Fiestas de la Virgen de San Lorenzo
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Fiestas de la Virgen de San Lorenzo
Así ha sido la fiesta pagana que Mägo de Oz ha montado en ValladolidNo hay en este país verbena que se precie en la que no suene al final del todo la 'Fiesta pagana' de Mägo de Oz. La orquesta puede poner por delante lo que quiera: el corazón bonito/corazón salvaje, el despacito, el guapa guapa ... y guapa o el paquito chocolatero. Da igual si antes ha sonado la despechada, la potra salvaje, algo de Maluma o Karol G («esas mierdas», dicen los de Mägo), el te quiero mucho de Rocío Dúrcal o el yo quiero bailar toda la noche (baila baila bailando eh). La función no será completa si antes del chimpún no viene eso de «ponte en pie, alza el puño y ven». Lo dice el estatuto del verbenero profesional, lo fijan los contratos orquestiles, lo certifica la ITV del baile en las fiestas del patrón. La 'Fiesta pagana' debe sonar sí o sí. Y si eso es obligatorio, esperadísimo en una verbena, imagínate en un concierto de Mägo de Oz. Los de Txus di Fellatio no pueden abandonar esta noche el caminito de baldosas amarillas de esta Plaza Mayor sin regalarnos lo que tantos hemos venido a escuchar.
Pero antes…
Antes el concierto tiene preparadas muchas otras sorpresas. Para empezar, un arranque potente que resume en apenas minuto y medio lo que durante casi dos horas nos vamos a encontrar. De entrada, una guitarra eléctrica que destroza el silencio con el primer riff. A los pocos segundos, la garganta poderosa y rotunda de Rafa Blas, que primero proyectado en la pantalla y luego ya de cuerpo presente parece lanzar un conjuro hipnotizador: «Ven a mí, sigue mi voz. Soy la luz, asómate. Bienvenida a este país, donde nada es lo que ves». A continuación, un grito a pleno pulmón que revienta cualquier límite de decibelios fijado, mientras de fondo la batería comienza su combate de bombos y platillos y cinco tubos expulsan su pirotecnica. Justo después, una juguetona melodía de flauta y blanco violín. Ya lo tenemos todo: poderío guitarrero, chorrazo de voz, armazón heavy y coqueteo con el folk. Sí, amigos, esto no es una verbena. Esto es un concierto (enterito) de Mägo de Oz.
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La primera de la noche es esta 'Alicia en el metalverso' con la que la 'metalbanda' bautizó su último disco de estudio. Esta nueva aventura, inspirada en el libro de Lewis Carroll (con su sombrerero loco, su voluntad de escape a otro lugar), regala un Mägo de Oz si cabe más trallero. Con un sonido más centroeuropeo, granuloso, industrial. Con guitarras más afiladas, baterías más rabiosas, teclados más siniestros y de vez en cuando sonidos guturales y risas demoníacas. Hay ecos de Black Sabbath en este tema con el que se presentan, de nuevo, en Valladolid.
Un artefacto de casi doce minutos –e inesperados cambios de plano y textura– que abre un concierto conceptual donde se habla de acoso, de la crisis climática, de la aceptación de la sexualidad, de la dictadura del corazoncito en Instagram. La malvada reina de corazones es aquí la monarca de las redes. «Sígueme», le dice a la inocente Alicia. «Sígueme, te daré lo que no tienes; por un 'like' obtendrás lo que me pides», se escucha en este tema que cuenta la historia de una joven trans que busca su camino: «Pues la vida consiste en caminar, dar la vuelta o saber parar. Sé tu misma, no vayas a olvidar lo que quieres ser», dice esta canción recibida con aplausos salvajes en la Plaza Mayor.
Vienen después 'Molinos de viento', 'Te traeré el horizonte' (con Xana Lavey) o 'La venganza de Gaia' (con mensaje incluido para la defensa del planeta), tres de los clásicos de la banda, tres canciones con las que nos reafirmamos en eso que con Dorothy aprendimos una vez: «Se está mejor en casa que en ningún sitio». Es verdad que nos gusta adentrarnos en lo desconocido, avanzar por el bosque sin miedo al lobo feroz, viajar si son vacaciones, escapar de esta rutina atroz. Nos gusta abrir horizontes y quedarnos en ellos un ratito a descansar. Pero casi siempre lo mejor de hacer la maleta es saber que con ella luego vas a volver. Mientras el viaje dura, mientras la fiesta sigue, mientras el camino con tus pasos se hace eres feliz. Sí. Claro. Cómo no. Pero cuando el subidón del descubrimiento se pasa, cuando vuelves a casa y te tiras en el sofá, aprecias mucho más las caricias de los cojines, los mimos de la mesita de noche, los achuchones de quien te esperaba con los brazos abiertos.
Con las canciones pasa lo mismo. Las nuevas aventuras son emocionantes. Los descubrimientos, gozosos. Pero no hay nada como el terreno conquistado y ya conocido. Nada más poderoso que una canción que tantas veces antes te hizo feliz. Hay estribillos que son casa. Por eso, aunque aplaudes los temas más recientes (como esa balada celta que es 'Por si un día te pierdes', como 'Seremos huracán'), no hay como un clasicazo del grupo para que se escuche esta noche aplaudir a rabiar. Y eso ocurre con 'Hasta que el cuerpo aguante', con 'La costa del silencio', con 'La posada de los muertos' (y ese «alza tú cerveza» que enloquece a la parroquia).
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«Esta es la primera vez que tocamos en esta Plaza Mayor», recuerdan. El escenario a estas alturas de la noche, enfilado ya hacia los bises del final (y por nuestra experiencia verbenera sabemos lo que el final nos depara), está ruidoso como un jaleo de tacones de madrugada en el piso de arriba. Todo es poderío instrumental, derroche vocal, melodías que de repente suben una octava para el alarido heavy. Todo es una sucesión de vaqueros rotos y apretados como carne de melón, como melocotón sin madurar. Todo es una colección de chupas de cuero, camisetas de luto, melenas desbocadas, de aplausos en el antebrazo, de mástiles de guitarra que miran al cielo mientras una púa cañera no deja de dibujar arabescos en las cuerdas. Todos son pies que se apoyan en los bafles frontales, que se suben a ellos para desde ahí arriba sacar a pasear el índice izquierdo del cantante que apunta ahora al público, ahora a la noche (la luna de sangre), mientras que la mano derecha se pega al micrófono como un chicle a la suela del zapato.
Cuando parece que esto ya ha terminado, que ya no queda en las primeras filas una garganta sin afonía, suena el himno comunero que nos conducirá hasta el punto final. «Ponte en pie, alza el puño y ven», corean los invitados a esta fiesta pagana en la Plaza Mayor. Y entonces sí, una vez apagado (y agotado) el último violín, ya se puede dar por completada la verbena.
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