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Hay un momento muy chulo, molón, fetén fetén, en el que descubres el patrón. Unos puntitos diseminados que pueden unirse. Unas pistas inconexas que acaban en revelación. Unos amigos indirectos (pongamos unos músicos de Burgos, una familia francesa) que, si se juntan, forman una pandilla ... genial. Y, llegado el caso, unas pisadas, un repiqueteo en el cristal, unos golpecitos tontos que, bien ordenados, colocaditos todos, marcan un compás de tres por cuatro.
Hay un instante muy guapo, bien guay, fetén fetén, en el que te das cuenta de que la cucharilla del café puede seguir un ritmo, que los martillazos insolentes del vecino (si le pones fe tal vez suenen a fa) son un amago de percusión, que hay ladridos de perro entonados y a veces la vida se afina en clave de sol. Hay, entre todo este desorden, un milagro que no es ni ruido ni silencio y al que alguien, en algún momento, vete a saber por qué, llamó música.
Y ese milagro se obra esta noche en la Plaza Mayor.
Por ejemplo, cuando Diego Galaz (la primera mitad fetén de Fetén Fetén) coge un serrucho para la tercera canción. Y entonces, donde debería haber madera mordida y serrín nace una milonga llorosa. O cuando Jorge Arribas (la otra mitad fetén, vecino de la Victoria) sujeta un hojaldre con botones y teclas para convertirlo en acordeón. Es un prodigio este el de la música: unas tablitas de abeto con cuatro pelos se transforman en violín, soplar por un tubo y tapar agujeros fabrica melodías. Es la música maravilla pura que ordena el caos y el ruido, que le pone ritmo a zumbidos, a estridencias, también barullos, para domesticar la furia y trocarla (tocarla) en canción. Descubrir la música entre estruendos y estampidas es encontrar un acorde de esperanza allí donde parece que no existe. Es descubrirle un mañana a las tristezas de hoy. Saber que sobre los escombros de ayer cabe la reconstrucción. Algo así.
Fetén Fetén es un festín de valses y habaneras, de tanguillos y fox trot. Hay jotitas y fandangos, música tradicional rescatada a veces del olvido y (re)interpretada con gusto, virtuosismo e imaginación. «Hay algo que nos une y nos diferencia a todos y es la identidad musical. Castilla y León tiene un folclore impagable que tenemos que reivindicar y transmitir para que no se pierda. ¡Que nuestros pequeños escuchen, entre tanto reguetón, una jota al menos una vez al mes!», propone Galaz.
La primera parte del concierto es suya, de los Fetén Fetén, que anuncian nuevo disco para el 17 de septiembre (con la colaboración de Bunbury, Fito, Rozalén) y presentan esta gira que hoy se estrena en Valladolid. Tocan 'He visto un oso en los Cárpatos' y uno lamenta ser tan torpe con los dedos. Interpretan su 'Jota del wasabi' y cientos de brazos se alzan al cielo para bailar desde mil sillas magnéticas de las que nadie se despega. Siguen con 'Detrás del mar' y un sonido de gaviotas invade este escenario intimista, con su hilera de candilejas y la iluminación justa, sin borrachera de focos (lo cual se agradecerá seguro cuando el recibo de la luz llegue a finales de mes, que la cosa no está para bromas).
El chachachá de la séptima pieza, 'Solamente tú', sirve para que Isaac et Nora se suban al pentagrama. Él tiene once años y toca la trompeta. Ella, ocho, dos trenzas, una horquilla de cerezas en el pelo y la cara redondita como un sol de mediodía, como medallita del niño Jesús. Vienen de la Bretaña francesa, de algún rincón de Youtube y el Internet, con su padre Nicolás, junto a un puñadito de canciones tradicionales con las que aprendieron a hablar español. Traen de México 'Luz de luna' o 'En tu pelo'; de Chile, 'Gracias a la vida'; de Cuba, 'El cuarto de Tula', que canta Nora con su voz aireada, un hilito tan delicado que vendría con la pegatina 'frágil' si nos la enviara Amazon.
Cuando coinciden de nuevo los cinco en el escenario (los puntitos juntos, las pistas reunidas, los amigos en formación) estrenan canciones como 'Quien ríe el último' (una belleza compuesta por Jorge) o 'Infinito', que es cumbia andina con botella de anís y percusión de latas. Rematan la faena con 'Por casualidad', un pasodoble que Nora abrocha con un divertido 'olé'. Ydespués, recogen trompetas y violines, mandolinas suicidas (una no ha parado de caerse en toda la noche) y serruchos para marcharse con el milagro, o sea, con la música, a otra parte.
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