Ver 30 fotos

De Justo entra a matar con el estoque hasta la bola. Alberto Mingueza
Fiestas de la Virgen de San Lorenzo

Emilio de Justo, con cinco orejas, y Victorino Martín ofrecen una corrida intensa

La cumbre de la tarde se alcanzó con el tercer albaserrada, toro de bravura y clase en la embestida, al que se le premió con una merecida vuelta al ruedo

Sábado, 7 de septiembre 2024, 22:33

Para situar como corresponde la tarde de ayer en el ruedo vallisoletano cabe renunciar, prima facie, a adjetivos como histórica o apoteósica. E, igualmente, no cabe encajarla como una corrida más. Fue lo suficientemente interesante, e intensa, como para obtener jugosas conclusiones en un análisis ... preliminar. La primera, que Emilio de Justo y Victorino Martín son dos marcas que se alimentan recíprocamente, que su anuncio en exclusiva en un cartel supone un atípico e impropio mano a mano. Y que, como todo lo que alimenta, también hay que saber concretar la dosis justa para evitar efectos contraindicados.

Publicidad

Los datos de la tarde

  • Plaza: Valladolid, 7 de septiembre. Cuarta corrida del abono.

  • Toreros: Emilio de Justo, como único espada. (Leve petición, dos orejas, una oreja, aplausos, dos orejas y ovación). Sobresalientes: Álvaro de la Calle y Fernández Pineda.

  • Ganadería: Victorino Martín. Bien presentados en general. Destacó por su bravura y calidad el tercer toro, cinqueño. Y por los problemas para su lidia el cuarto. El encierro completo mostró una notable movilidad.

  • Entrada: Algo más de tres cuartos del aforo.

La capacidad lidiadora del extremeño y el temperamento diverso de los toros de Victorino Martín fueron dos rasgos comunes a toda la corrida. Algo inevitable. Además, disculpen el parón a mitad de párrafo, quizá que todos los toros embistan con una claridad previsible podría ser el inicio de un maleficio para la vacada de la A coronada. Así las cosas, tanto el torero como los toros ofrecieron múltiples registros, y en todos ellos habitó una necesaria intensidad.

El desarrollo de la corrida mostró la homogénea determinación de Emilio de Justo y las variantes de temperamento y bravura de los astados de Victorino Martín. La cumbre, el momento en el que el sismógrafo emocional detectó el mayor pico de la tarde, sucedió con el tercer toro, Porteño, que con cinco años y medio ya había incluso pasado por los corrales de Las Ventas como sobrero.

Un astado con presencia, el de pelo más oscuro del encierro, al que Emilio de Justo toreó con verdad, determinación y pulso exquisito. Ofreció el cacereño, en la salida del toro, su versión de lidiador puro, en un toreo sustentado en las piernas, que, también, ofrece el carácter didáctico de ir enseñando al toro a embestir. A encelarse con los engaños. Tras un primer puyazo al uso, colocó largo De Justo al burel, que se arrancó con explosividad hacia el caballo. Ratificó una bravura, afianzada en una raza primigenia que desplegaría, con el carácter de una embestida tan humillada como enclasada, ante la muleta.

Publicidad

El torero lo veía claro y no dudó en brindar la faena al ganadero, que se encontraba en la primera fila del tendido 7. Conocedor de este hierro, el diestro ofrecía la muleta con la suavidad de un leve bamboleo de la tela, para enganchar embestidas que, conforme transcurrían las tandas, ganaban profundidad y humillación. Mando y consentimiento.

Al natural Emilio de Justo esculpió en el aire pases de belleza y emoción intensísimas

Con la derecha los muletazos brotaban con la frescura de un arroyo encastado, de agua cristalina, y al natural… al natural Emilio de Justo esculpió en el aire pases de belleza y emoción intensísimas. Con empaque, con verdad. Y con entrega.

Publicidad

Cual cariátide, el extremeño ejecutó los últimos muletazos ofreciendo el pecho, con frontalidad y a pies juntos. Sinceros. En la ejecución de la suerte suprema erró en el primer intento, para después enterrar el estoque desprendido. La oreja, única, premio proporcionado dado el fallo a espadas, tuvo un enorme valor, ajeno a las estadísticas.

Eso sí, al quinto, una faena más sorda, de menos brillantez estética, pero sustentada en el valor y la decisión, le recetó Emilio de Justo un soberbio estoconazo. Que tuvo, razonablemente, su peso, determinante, para que a su labor se le concedieran dos orejas. El animal tuvo la virtud de embestir con intensidad, enrazado, con una humillación que no era una rendición. Que exigía mando. Y lo tuvo. Dos naturales de factura excelente sobresalieron de la fase de muleta.

Publicidad

Bien armado, el segundo de la tarde permitió a Emilio de Justo cosechar otros dos apéndices. El animal, que no fue bravo, y que en más de una ocasión mostró una tímida adhesión al carácter prófugo, se sometió a los dictados del coletudo cuando comprendió que su destino era incorregible. Sometimiento permanente revisable. Que había que ganarse tanda a tanda. Pero antes de la muleta, un ajustado quite por chicuelinas hizo evidente la potencialidad de una embestida franca.

Tras frustrar el torero algún nuevo intento de fuga del astado, ejecutó con derechura y eficacia la suerte letal. Dos orejas, quizá excesivas, pero que premiaron una tarea de determinación y ajuste técnico muy meritorios.

Publicidad

El primer toro, y el último, poco ofrecieron. Y poco pudo ofrecer con ellos Emilio de Justo. Ni siquiera fueron toros peligrosos, o complicados de modo evidente. Sí el cuarto. Aunque en una versión light, podría encuadrarse en esos a los que Ruiz Miguel llamó alimañas.

Papá, por qué no voy a los toros

Cerca de las taquillas de la plaza, en la zona aledaña, en la que una escultura de múltiples cabezas de extraños bóvidos se entremezcla con la terraza del bar cercano, un chiquillo, de no más de 10 años, revolotea. Faltan apenas unos minutos para que comience la corrida del sábado, en la que Emilio de Justo se encierra con seis victorinos. No se va a colgar el cartel de 'No hay billetes', pero el trasiego de aficionados augura una buena entrada.

El chiquillo sigue, travieso, inquieto. Tanto que su padre le dice que ya es suficiente. Que pare. El niño sujeta fuerte la mano del progenitor y tira de ella en dirección a las taquillas. El padre, con cara de evidente hastío, ahora sí se escucha, le dice que mañana. Que sí, pero que mañana (por hoy domingo). Y el niño, entonces, le grita «Pero papá, por qué no voy a los toros». Mañana, le repite. Y es que hoy domingo, claro, los niños tienen, hasta los 15 años, acceso a la plaza por un solo euro. Uno. Y, claro, los que estamos alrededor nos ponemos en lugar de ese padre, que quizá lo sea de más niños, y comprendemos que la economía familiar tiene sus límites.

Un poco más tarde, ya en el callejón, me acodo en el burladero de los areneros y el más veterano se acerca. Y me dice que él lleva viniendo a la plaza desde los 5 años. Toda una vida. Y me cuenta que su padre trabajó en la plaza. De mayoral de corrales. Antes del recordado Gildo. Y que su madre casi pare allí, en el tendido. Y me mira, fijamente, como para explicarme sin palabras que esa plaza no es solo una plaza, sino una parte de su hogar, de su vida, de sus anhelos.

Un espacio emocional irrenunciable. Ahí tienen una clave los empresarios para evitar desafectos. Y sus inevitables divorcios.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad