Juan Perro, durante su concierto en la Plaza Mayor. Rodrigo Jiménez

La maleta de coplillas del trovador Juan Perro en las Fiestas de Valladolid

Santiago Auserón exhibe sus muchas pieles musicales en el último concierto de ferias

Víctor Vela

Valladolid

Lunes, 13 de septiembre 2021, 00:04

Llega Santiago Auserón a la Plaza Mayor (después de hacerse fotos con varios fans en los soportales frente al Ideal Nacional) con el espíritu de ese juglar contemporáneo, de moderno trovador, de bardo 3.0 que recorre las ciudades y mercados con un puñado ... de melodías que quiere compartir.

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Él las llama coplillas. Postales sonoras. Con su máscara de Juan Perro, visita cada día un escenario con ese afán de contar historias y entretener, de gustar y emocionar, de atrapar atenciones y despertar ovaciones. Como el viajante que abría su maleta y desplegaba el muestrario antes de la era Amazon.

Como el músico errante que, en tiempos de 'streaming' y plataformas, sube su trabajo no solo a la red, sino especialmente a los escenarios, desde donde reivindica el poder y la magia de un directo. «No de una radiofórmula ni de un 'talent show' lleno de 'coaches', no; el vínculo que nos une es la lealtad en la búsqueda de canciones desconocidas», dice antes de abordar 'A morir amores'.

Porque el artista (o artesano quizá), allá donde viaja, allí donde toca, también escucha. Y entonces, se trae de otras latitudes sonidos nuevos que incorpora al repertorio. Ritmos caribeños, giros de blues, impros de jazz, percusiones africanas, la cremita del mejor pop. Porque no somos lo que somos, sino lo que vamos siendo.

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La identidad no es estática, férrea, inmutable. Más bien se fragua por acumulación, por sedimentación. Somos lo que recogemos por el camino y lo que conservamos al parar a descansar. Lo que sumamos y lo que a veces recordamos. Somos lo que fuimos y lo que ahora aprendemos a ser. Lo demuestra Santiago Auserón, que bajo los focos a veces es Juan Perro y otras fue Radio Futura. Ropajes distintos para una personalidad musical que se despliega poderosa esta noche en Valladolid.

El swing se hace dueño de 'El forastero', el chachachá conquista 'La nada', los aires mexicanos contaminan 'En la frontera' y hasta la música clásica (el vuelo del abejorro, de Rimsky-Korsakov) se cuela en 'Ámbar'. Y todo ello, arropado por un quinteto que es a veces grupo cubano, 'big band' de Nueva Orleans, cuadrilla poseída por el swing. El público disfruta, después de someterse a ese juego de las sillas que se ha visto durante todas estas noches de concierto en la Plaza Mayor.

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La venta de entradas solo permitía despachar hasta mil. Se agotaron en apenas unas horas. Sin embargo, no todos los que consiguieron entrada asistieron a los conciertos. Todos los días, todos, ha habido butacas vacías. En algunos casos, más de cien. Personas que, por ser gratis, reservaban butaca y luego no se presentaban a la cita. Esto provocaba una avalancha de espectadores que, en cuanto empezaba el concierto, dejaban la silla que tenían asignada y se echaban hacia adelante buscando una vacía más cerca del escenario. Porque también la proximidad con el músico es clave.

Lo demuestra Santiago Auserón cuando pide la colaboración de la concurrencia para cantar sus canciones, para corear piezas como 'El cigarrito', como 'No más lágrimas' (cruce de bolero y soul) o 'A un perro flaco', con el que ha comenzado la sesión. Su propuesta, la Juan Perro- Auserón, es la honesta demostración de esa evolución de quien entiende la música como compañera de vida.

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Hay etapas para recuperar sonidos, las hay para descubrir otros nuevos, momentos para explorar ritmos desconocidos y otros para defender -a mordiscos, como Juan Perro fiel- los que siempre nos acompañaron.

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