Secciones
Servicios
Destacamos
En los buenos tiempos hay que reír. En los malos, que buscar la carcajada. Si no es posible, que sea al menos la sonrisa. No valen los recatos en los primeros ni las excusas en los segundos. No sirven las disculpas cuando las cosas van bien ni los lamentos cuando todo podría ser mejor. Aspirar a la risa, cultivar el humor, dejar que te haga cosquillas la vida, es una actitud sana, tal vez la mejor posible, para no vernos contaminados por las corrientes de desánimo y desazón.
Hay que reír, que provocar los buenos ratos, que desechar los malos rollos, reivindica Pablo Carbonell, desde el instante mismo en el que (con la banda sonora de Titanic) sale al escenario de la Plaza Mayor al grito de: 'Ha llegado el chatarrero'. Y a partir de ahí, receta su medicina irreverente. Son sus canciones pildoritas surrealistas, jarabes de provocación, pastillas delirantes para combatir los síntomas de lo políticamente correcto y la crispación. En tiempos de ofendiditos, alabados los Toreros Muertos. En plena cultura de la cancelación, benditos sean Carbonell y su 'troupe'.
Está su trayectoria tan consolidada, su nombre es hoy tan conocido y común, que no caemos en que quizás, a lo mejor, de haber surgido hoy su propuesta, hubiera tenido que lidiar con las hordas antipática de las redes, con los inquisidores del Twitter, los aguafiestas del pajarito azul. ¿Toreros muertos? ¿Pero cómo? ¿Y ese ataque gratuito? ¡Cancelados! Cuando pían los falsos agraviados es cuando con más ahínco hay que defender el ingenio y la libertad de sus canciones, sus letras grotescas y absurdas, sus ecos de la movida, su ramalazo punk.
Eso sí, tienen que gustarte. Echa mano Carbonell (con su corbata, sus espasmos y calambres, sus ojos de mapache, su bombín rojo de fofito) de un sinfín de cachivaches para ponerle choteo a la noche: bocinas, trompetillas, maracas, carracas, matasuegras, castañuelas, campanillas, platillos... todo vale siempre y cuando se toque al compás. Porque en medio de este aparente caos, se intuye una medidísima escaleta en la que cada broma, cada gag, cada aparente improvisación está estudiada.
Dedican el concierto a Bécquer y al Servicio Municipal de Limpieza antes de interpretar 'La bicicleta estática', canción con la que honran «a uno de los objetos más inútiles de nuestras casas». «Hagan el favor de usar la bicicleta estática y así dejan ustedes de molestar a los conductores y de usar nuestras carreteras. Si quieren dar pedales, se quedan en casa», bromea tan serio Carbonell. Y a continuación le sigue 'El kalimotxo de mamá', un divertimento con aires de 'brit pop' que parece pensado para quienes este año se han quedado huérfanos de Moreras. «Esta noche tengo botellón y oigo a mi madre gritar: 'En la nevera tienes el kalimotxo, no te lo vayas a olvidar. Nadie prepara el kalimotxo como lo hace mi mamá'.
Y a partir de ahí, enlaza 'Pilar' con 'Mi amigo Manolito' (canción de mensaje LGTBI), mezcla 'Yo no me llamo Javier' con ecos de samba y recurre a los ritmos cañís de un pasodoble para 'La siesta' (que canta con los requiebros de Serrat) o ese himno planetario que dicen les han encargado ahora que 'La Internacional' se ha quedado en canción comarcal: «Mi patria es tu cadera y mi cielo está en tu pelo. Tu ropa es mi bandera, esparcida por el suelo».
Después de 'Siete novias Elenas' («a esta canción le hacen falta unos arreglitos, pero a quién no) y de 'Hoy es domingo', le llega el turno a ese boomerang que es 'Mi agüita amarilla'. Los Toreros Muertos son un antídoto de cachondeo frente a todo aquello que te perturba, te inquieta, te atormenta. Su concierto es un tratamiento breve contra los malos humos a base de canciones descreídas, surrealistas, que no se toman a sí mismas demasiado en serio pero están llenas de ingenio, paradojas, dobles sentidos, corrientes de libertad. Vienen cargaditas como el primer cubata, como grupo de amigas que salen del Primark. Hasta arriba de burlas, provocación y guasa en estos tiempos aspaventeros, de ofensitas fingidas que quieren censura, cuando tan necesaria -como nunca, más que siempre- se hace la risa y la carcajada.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.