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Fiestas de la Virgen de San Lorenzo
Un Raphael 'phormidable' triunfa en Valladolid: «Volveré»Secciones
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Fiestas de la Virgen de San Lorenzo
Un Raphael 'phormidable' triunfa en Valladolid: «Volveré»A Raphael se le aplaude todo. Hasta los silencios. No hace falta que el cantante cante para que se lleve una encendida ovación. Si ... abre la boca, aplausos. Si levanta un brazo, aplausos. Si se mete la mano en el bolsillo, aplausos. También si se queda absorto, mirando al público que enmoqueta en este fin de fiesta la Plaza Mayor. O si se pasea por el escenario con aire pinturero. A cada pasito, aplauso. A cada golpe de muslo, aplauso. A cada sonrisa coqueta, un aplauso todavía mayor. Su gira se llama 'Victoria' y Raphael es una victoria rotunda por aclamación.
Tiene el artista 81 tacos y la vitalidad de un adolescente 'desphogado'. Los hay mucho más jóvenes que no le siguen el ritmo. Raphael es de 1943. El viaducto de Arco de Ladrillo, de 1964. Y ya me dirás cuál de los dos está en peor estado. Frente al aguante del cantante, tenemos la estructura cementosa, que no soporta el paso no solo del tiempo, sino ni tan siquiera de un puñadito de vehículos sobre él.
Los achaques del hormigón, las grietas estructurales, las barandillas que nada sujetan, no han llegado al de Linares, que es todo poderío y resistencia durante más de dos horas y casi treinta canciones de concierto. Las primeras ya son una declaración de intenciones. «La noche me hace enloquecer», canta en la primera. Y es de noche. «Yo sé que soy de tanta gente», dice en la segunda. Y la Plaza Mayor está a rebosar. «Yo sigo siendo aquel, el mismo Raphael de siempre», apunta en la tercera.
Joven e ilusionado como un niño de primera comunión, viste una americana de lentejuelas que se quita a los diez minutos de empezar. Y como es él mismo quien dice que no hay prisa por bajarse de los escenarios, que no hace falta (por ahora) sacudirse el brillo de los focos, hagamos que esta noche en Valladolid dure, si cabe, un poquito más. Para eso, claro, son tan importantes las largas ovaciones (el artista sabe cómo convocarlas y retenerlas entre una tema y el siguiente: brazos abiertos como de quien espera un abrazo, manos juntas, inclinación de agradecimiento, sorbito de uno de los dos vasos de agua que hay sobre el piano de cola). Y para eso, claro, son tan importantes los silencios también. Tengo una teoría tonta que tal vez este sea el momento de exponer. O tal vez no, pero me apetece compartirla.
¿Te has fijado que el botón más grande de los teclados es el espaciador? No son las vocales, con su repetición en el uso y su inicial en las grandes palabras: la a de amor y amistad, la o de odio, la e de educación, la i de inmortalidad, la u de único. Tampoco las consonantes, con esa m de muerte, esa b de bello, la f de fiesta. La tecla más grande del teclado no es la de esas letras con las que se escriben los momentos importantes de la vida, aquellos en los que nos pasa algo y lo necesitamos compartir. La vida, en realidad, es una sucesión de espacios en blanco, lo que sucede entre el amor y el odio, la educación y la muerte, la belleza y la fiesta. Y por eso, la tecla que más ocupa en el teclado es el espaciador.
Es una tontería, tal vez, pero estoy convencido de que Raphael lo sabe. Por eso juega tanto y tan bien con los silencios, con esos momentos en los que parece que no ocurre nada, pero en realidad pasa de todo. A Raphael no le importa alimentar la pausa, ejecutar una 'paradinha' entre una estrofa y la siguiente. Es como una pantera al acecho que, en el momento justo, sabe por dónde atacar.
Hay temas que canta a lo Panenka, como esos futbolistas que primero amagan, rondan alrededor de la pelota como él lo hace en torno a la nota que está a punto de cantar. Ambos, futbolista y cantante, simulan, se aproximan, hacen como si… Y todo ese juego, ese roneo previo, es un simulacro, una engañifa, un trampantojo para tenerte despistado y luego, cuando menos te lo esperas, pegar el trallazo y mandar el balón al fondo de la red, la canción a lo más profundo del corazón. Esta última frase parece un coágulo de palabras cursis (lo es), pero basta con ver lo que ocurre esta noche en la Plaza Mayor para saber que todo lo que se escriba sobre Raphael es inútil y se queda corto.
Hace años, cuando vino en 2009, dijimos que Raphael es 'phantástico'. Cuando repitió en 2018, escribimos que 'inphinito'. Ahora apostamos por 'phormidable'. Y si tuviéramos imaginación y vocabulario, podríamos continuar.
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El artista tiene canciones míticas como para montar un museo y hacerse por ellas un 'free tour'. Piensa en 'Digan lo que digan', en 'Yo soy aquel', en 'Mi gran noche', uno de esos temas que consiguen atravesar generaciones para convertirse de ese modo en inmortales. El 'qué pasará, qué misterio habrá', sirve tanto para una despedida de soltero como para un baile en los centros de vida activa, para una nochevieja petarda o un partido de la selección. Y de esta ralea tiene varios ejemplos Raphael en su repertorio: 'Estar enamorado' (y también 'Estuve enamorado'), 'A que no te vas' (que remata sin micro y a todo pulmón), las teatrales 'Qué tal te va sin mí' (que termina silbando) y 'Lo saben mis zapatos' (sentado al fin) o 'Escándalo', con la que electriza a un público que ya venía con ganas de revolución. O ese maravilloso par, con guitarra acústica, que son 'Que nadie sepa mi sufrir' y 'Gracias a la vida'.
Ya habíamos dicho que a Raphael se le aplaude todo. Si canta, porque canta. Si baila, porque baila. Si sonríe, porque qué manera pícara de sonreír. Y si dice «muchas gracias, Valladolid» (aunque apenas le habla al público), se le aplaude porque los agradecidos somos nosotros. No hay mayor gesto de cariño y respeto que ser amable con quien te hace, al menos, durante unos minutos, un poquito feliz. Y Raphael lo consigue con creces. Por eso, la Plaza Mayor (que le ama con la fuerza de los mares) le aplaude hasta el último momento, hasta ese instante en el que el artista abandona el escenario, las luces se apagan y todo, de nuevo, vuelve a ser un inmenso silencio. Hasta que suene la próxima canción. Porque Raphael lo dice muy clarito antes de terminar: «Volveré a Valladolid»
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