Tiene algo extraño esto de los dj's. Uno siente, y tal vez esté equivocado, que hay más riesgo en la música en directo, con el acorde siempre al borde del precipicio, la letra que puede olvidarse, la nota despeinada cuando no se atina con ... la afinación. Uno piensa que hay más nervio en el mástil de una guitarra que en los botones de una mesa de mezclas, más brío en el teclado que en el tinglado, más verdad en una voz a capella que en una regleta a medio subir.
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Es, apenas, una idea pasajera que se cruza por la mente en esta noche en la que los dj conquistan de nuevo el principal escenario de ferias. Después de unos años sin comparecer, los pinchas vuelven a la Plaza Mayor. Y lo hacen por partida triple, con Brian Cross de avanzadilla, el belga Yves V después y luego (en un orden alterado respecto al anuncio inicial) Nervo, gemelas australianas que ponen hasta al conde Ansúrez a bailar en esta verbena dj.
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Está esta noche la plaza rejuvenecida, como si se le acabara de quitar a la vida el papel de regalo. Con miles de chavales que hasta hace poco entraban por la puerta pequeña del Imaginarium y que ahora imaginan veladas perfectas como esta que acaba de empezar, con su promesa de cachi y electricidad. Arranca Brian Cross a los mandos para anunciar que el 1 de octubre se retira de las cabinas y que esta es su última actuación, aquí en Valladolid, «la ciudad que mejor representa a España», dice con el modo tribunero on. «Los artistas sin vosotros no somos nada», apunta antes de poner el 'Quédate' de Quevedo, tal vez como si se dirigiera una súplica a sí mismo después que anunciar que se va.
Empieza a arrojar una sucesión de canciones recortadas, tuneadas, mejoradas, recalentadas y el público se transforma en paraguas gigante que recoge el chaparrón de estribillos. Viene la juventud arracimada, en grupos que no se distinguen por la camiseta de colores, como en las fiestas de los pueblos, sino por la bolsa que comparten para el botellón. Aparcan los hielos y botes en un puñado de baldosas y ahí, como si fuera una fogata de campamento, se preparan para ver la noche pasar.
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En un concierto en vivo se escucha más que se habla. En una sesión dj, es más habitual ver a los colegas charlar, comentar la jugada, reír con todos los dientes, abrazarse para intercambiar sudor. Juntan hombros, acercan bocas a orejas, se gastan bromas («no te creo, tío»), se regalan carcajadas mientras ahí arriba, el dj pone la banda sonora a este mogollón como de chúndara sin pasodoble. Eso sí, de vez en cuando el pincha reclama atención para empezar con el subidón. Acelera los bajos, aumenta el volumen, mete a veces un efecto como de helicóptero inquieto, duplica velocidades, lleva el ritmo al límite y entonces, deja todo en vilo durante un inmenso segundo hasta que («are you reeeadyyyy?») rompe la canción.
Es la señal para que paren las risas, las charletas y complicidades, para que la gente toda, sin excepción, se olvide de hielos y colegas para levantar las manos y subrayar cada 'beat' de la canción. Si hay suerte, esa hojarasca de estribillos se puede silbar y 'lololear'. Y así durante un minuto, tal vez un poco más. Después, el frenesí se apacigua, los brazos se bajan, una mano vuelve al vaso, la otra al móvil, y el dj sigue a lo suyo, con sus trenzados rítmicos, su techno, su sesión.
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La noche se acelera con Yves V, un dj belga que le pega pellizcos a la mesa de mezclas para inyectar sacudidas de energía al público, preparado siempre para el 'y un poquito más'. Ocurre con lo que te gusta, con lo que disfrutas, con lo que te arregla un mal día. Nunca hay suficiente para lo bueno y en ferias siempre hay ganas de más. Puede que haya un momento en el que te sientas cansado, hastiado, de resaca y con mal cuerpo… pero a una fiesta siempre se vuelve, a la alegría no hay que darle la espalda, sino recibirla con los brazos abiertos. O en alto («put your hands up!»), como hacen tantos jóvenes pucelanos en esta noche de ritmos apresurados y luces tartamudas.
La velada se vuelve frenética cuando Olivia y Miriam salen, arropadas por unos 'visuals' coloristas, las 23:48 a la Plaza Mayor. «Hola, Valladolid, somos Nervo», dicen en castellano mientras suena 'The way we see the world', el himno de Tomorrowland en 2011. Y Pucela al borde de un ataque de Nervo (alguien tenía que escribirlo). Las gemelas australianas llegan con su fama planetaria y un catálogo de ritmos para no desfallecer. Dice el programa de fiestas que con ellas y con Yves V ha querido Valladolid adoptar por una noche los excesos y riquezas de Tomorrowland (eeee oooo), ese festival belga que es la Disneylandia del techno, sin princesitas pero con pinchas. Ylo de esta noche con Nervo es una locura, una orgía de decibelios, un atracón de vitalidad en el regreso de los dj's a la Plaza Mayor.
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