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El cantante sonríe al público de la Plaza Mayor durante un momento del concierto. Gabriel Villamil

Inphinito Raphael

El cantante de Linares regresa a Valladolid con un concierto de casi dos horas y media

Víctor Vela

Valladolid

Lunes, 3 de septiembre 2018, 01:01

En un concierto de Raphael no hay paréntesis, tiempos muertos, momentos congelados a la espera de lo que decida el VAR. No hay tregua, no hay descanso, no hay cabezadita en el sofá. En un concierto de Raphael no hay escalas, semáforos en rojo ni estaciones de servicio. No hay parada y todo es fonda: un lugar donde quedarse y que te echen de comer. Porque en un concierto de Raphael todo vale. Todo importa. Todo es éxito hecho canción. Y lo que no, son aplausos.

Tiene Raphael un superpoder que muchos cantantes quisieran para sí y pocos lo consiguen: es capaz de arrancar aplausos antes incluso de ponerse a cantar. Lo demuestra, por ejemplo, cuando empiezan a sonar los acordes de la octava canción de la noche. 'Digan lo que digan'. Lanza una mirada desafiante al público, retadora, aquí estoy yo. Y los aplausos suenan como tormenta de granizo. Sin medida y a lo bestia. «Ra-pha-el, Ra-pha-el». Otra vez en el arranque de 'Maravilloso corazón'. Sale de un lado del escenario, avanza pasito a pasito, se bambolea, golpecito en la cadera, revoltillo flamenco, el pulgar en el bolsillo, otro pasito y de nuevo una salva de aplausos antes de ponerse a cantar. No hay reposo, no hay sosiego, no hay amago de entreacto en un concierto de Raphael.

«Es una alegría inmensa estar de nuevo en Valladolid. Mientras yo viva, voy a estar cada año en esta ciudad», asegura en los primeros compases de la velada, justo después de interpretar temas de su último disco ('Infinitos bailes') y antes de lanzar el primer bombazo: 'Mi gran noche'. Tiene el artista un repertorio excesivo y arrebatado. Le crecen los éxitos como musgo en la sombra. Y si no hay bastante con los suyos, recurre a los de compañeros. Canta un emocionante 'Volver' junto a la voz rescatada de Carlos Gardel. Regala una versión inmensa (solo con una guitarra sola) de 'Gracias a la vida'. Le mete decibelios a 'Adoro' y puntea con las manos cada nota de 'La quiero a morir'.

«Mientras yo viva, voy a venir a cantar cada año a esta ciudad», aseguró durante el concierto

Porque Raphael es parsimonioso y detallista en los gestos como un párrafo de Javier Marías. Churrigueresco con las manos, excesivo como un helado de tres bolas. Entregado, con esa vitalidad entusiasta que llega después de los besos. Algunos lo ven antiguo como el gotelé (que no es otra cosa que el acné de las paredes), pero es un moderno de festival. Un indie eterno. Raphael siempre es mejor de lo que esperas de Raphael. Va más allá de su imagen y su tópico. Cumple lo que de él se espera y ofrece más. Como cuando se sienta en una silla giratoria, de las de oficina y funcionario, y se pone a cantar 'No puedo arrancarte de mi': «Me aprietas el alma, me arañas el sueño», dice al borde del mareo entre giro y giro de silla. Ocuando, al pie del piano, interpreta (insistimos:interpreta) 'Por una tontería', acaba tirando el agua de un vaso al suelo y se va del escenario como si saliera de una pelea de pareja.

La Plaza Mayor registró el segundo llenazo absoluto de las ferias. G. V.

Torrente de voz, joven de ánimo y de porte. Los envidiosos dirán que es photoshop. Le gusta dejarse querer. Alarga los tiempos entre canción y canción para mecerse en los aplausos y gustarse en los piropos. Muestra sonrisa como de blanca y colgate va la novia. Se lleva la mano al corazón. Se abraza. Aplaude al público. Saluda. Se vuelve a abrazar. Y como todo acaba y al final hasta el eco se calla, cuando los aplausos cesan empieza con otra canción. Los aires mexicanos de 'Fallaste corazón', el ritmo 'satisfaction' de 'Estuve enamorado'. El espectáculo impagable de escucharle 'Volveré a nacer' («Pasé de la niñez a mis asuntos, de la niñez a mi garganta»).

El artista repasó su repertorio más clásicos e interpertó temas de Gardel y Chavela Vargas

Y al final de la noche, cuando ya lleva más de dos horas de concierto, los exitazos que todavía no había sacado a pasear. No faltan las vocales eternas, las erres rotundas, las erres larguísimas. Ese exceso que no es exceso en Raphael. Cuando canta 'ella' extiende un dedo como si la condenara al destierro. Cuando dice 'estrella' mira al cielo en busca de un sputnik. Cuando entona tú apunta al frente y el público se vuelve loco.

«Yo sigo siendo aquel. El mismo. El Raphael de siempre», dice antes de un aplauso que jamás es el último.

Bendito sea este Raphael 'inphinito' que no se acaba nunca.

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