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«Callarse por un momento», dice Miguel Poveda desde sus primeros compases con el micrófono delante. Callarse, le pide a la debla, la toná, la seguidilla. Unos segundos de silencio, por favor, «que por las sendas del viento, el aire va de rodillas». Y el ... público, por un instante, obedece. Esta Plaza Mayor, que hace un ratito era olés, palmas y alegrías, enmudece para escuchar esta canción que es homenaje al zapateado de Carmen Amaya y con la que Miguel Poveda comienza su recital.
El cantaor de Barcelona, charnego de padre murciano y madre de Ciudad Real, el chico tímido que se encerraba en su cuarto de Badalona, en el humilde barrio de Bufalá, para escuchar los discos familiares, creció entre el compás del flamenco puro y los amores de Quintero, León y Quiroga. «Por las ventanas se escuchaban las canciones de Marifé de Triana, las coplas de Farina, los cantes de Chiquetete», cuenta, para reconocer a continuación que él era fan absoluto de Los Chichos (de los que esta noche canta 'Otro camino').
En esos vinilos y casetes, en el fondo de ondas nerviosas de aquella vieja radio familiar y en las ventanas abiertas del vecindario pescó melodías y canciones que ha incorporado a su patrimonio musical. Y algunas suenan aquí, entre palmas y jaleos, bulerías y tangos, malagueñas y soleás. «He escogido unos temas que me gustan, que hablan de asuntos importantes, siempre desde el amor», dice.
Temas como 'El gran varón', una salsa que Omar Alfanno escribió en 1986 para contar la historia de Simón, joven trans, repudiada por su padre y que murió sola, de sida, con 30 años, y en medio de una epidemia de incomprensión. Un pequeño fallo le obliga a cambiar de micro a mitad de la interpretación y no duda Poveda en iniciar de nuevo el tema –con su fiesta de metales– para insistir que «nadie se tiene que ver rechazado por su forma de ser y de amar».
La canción, convertida hoy en lema por la diversidad, fue prohibida en su época por varias emisoras. Poveda la ha recuperado en su último disco, 'Diverso', donde no solo reivindica la igualdad desde la diferencia, sino también la mezcolanza de estilos: sus raíces flamencas se extienden más allá del océano para abrazar los ritmos latinos.
El amor es despecho en 'Te voy a olvidar', ranchera que Juan Gabriel escribió en 1976: «No te vuelvas a cruzar por mi camino, me das pena y lástima de verte, suplicándome que hoy vuelva contigo, que cinismo ni qué vergüenza tienes». El amor es una caída sin frenos y 'Cuesta abajo' en el tango breve de Gardel: «Si fui flojo, si fui ciego, solo quiero que comprendas el valor que representa el coraje de querer». Y el amor es libre, con sus «coronas de alegría», en la 'Oda a Walt Whitman', el poema que Federico escribió en 1929 y que Poveda musicó en su anterior trabajo, 'Enlorquecido'.
Recurre el cantante a los grandes clásicos de la música (y la literatura) para armar su espectáculo. Rubén Blades está en 'Patria', canción de 1988 – con ritmos afrocubanos, tres acordes y bajo marcado–, convertida en himno social en los tiempos de la invasión de EE UU a Panamá. Serrat aparece en 'Padre', una oda medioambiental. Y Juan Gabriel regresa en 'Amor eterno', esa ranchera de bajas revoluciones y alta intensidad que protagoniza una hermosa sección del concierto dedicada a México, con versiones de 'Volver, volver' («a Valladolid otra vez») y 'El rey', antes de rematar la faena con unas peteneras mexicanas junto a la cantaora Noemí Humanes.
El público le aplaude cada gesto, el golpecito de hombros, cada remolino con los dedos, cada vez que se remanga la americana y cada paso al caminar. Vuela el micrófono en sus manos, se lo aleja y acerca como yoyó porque hay pulmones suficientes para que en ocasiones no haga ni falta el altavoz.
Poveda, cantante portentoso que termina la velada con un recital flamenco (bajo foco rojo, sentado en silla de enea), hace diez años, en las Navidades de 2012, se acercó a una pequeña escuela de Valladolid para participar junto a los chavales en su festival de Navidad. Aquella noche, 21 de diciembre, Poveda tenía actuación en el Teatro Calderón, pero, por la mañana, visitó el colegio Antonio Machado, en la Pilarica, para compartir canciones con un grupito de estudiantes, la mayoría gitanos, de un centro que parecía a punto de desaparecer y que hoy ha renacido con la afluencia de escolares procedentes de Los Santos Pilarica. Aquel día de diciembre, Poveda llenó de calor un pequeño cole vallisoletano. Esta noche, incendia una abarrotada Plaza Mayor que disfruta con la diversidad flamenca, tanguera y salsera de aquel joven tímido que cantaba coplas en su dormitorio de la casa familiar.
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