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A comienzos de septiembre, en el Real de la Feria y el paraje de Caño Hondo se ofrecen dosis de alivio a la resaca vacacional veraniega. El sol declina, el atardecer se acorta y en el horizonte del calendario las fiestas de la Virgen de ... San Lorenzo animan la clausura de un tiempo que nos devuelve a la realidad del horario laboral o estudiantil. Época también de nuevos propósitos en el inicio de curso, los calores se atemperan y por la noche miles de personas salen a contemplar los fuegos artificiales disparados desde el paraje de Caño Hondo, en esos días valle de ilusiones de pólvora y colores vivos, mientras cerca gira la noria y el lejano jolgorio metálico de coches de choque y carruseles se bate en el aire con la cansina canción del verano, gritos de las atracciones de vértigo y la cháchara de vendedores de tómbola pregonando suertes casi siempre esquivas.
De todo ello tiene trazas el óleo de Gemma Suárez. De tiempo detenido, de fogonazos estampados contra la negrura de la noche, de pintura lenta, como a ella le gusta abordar sus obras, que casi siempre se resiste a dar por acabadas. «Suelo retocar pensando qué más se puede aportar a la escena, a veces hay que dejar que pase el tiempo para perderle respeto al cuadro», cuenta la pintora, impactada aquel día de ferias por los destellos de los fuegos artificiales en la tierra, sugiriéndole «resonancias de Rembrandt, Caravaggio, tenebrismo y atmósfera antigua».
Licenciada en Ciencias Químicas, Gemma Suárez (Valdepiélago, León, 1971) sentía desde niña la pulsión por el dibujo, aunque no comenzó a pintar al óleo de forma continuada hasta 2012 tras prepararse en academias y cursos intensivos. Es miembro de la Unión Artística Vallisoletana y ha participado en exposiciones individuales y colectivas en centros cívicos, espacios creativos y certámenes y ha hecho del paisaje y el retrato su especialidad.
Estas sesiones nocturnas tienen público fiel, arracimado en las laderas de Parquesol, del Cerro de las Contiendas, de los alrededores del estadio Zorrilla y la Feria, de pie, sentados, algunos tumbados en mantas, con mantel, bocadillos y cerveza, en pareja, en solitario, con familias, amigos... Todos buscando belleza y embelesamiento, un lapso de tiempo en el que se aparcan preocupaciones y desazones, donde el 'ohh' admirativo deja paso a la contemplación silenciosa, al paréntesis del consuelo antes de que el final de la traca nos devuelva a la noche sin aditivos. De vuelta a casa, con las farolas encendidas, penden en el recuerdo las filigranas de chispazos tan desparramados como nuestra memoria.
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La composición del cielo combina varios tipos de azules, amarillo, magentas y carmines para que haya un degradado suave de arriba a abajo y de izquierda a derecha con la idea de dar calidez y temperatura al cuadro. «Que el color del cielo sea muy oscuro no implica que no existan multitud de colores en él», arguye Gemma Suárez.
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Entre el espacio de los destellos de humo los fuegos se ha realizado esfumados con los dedos para dar la sensación de estallido. Los bordes de la pintura se funden con la base muy suavemente.
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Los fuegos de trayectoria ascendente son el contrapunto a la horizontalidad de las tierras. Se sugiere a su vez un movimiento estructurado en secuencias de tiempo, desde su ascensión y estallido al apagado.
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El recorrido visual se inicia con el fuerte contraste de los blancos con cielo, continúa con las tierras del primer plano para concluir con la luz de la feria y la escena difuminada en la noche. La entrada al cuadro sucede desde la esquina inferior derecha hasta el lugar donde está la mecha del cohete en el suelo.
5
En las diferentes gamas de blanco de los fuegos artificiales la pintora ha añadido matices en magenta, naranja y verde en pequeñas proporciones.
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