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Una grabación antigua como de VHS, con Ángeles y Dioni en vídeos y viejos programas de televisión, se exhibe en la pantalla gigante de la Plaza Mayor para anunciar que Camela ha puesto a rebobinar su historia, que 25 años no son nada, que cumplen ... bodas de plata en la música y que hay cuerda para rato en el mundo de la tecno rumba, del cani flamenquito, del choni pop. «Es un honor, un privilegio, un orgullo estar aquí», dice Dioni, henchido de sinónimos, después de saltar al escenario como toro en el encierro, con ese ímpetu de adolescente la primera noche en ligar. «Es superemocionante veros aquí», añade Ángeles.
Aquí es la Plaza Mayor (el mayor llenazo en lo que va de ferias). Y con el «escúchame, compréndelo» comienza un repaso a ese repertorio que sabe a transfusión en vena en la verbena, a ron cola fresquito en baile de boda desfasada, a 'fast and furious' en los coches de choque. El repertorio de Camela, con su sueño contigo y su qué me has dado, es una fiesta sin siesta, una celebración sin qué dirán, un homenaje a esa alegría despreocupada de quien silba por la calle, canta en la ducha, come sin reflujo, ríe sin agujetas, duerme de un tirón.
Camela siempre ha estado ahí, en las celebraciones y en el baile del pueblo, en el bar de carretera y en el móvil encendido durante el botellón, en el mp3 de a diario y en la radio de extrarradio. Y para noches de fiesta como esta, con la Plaza Mayor de bote en bote («estamos apretados, ¿verdad?»), habrá que consignar que el veredicto es mayoritario: Camela mola.
Mola con esas letras intensas, divinity y vergonzosas que parecen sacadas de una telenovela turca («Hace ya algún tiempo que vivo sin ti. Y aún no me acostumbro, ¿por qué voy a mentir?»). Mola con esa voz (Heidi de tómbola y ratón vacilón) tan aguda, peculiar y personalísima de Ángeles. Mola con los bailes descoyuntados de Dioni, convertido después de mil vueltas en peonza borracha, hormigonera con los pantalones rasgados, ruleta de pelo largo, helicóptero con camiseta blanca.
Mola con ese repertorio arrebatado que ojalá fuera inspiración para tacita de míster wonderful: «Nunca debí enamorarme, vivir sin tu cariño lo que me está costando». Mola con ese éxito brutal por encima de prejuicios y culturetas. «A ver cómo les explicamos a los entendidos de la música que un grupo sin sonar en las grandes emisoras ni tener mucho márketing sigue poniendo éxitos en el número uno», dice Dioni. Así que, Camela mola, sobre todo, por ese público fiel que acude a la Plaza para disfrutar sin complejos y poner al aburrimiento castigado contra la pared.
Bailar con Camela («Baila, mi niña, báilame un poco, baila morena, me estás volviendo loco»), es cambiarle las pilas a la ilusión y hacerle burla al mal rollo. Ya el concierto tiene su aire desvergonzado en la presentación de los temas, que a veces parece hasta sainete.
–Ángeles: ¿Cómo estáis?
–Dioni: Mejor que en brazos.
–Ángeles: ¿Has visto qué público tenemos hoy?Un público de ole.
–Dioni: Y como decía Isaberrr Pantoja en Supervivientes... Ole y ole y el que no diga ole que se lo coman los tiburones.
Si esto fuera Netflix, ya tarda en salir el 'Omitir introducción'.
Repasa Camela sus 25 años en la música. Canciones tantas que tienen que coser más de una docena en un popurrí en el que las consumen del tirón. Y eso, antes de llegar a la locura final de 'Cuando zarpa el amor'. Porque el llenazo confirma que disfrutar con Camela es la diversión sin echar cuentas. Es vivir el día a día. Soñar de noche en noche. Devorar la madrugada como si fueras uno de los colegas tois de Neymar (y su entorno ). Bailar a Camela, por si no ha quedado claro, es compartir con amigos coñas y cañas. Y comprobar que 25 años dan para muchos éxitos. Tantos, que se puede rebobinar la historia para volverla a disfrutar.
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