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Las fiestas comienzan cuando toca Cañoneros», ha cantado el grupo (ya once años) desde Ferrari a Cascajares, Fuente Dorada y la plaza de la Universidad. Clásicas sus actuaciones en ferias (en templetes y a pie de calle: no hay escenario pequeño para la música), este viernes cumplieron con dicha su dicho y abrieron de nuevo las ferias pucelanas, esta vez con la fe notarial del programa y palco en la Plaza Mayor.
Cañoneros, con su repertorio de Loquillo y Radio Futura, prendiéndole Burning a la movida y levantando Barricada en La Frontera, demostraron que frente a la música enlatada, el escabeche mp3 (con sus trampas, sus autotunes, su pistas pregrabadas) no hay nada más poderoso que una buena canción en directo.
«Somos Cañoneros, ya sabéis de qué va esto», dijo en la presentación Pato Rodríguez (voz en los platillos, baquetas en la garganta), 26 años de guerra y pan en la música local. Cuenta que su infancia son recuerdos de una calle patio en La Rondilla, desde donde por San Mateo se acercaba a la Plaza Mayor para ver todos los conciertos de fiestas, tanto monta Mecano como Obús.
Y ahora, ahí arriba, sale su cara en las nuevas pantallas gigantes, emerge su voz por bafles mil, junto a las de David 'Rayo' y Alberto Moral, al lado de Miguel Saeta y Roberto Pérez para estrenar unas ferias (comienzan siempre cuando toca Cañoneros) que en sus primeros compases invitan, no podía ser de otra forma, a bailar un rock and roll en la plaza del pueblo.
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Un concierto de Cañoneros es la prueba de que lo raro es el surco del vinilo, el auricular por bluetooth, el cedé, el casette, el tocadiscos, la lista en spotify. Lo habitual en la música siempre fue el cara a cara, el directo sin trampa ni cartón, el músico que se la juega en cada corchea, la magia en vivo de la canción.
Y las que ofrece Cañoneros (con esa facilidad suya para hacer de tripas rock and roll) son disparos de puntería exquisita, versiones de monumentos de unos años 80 y 90 que no suenan tan lejanos cuando llegan los ecos de 'El pistolero', 'Agradecido', 'Mil calles llevan hacia ti'.
Su oferta con mil canciones por banda, su chaparrón de éxitos que no escampa, es un homenaje eterno al poderío de un estribillo cosido entre acordes y estrofas.
Porque una canción, nos recuerda Cañoneros, son tres minutos fugaces borrachos de eternidad, es un trueno bien entonado entre tanta vida desafinada, es un ojalá de pentagramas, una pastilla para no dormir y a la vez soñar. Una canción –como todas las de anoche con Cañoneros– es un billete a la luna, una orgía de negras y blancas, una clave de sol sin eclipse, un canto de esperanza a la desesperada. Una canción es la musa hecha fusa (o también semifusa). Es una bomba de bemoles, una bala perdida al corazón, una tirita armonizada, un testamento en do mayor. Una canción es la última farola encendida antes de la oscuridad sin asfaltar. Es un milagro acompasado. Y ayer fue noche de panes y peces en la Plaza Mayor.
Sonó 'Groenlandia' en una velada con el radiador estropeado y Pato, al presentar 'Hace calor', acertó el pleno al quince: «Hemos vuelto a San Mateo, pandilla». Sin rastro de manga corta y con más sudaderas que sudores, 'Escuela de calor' fue una chimenea rica para este septiembre disfrazado de febrero.
Porque nada mejor que congregarse en torno al fuego amigo de las canciones para ganar juntos calorías. Con 'Salta', con 'No puedo vivir sin ti', con ese 'Años 80' que cantan junto al escritor César Pérez Gellida o una impagable 'Insurrección' con la ayuda de Alfonso Pahino.
Los mil cañonazos de Cañoneros regalaron un concierto alumbrado con la pólvora de las mejores canciones. «Las fiestas comienzan cuando toca Cañoneros». Pues qué gran verdad.
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Jota De la Fuente El Norte
Y antes de Cañoneros, lo dicen ellos de sí mismos, actúa «una tripulación de borrachos piratas, los reclutados para una revolución que se queda por el camino, un comando de patanes abonados a la cerveza y el rock and roll».
Son Hijos del tercer acorde, banda fundada en Valladolid que apuesta por una estética de piratas bucaneros y aviadores futuristas para poner en escena sus canciones. Despliegan variedad instrumental (flautas, violines, mandolinas, kazoos) para un concierto que comienza con la crítica 'Generación deriva' («acaso hubo alguna vez un horizonte por el cual luchar») y que evoluciona hacia una variante descarada y sin complejos en la que suena hasta una cover del 'Bad romance' de Lady Gaga.
Con sonidos que recurren a los aires piratas, celtas, del country sureño, resaltan canciones como 'Zombis en el centro comercial', 'Saluda al tirano' (con críticas ante la muerte de migrantes en el Mediterráneo) y 'Der Kraken', antes de los bises, que exploraron la música heavy y los clásicos del rock (con 'Hound dog').
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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