teresa Orihuela, directora técnica de Intras, quien apunta que esta circunstancia puede ser «a la vez causa y consecuencia».
«Vivir en la calle mata. Los efectos físicos y psicológicos son tremendos. Se pierde peso y fuerza, se rompen vínculos con el entorno, se cortan las relaciones con la habitual red social. Y aunque no se tenga una enfermedad mental de base, el impacto psicológico es muy fuerte: se abandonan hábitos, rutinas...», añade Orihuela, quien hace cuatro años planteó al Ayuntamiento la necesidad de este programa, complementario con los recursos ya existentes. El objetivo es lograr que salgan de la calle, que consigan un hogar, que acudan a la red sanitaria para tratar su enfermedad.
El reloj de este furgón gris en el que se trasladan los profesionales de Intras acaba de dar las diez en una soleada mañana de noviembre. María conduce despacio por la avenida de Santander. Su mirada rastrea los bancos junto a la parroquia de San José Obrero, se mete después por las calles de San Pedro Regalado. Busca a una mujer de 56 años a quien suele encontrar a diario por aquí. «Hay que ponerse en su piel, imaginar dónde estarías tú si vivieras en la calle, porque lo habitual es que estés en parques, en zonas sotechadas...».
El primer paso de su intervención es la búsqueda y detección de las personas indomiciliadas. El equipo recorre la ciudad a diario (en coche, pero sobre todo a pie, en ocasiones en bici). Hacen rutas de lunes a sábado. También por la noche. «El verano nos dificulta mucho el trabajo, porque todo el mundo sale a caminar, se sienta en cualquier sitio. En invierno, a partir de las diez de la noche, en un día laborable, si encuentras a una persona en un banco, por la calle, lo más seguro es que sea alguien sin hogar», añade María.
Una vez localizadas esas personas, conocidas más o menos sus rutinas (por dónde se mueven, a qué horas suelen ir), el equipo se prepara para una nueva fase: el vínculo. «Nos acercamos poco a poco, queremos que nos acepten. No podemos meternos de lleno en su casa. Y su casa es la calle. Hay que conseguir que nos vean como alguien cercano y cotidiano», explica Silvia, responsable del programa. Comienzan con un saludo. «Las personas sin hogar están muy invisibilizadas. La gente pasa por delante de ellas sin mirarlas. Si pasearas por la ciudad fijándote un poco, seguro que verías más de las que crees», apunta María.
Así que, los trabajadores de Intras se acercan con esa idea de crear un vínculo. Y no siempre es fácil. Hay que romper la barrera de la desconfianza. «Por ejemplo, puede servir al principio que no sientan que estás ahí para ayudarles, sino que son ellos quienes te ayudan a ti. Les puedes preguntar por una dirección, por un recurso, si te pueden prestar un segundo una bolsa», cuentan. Es una vía para entrar en una vida. Y si hay suerte, acompañarles, visitarles a menudo, que reconozcan a los trabajadores de Intras como compañeros a los que se les puede pedir un favor. «Hay que conocer su ritmo, saber lo que demandan. A lo mejor para nosotras lo prioritario sería que accedieran a los recursos sanitarios, pero sus necesidades pueden ir por otro lado». Atender esas primeras peticiones es un camino para lograr el éxito después. Pero, en ocasiones, es una expedición muy larga. Como el viaje con Guadalupe, que dura ya tres años.
–Entonces, ¿estás bien, Guadalupe, necesitas algo?
–Agua, a lo mejor.Sí, un poco de agua. Servilletas. Y un bocadillo.
–¿Un bocadillo?¿Galletas no?
–Sí, mejor galletas. Y un poco de leche.
Antes de llegar al paseo de Zorrilla, la ruta de María y Silvia les ha llevado por la desembocadura del Esgueva. Esperan encontrarse allí con una mujer. «Tiene un delirio muy grande. Es difícil que acuda a recursos como el albergue o el comedor, porque el barrio le da el soporte vital que ella precisa: comida. Duerme en una caseta que se ha hecho con ramas», cuentan. Acceder a estos recursos más habituales no siempre es fácil para las personas con enfermedad mental. Las mujeres tampoco lo tienen más sencillo. «Ellas agotan todas las posibilidades antes de terminar en la calle. Trabajan más sus recursos, sus redes familiares. Porque, para las mujeres, la calle es más peligrosa: se dan situaciones de violencia, maltrato, abusos».
Después de la detección, vínculo y acompañamiento, el gran salto es alcanzar la autonomía:una vivienda, una habitación, un techo, el seguimiento de un tratamiento, el adiós a una vida a la intemperie.
En 2018, la Fundación Intras estrenó el programa 'Housing first', cuya intervención comienza con el que hasta ahora era siempre el paso final en otro tipo de acompañamientos. Aquí, lo primero es la vivienda. El Ayuntamiento colabora con cuatro pisos que son ocupados por otras tantas personas hasta entonces sin hogar. Viven de forma individual. Abandonan la calle y, lo primero, es la vivienda. «Desde ahí se empiezan a trabajar el resto de las áreas: sanidad, educación, empleo». Orihuela destaca el éxito de este programa, con mayores índices de inserción allá donde se ha implantado. También en Valladolid.
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La última memoria anual del Ayuntamiento de Valladolid recoge que los servicios municipales atendieron a 752 personas indomiciliadas y transeúntes en el servicio de primera acogida. De ellos, 290 nacionales y comunitarios, 462 inmigrantes. El albergue acogió 21.273 pernoctaciones el año pasado. El servicio de comedor sirvió 29.110 comidas y 22.257 cenas. La pandemia ha agravado la situación de estas personas. El Consistorio abrió en primavera un albergue para minimizar la exposición de los indomiciliados al coronavirus. Pero no todos accedieron a instalarse allí. Los hay que continuaron en la calle. Donde no vale el confinamiento. Ni el toque de queda. «Hemos trabajado repartiendo mascarillas, ofreciendo información», explica Orihuela, quien insiste en que la situación se complica cuando la persona atendida tiene una enfermedad mental. Ahí, Intras trabaja para conseguir un cobijo (físico o simbólico) para ellos, para personas como Guadalupe, que se despide desde su trinchera de bolsas en el Paseo de Zorrilla.
–Bueno, Guadalupe, mañana entonces nos vemos, otra vez ¿vale?
–Vale, guapa. Un beso.
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