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·Todo el mundo quiere vivir siempre, pero nadie quiere envejecer», canta Depedro –es la décima pieza de la cita (un adelanto de su próximo disco)–, en esta 'Noche oscura' que con sus canciones ilumina. Su voz es como esa linternita, pantalla brillante del móvil, que despertamos con un pellizco cuando el camino se adivina incierto («ya solo el sol nos puede guiar»). Es a la vez la voz de Depedro, de graves armónicos, acogedora y cálida. Y eso se agradece porque la noche, además de oscura, se presenta otoñal. Más fría aún cuando recuerdas que estuviste a punto de coger la sudadera. Se ha levantado un airecillo fresco de despeinar flequillos (si es que los hay), insistente como niño que tira de la falda de su madre, insolente como un secreto no deseado al oído. «Todo el mundo exige un cambio, pero nadie quiere cambiar», dice en esta 'Noche oscura' que hace unos instantes, sus melodías como faros, se acaba de encender.
Llega Depedro (el ropaje musical de Jairo Zavala) con un puñado de tonadas que (más allá de los generosos interludios instrumentales) buscan amigos que las canten. Anima el músico a que le acompañen, a que el público arrope sus estribillos, a que no le dejen solo en esta noche que parecía oscura y fría. Y entonces, por debajo de las mascarillas, comienzan a escaparse voces. «Mira, soy más de lo que crees. Estoy llamando a tu puerta, esa que nunca está abierta, esa que voy a romper», canta junto al respetable en 'Nubes de papel', la segunda en aparecer. Y aunque con el bozal puesto no sepas muy bien quién se ha atrevido a regalar su voz (son femeninas la mayoría), sí que puedes intuir que bajo esos trozos de tela hay mandíbulas que se mueven, bocas que bailan con las estrofas como si fueran adolescentes mascando chile.
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Así que, ahí arriba hay un músico con grandes canciones por compartir. Aquí abajo, un público deseoso de dejarse acompañar. Y ahí afuera, una noche que comenzó fresca y oscura y ahora se empieza a entonar (de hecho, subió la temperatura y el viento se paró). Ha convocado Depedro un recital para que nos olvidemos de lo que pasa al otro lado de esta burbuja. Puede que más allá haya tinieblas y diez grados menos, incertidumbre y un virus que nos quiere mal. Pero aquí, mientras suena la música, somos felices y olvidadizos.Por unos instantes, nos convencemos de que no hay covid en los confines de una canción. «Déjalo ir, déjalo marchar. Si no, te va a arrastrar», canta Depedro, justo después de que suene 'El defectuoso' (un artefacto con hechuras de corrido) y antes de 'Tu mediodía', que cierra con un grito de guerra («Viva la música siempre») para que siga el hechizo en pie. Pasajero, sí. Pero gozoso mientras dura. Porque nos olvidamos, cuando cantamos, de que cantamos mientras nos vamos muriendo. Porque poseídos por la fiesta (qué buena la versión que hace del tema de Serrat), nos desposeemos del temor. Porque cantar es un chispazo de vida condenado a desaparecer. Cuando esta canción deje de sonar, cuando Depedro recoja la guitarra y se vaya con la música, con sus patillas, a otra parte, entonces volverá el silencio, y el miedo y la noche, esta noche, será de nuevo oscura como piel de legionario, fría como el encuentro inesperado con una ex. Incierta como este virus tramposo y cruel.
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Berta Pontes
Pero mientras Depedro canta, mientras hay música en la Plaza Mayor, se hace la magia (en realidad es un truco) y todo parece ir mejor. «Si todo es mentira. Y la mentira soy yo. Deja que esta vez te hable con mi valor», afirma en 'Te sigo soñando', una «romántica», previa a 'Diciembre', en la que el bajista, Héctor Rojo, exhibe en solitario la calidad vocal que ya mostró antes en los coros. Avanza hacia el final el concierto con los ritmos brasileños de 'Entre el cielo y el barro', el funky de 'Hombre bueno' y esa versión soberbia de 'La llorona' que sirve, antes de los bises, para despedirse de esta velada en la que Depedro demostró que la música (pese a todas las trabas, los impedimentos, los aforos que dejan esta plaza donde caben 26.000 en apenas un puñado) es la mejor conspiración para combatir la tristeza. La fría y oscura tristeza.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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