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¿Quién es Braulio Monroy? ¿Quién es ese hombre que todos los años recorre 3.000 kilómetros para abrazar a su madre? ¿Quién es ese tipo que lucha contra los robos, los secuestros, la corrupción en la frontera entre México y Estados Unidos? Su rostro puede verse estos días (hasta el 30 de mayo) en el centro cívico Canal de Castilla, convertido en protagonista del proyecto periodístico de Demian Chávez (Querétaro de Arteaga, México 1975), quien con su cámara de fotos ha documentado una historia de esperanza que nació en la cicatriz de Norteamérica.
¿Quién es Braulio Monroy? ¿Quién es ese hombre empeñado en luchar contra la inmigración ilegal? ¿Quién es ese tipo que organiza caravanas de seguridad para atravesar la frontera sin la amenaza de las mafias, los cárteles, los asesinos a sueldo?
«Braulio es un mexicano que, como tantos, tuvo que salir de su pueblo, El Pocito, para buscarse un futuro en Estados Unidos», cuenta Demian. En realidad, el volante de aquel viaje lo llevaba el padre de Braulio, un temporero cuyo sueldo dependía de las fluctuantes campañas agrícolas y que se llevó a sus hijos a vivir un sueño americano que tantas veces termina en pesadilla. «El cien por cien de los mexicanos tiene al menos un familiar migrante», dice Demian, quien hace tan solo unos meses fue consciente de que también su padre («ausente durante gran parte del año») pasaba al otro lado de la frontera, en California, gran parte del tiempo que estaba fuera de casa, cuando Demian aún no había nacido, cuando tenía unos pocos años de edad. «En mi ciudad es difícil encontrar un hogar donde alguno de sus miembros no se ha haya ido al otro lado. Con todo lo que eso supone. Se suele decir que la riqueza de México procede del petróleo (es el undécimo exportador mundial), el turismo y las remesas que envían a sus familias los emigrantes». «El problema es que este balance no incluye todo lo que el país pierde con la fuga de talento, de trabajadores que saltan a Estados Unidos», dice Chávez.
Uno de esos jóvenes fue Braulio, quien después de conocer de cerca las penurias que sufrió su padre, decidió tomar cartas en el asunto. Se abrió camino en Michigan con la creación de una empresa que se encarga de facilitar a los empleadores que necesitan mano de obra regularizada, los trabajadores necesarios para la labor en el campo. Hoy emplea a 4.500 personas en la cosecha de flores y manzanas.
Braulio, todos los años, viaja de regreso a México, en vacaciones, para abrazar a su madre. «A su llegada, le espera una capilla familiar dedicada a Santo Toribio, patrono de los migrantes», cuenta Chávez. Quizá porque, una vez en el destino, hay que agradecer que se ha superado con éxito un viaje que muchas veces está cargado de peligros.
Como él, decenas de miles de personas atraviesan cada año la frontera entre Laredo (EE UU) y Nuevo Laredo (México), ciudades atravesadas por el río Bravo. «Es una especie de embudo donde van a parar los migrantes que llegan de varios estados y que por ahí atraviesan al otro país». Los delincuentes lo saben y por eso han convertido este paso en un peligroso lugar. Sobre todo, porque también son conscientes de que todos esos mexicanos que regresan a sus países lo suelen hacer con dólares en su equipaje, con dinero que llevan a sus familias en México. «Así, es habitual el asedio de los cárteles, los robos, las extorsiones, incluso los secuestros para hacerse con ese dinero. En la frontera afilan sus garras la corrupción, la extorsión y el medio. Y en ocasiones ahí también están implicados agentes aduaneros y policías, que caen en las redes de la corrupción». Cuenta Chávez que esto comenzó sobre todo durante el sexenio de Felipe Calderón, cuando empezó la guerra contra el narco y la frontera se convirtió en un lugar de fácil asalto.
Ante esta situación, Braulio promovió una caravana de vehículos de emigrantes mexicanos que viajaban juntos para protegerse unos a otros. «La primera vez, hace quince años, fueron treinta familias en 40 camionetas. Hoy ya son más de 9.000 personas, todo un fenómeno que implica a la Cruz Roja, Protección Civil, la policía y los bomberos de ambas ciudades. Y ahí es más difícil que los bandidos extiendan sus garras. «Cuando me enteré de esta historia, hace unos años, propuse en mi periódico que teníamos que viajar allí para hacer una cobertura. Al principio mis jefes no estaban muy convencidos. Era el año 2010. El país estaba pendiente de Diego Fernández de Cevallos 'Jefe Diego', un abogado y político, candidato a la presidencia, que fue secuestrado durante siete largos meses. «En el periódico tenían preparada la cobertura por si llegaba la liberación, pero yo insistí en que había una historia muy importante en la frontera». Demian los convenció. Viajó hasta allí. Y parte de ese trabajo fotográfico puede verse ahora en Valladolid.
¿Qué es una buena foto?, le preguntan a Demian. Y Demian responde: «Que tenga una historia detrás, una narrativa. Por eso yo hago muy pocas fotos de paisaje. Me interesan las personas y lo que les ocurre». De ahí este trabajo de Braulio, la caravana y este abrazo de los tres mil kilómetros. De ahí series como esa que dedica a mujeres que han superado un cáncer de mama. O también 'Ojos cerrados', una colección de retratos donde los protagonistas posan ante la cámara con los párpados caídos, la mirada escondida. «Es una forma de poner al retratado en una situación vulnerable, en la que se despoja de su disfraz. Ahí hay políticos, activistas, empresarios, gente de la calle. Y todos se muestran igual, en un gesto (el de los ojos cerrados) en el que muestran su verdadera alma», asegura Chávez.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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