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Jaime Hernández, vicepresidente del club de Harley Davidson en Valladolid tenía dudas sobre el éxito de la 18ª edición del encuentro motero de la Feria de este año. Alcanzar el récord de participación de antes de la pandemia, con 250 inscritos, aparecía como una ... incógnita. Al final no ha habido problemas: la fidelidad de los apasionados de las dos ruedas ha prevalecido y el sentimiento de hermandad y orgullo por sus máquinas reina en la mañana de hoy en Valladolid.
Reunidos en la Cúpula del Milenio desde primeras horas de la mañana, los fanáticos de la marca estadounidense por excelencia y de las motos -grandes y potentes, eso sí- en general ya que la cita está abierta a todos, atruenan en la mañana del domingo las calles de la capital. «Se trata de disfrutar de la moto y de las fiestas y, de paso, tomar unos pinchos», explica Hernández.
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Por doce euros de la inscripción, los participantes pueden degustar cuatro pinchos en un recorrido que va a la cafetería Unamuno, en Covaresa, sede de la asociación, y pasa por el Selvático, junto al escenario de Pingüinos, Arca Real y con la Plaza de la Universidad como punto de destino.
El Chapter de Valladolid cuenta con 23 socios y depende de Cantabria, pero la capacidad de atracción de las Harley no tiene ni fronteras ni límites de aforo. «Cada persona que compra una Harley Davidson adquiere el derecho a entrar en el club mundial y en el local, denominado Chapter». Para los propietarios de un ejemplar de la emblemática marca es sinónimo de espíritu libre y pasión por el rock and roll, las chapas, las calaveras y una estética que abarca ttodo lo que tenga que ver con los USA.
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«Cada Harley es única, no verás dos iguales porque desde el primer momento te permite personalizarla en todos los aspectos, desde el pedal al tubo de escape hasta los adornos que cada uno elija». Y hay cientos, si no miles. Ese lado de exclusividad, caro eso sí, convierte cada moto en una auténtico capricho.
Así lo resume José Ranero, de Mojados: «Unos se gastan 6.000 euros en irse de vacaciones y yo prefiero gastármelos en mi Road Kill. Me permite viajar a donde quiero, ligero de equipaje como me gusta, y conocer gente con la que haces peña». Le acompaña su pareja, Carolina, también a lomos de una Harley.
Los moteros hacen las delicias de los aficionados, muchos armados con cámaras para inmortalizar los ejemplares más impresionantes. Harleys de tres ruedas, con sidecar, customizadas... hasta una con maletero en forma de ataud coronado por tres cráneos pelados.
Miembros del club Druidas, Georgi y Dimitrina se abrazan a Laure Huerta. Los primeros son orginarios de Bulgaria y vecinos de Valladolid. «Sargento de Armas, motero militar y encima de una moto desde que tenía un año», proclama Georgi, transportista de profesión. «El coche no me gusta», apostilla. Laure explica las características de su moto, una Indian capaz de alcanzar los 200 kilómetros por hora. «Empecé con una Vespino y he llegado a la Indian, la moto clásica de la I Guerra Mundial, más antigua que la Harley». La suya, de 1.800 cc, tiene una potencia que le permite «arrancas hasta en tercera».
Con la ropa cubierta de parches, como todos, va saludando a diestro y siniestro porque si algo predomina entre todos los aficionados, se conozcan o no, es el sentimiento de fraternidad. Sin olvidar ese punto fardón que responde al dicho americano de que los moteros se dividen en dos. Los que tienen una Harley y los que sueñan con tenerla.
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