

El brillo deslumbrante de Luz Casal ilumina Valladolid
La cantante gallega presenta su último disco en la Plaza Mayor y repasa los éxitos de una carrera que combina baladas con rabia rockera
Suena una nota. Solo una. Sostenida y desnuda durante unos segundos frente al murmullo de esta expectante Plaza Mayor. Suena primero esta nota que con timidez reclama atención. Esta nota que se asoma al escenario como el soldado al que ordenan mirar por encima de la trinchera por si el avance es posible. Como el dedito gordo que calibra desde el pie si los grados de la piscina son suficientes para tirarse o claudicar. Como el hermano pequeño al que los demás empujan para ver si papá y mamá están enfadados o se les puede pedir el postre, la paga, ampliar el toque de queda, mañana no madrugar.
Suena esta nota, valiente y solitaria ante miles de personas, que muy pronto se ve acompañada por las que vienen detrás. Las primeras en acudir en su ayuda (la melodía al rescate) son las de un arpegio de guitarra española. Comparece luego un punteo misterioso, que convoca sombras y atenciones, que prepara el terreno para que Luz (sin luz) comience a cantar. Ella, a oscuras. «Tú ya sabes que somos los dos vulnerables. A una traición. O al desamor. O a un soplo de aire frío», dicen las primeras líneas de 'Las ventanas de mi alma', esta radiografía sentimental, este rasgarse las penas, acariciar esperanzas, que adquiere forma de canción.
«Soy culpable por no dar valor a lo importante», sigue el tema con el que empieza el concierto y que da título al último trabajo de la gallega, una colección de canciones que desfilarán a lo largo de velada. «No es casual que yo pierda el control, si mis ojos siempre son los espejos de mi alma», repite en un estribillo donde ya aparece, tan dulce como potente, la voz inconfundible de Luz. Con su sinfonía de eses alargadas. Con las vocales quebradas. El latido melancólico. Esa sílaba última que parece a punto de echarse a llorar. La voz de Luz, con esa capacidad extrema para convertir en fortaleza lo que parece lábil fragilidad.

Porque por ahí se mueve el repertorio de Luz. Sobre esa línea fina, oscilante, arriesgada y valiente (como cable de equilibrista), que separa la flaqueza y la garra, la duda y la certeza, el miedo y la vitalidad. Por ahí caminan sus letras («la inocencia la envolví con un eficaz disfraz»), pero también los géneros que usa para arroparlas. Porque esa balada inicial se ha transformado ahora ('La inocencia') en poderío guitarrero, porque el bolero más íntimo y arrebatado podrá convertirse luego en vitalista grito de rock.
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«Sé que el vértigo se irá, pero solo si te atreves a saltar», canta en 'Volver a comenzar', la tercera de la noche, una canción que aborda después de saludar a un público hechizado en la Plaza Mayor. «Vamos a emocionarnos, a divertirnos», dice, ante cientos de ojos y antes de recibir una de las grandes ovaciones de la noche cuando entona 'No me importa nada'. De fondo, en la pantalla, mientras suena uno de sus clasicazos, se proyecta la imagen de todas esas mujeres que han sido ejemplo e inspiración en su vida: cantantes (de Mari Trini a Billie Eilish), escritoras y, por encima de todas, su madre, ya fallecida, Matilde Paz Blanco.
Sigue el concierto con 'Dame tu mano', tema de su último disco que sirve de prólogo para uno de los momentos mágicos de la noche, cuando llegan tres de sus piezas más potentes, 'Besaré el suelo' («Cuanto más bella es la vida, más feroces sus zarpazos», canta para hacerse un ovillo al final), 'Entre mis recuerdos' («Cuando la pena cae sobre mí, el mundo deja ya de existir») o 'Un nuevo día brillará', con sus fans convertidos en coro.
Y entonces merece la pena fijarse en el público. En esa burbuja que frente al tumulto de ahí afuera (los pinchitos de las casetas, los grititos de Las Moreras) ha levantado Luz en esta Plaza Mayor. Sobrecoge pensar en cómo miles de personas dirigen su mirada a una sola que, poderosa como el amor, frágil como un hojaldre, se dedica simplemente a cantar. Valladolid se calla, toda ella un silencio de iglesia y Jueves Santo. Un recogimiento como de misa en San Benito.

La plaza entera mira deslumbrada a Luz y puede ver esa voz azul que doma la furia, que narcotiza el tiempo, que pellizca esa cosita que nos late ahí adentro para invitarnos a cerrar los ojos y simplemente escuchar. Es ese poder misterioso que tiene la música y del que solo en momentos muy concretos, en instantes como este, nos paramos a pensar. Su capacidad para llevarnos lejos sin devolvernos luego al mismo lugar. Porque nadie regresa igual, nadie nunca es el mismo, después de una gran canción. «Vuelvo hacia atrás y busco entre mis recuerdos».
Durante lo más duro del confinamiento, de seis a ocho de la tarde, antes de los aplausos en el balcón, Luz se ponía al teléfono para hablar con algunos de sus admiradores. Y de aquella experiencia ha nacido 'Hola, qué tal', un tema para la esperanza que llega con una llamada a Paco, un fan de Valencia con el que habló en directo durante el concierto. «Te llamo desde Valladolid, Paco», le dice Luz. «Estamos en la Plaza Mayor. Está petada, celebrando las fiestas de la Virgen de San Lorenzo»
Hay tiempo también, claro, en el concierto, para un cambio de look Casal. Sale entonces su vertiente más roquera y desenfadada, la que le pide a Rufino langostinos (una de las grandes rimas del pop español) y la que canta 'Loca' o 'Plantado en mi cabeza', para empezar a despedirse con ese bolerazo inmortal que es 'Piensa en mí' o el desgarrador y potente 'Te dejé marchar'. Maravilla.
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