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Acto de inauguración de las fiestas en la Plaza Mayor, en el año 1970. Archivo Municipal
Avalancha de forasteros, alegría de agricultores
Nacimiento y evolución de las fiestas

Avalancha de forasteros, alegría de agricultores

La capital y sus celebraciones festivas ·

Ligadas originariamente a las transacciones agrícolas y pecuarias, las fiestas patronales de septiembre también han marcado la evolución urbana de Valladolid a través de sus espacios de diversión

Martes, 8 de septiembre 2020

No diremos que cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia, pero sí que aquellas fiestas de antaño, llamadas primero 'de septiembre' y solo a partir de mediados del siglo XX puestas bajo la advocación clara de San Mateo, poco tenían que ver con las que hemos disfrutado hasta el año pasado.

En primer lugar, por su origen y finalidad, puesto que giraban en torno a las labores agrícolas y pecuarias y buscaban, ante todo, atraer a público foráneo para comercializar los productos del agro. No por casualidad, quienes han abordado la historia de las fiestas vallisoletanas suelen remontarse a la concesión real dada en 1156 por Alfonso VII, que otorgaba a la ciudad una feria mercantil el 16 de agosto, día de Santa María.

Muy pronto se decidió que las ferias habrían de desarrollarse al finalizar las labores agrícolas del verano y coincidiendo con el inicio de la vendimia. Hasta el siglo XVIII se celebraron en el mes de agosto, luego pasaron a septiembre e incluso al mes de octubre, ya fuera por coincidir con la festividad de San Miguel Arcángel (29 de septiembre), patrono de la ciudad hasta 1746, ya con la de San Francisco de Asís (4 de octubre). Fue el Consistorio de 1843 el que, en sesión celebrada el 17 de enero, fijó las fechas del 20 al 26 de septiembre para evitar el constante peligro de las lluvias.

Como la principal finalidad era atraer forasteros para cerrar las transacciones comerciales de productos agropecuarios, la feria de ganado constituía el gran reclamo de la cita festiva, cuyo primer programa, como han demostrado Paz Altés y Rosa Calleja, data de 1877. Con el paso del tiempo, dichas transacciones comenzaron a compartir protagonismo con el mero ocio y regocijo popular, por lo que la feria de ganado y productos agropecuarios, celebrada en el Paseo Bajo de Las Moreras, fue compartiendo protagonismo con las corridas de toros, de obligado cumplimiento en cada cita festiva, no en vano el cartel taurino era también un reclamo de visitantes más que decisivo. Ya lo decía El Norte de Castilla en 1917: la «atracción de forasteros» era el objetivo primordial de los festejos, pues gracias a ellos «el comercio y la industria tienen unos días de copioso ingreso». Para ello, las Compañías de ferrocarriles rebajaban los precios de sus billetes durante el periodo festivo.

Carrozas y carruajes

A ello se sumaban atracciones de tanto arraigo y popularidad, detalladas por José Miguel Ortega, como el madrugador disparo de cohetes y bombas que anunciaba la feria, los fuegos artificiales en la Plaza Mayor y en el Campo Grande, ambos primorosamente iluminados, las dulzainas y músicas recorriendo las calles, destacando a este respecto la Banda del Regimiento de Isabel II, la Exposición Canina, celebrada en la Plazoleta del Cisne del Campo Grande, «El Coso blanco y rosa», que era un singular desfile de carrozas y carruajes engalanados con todo tipo de adornos que solía abarrotar la Plaza de Toros, los títeres, las cucañas, las figuras de cera, eventos solidarios como la Tómbola de la Caridad y la Fiesta de la Flor, cuya recaudación iba dirigida al Dispensario Antituberculoso, los eventos deportivos (carreras ciclista y pedestre), el Concurso Hípico, las barracas y los carruseles del Campo Grande, y las sesiones de cinematógrafo del Teatro Pradera.

Hasta el año 1939 los ediles no se refieren a las ferias de septiembre llamándolas expresamente «de San Mateo», denominación que en los años siguientes se alterna con la más arraigada de «Ferias septembrinas». Veinte años después, concretamente en el pleno municipal del 29 de abril de 1959, se decidió que las ferias del año siguiente se celebrasen «durante unas fechas fijas en las que se incluya el día de San Mateo», decretando, además, su comienzo en el tercer domingo del mes de septiembre. Y así se hizo hasta el año 2000, cuando todos los grupos políticos del Ayuntamiento decidieron adelantarlas 21 días y ponerlas, definitivamente, bajo la advocación de Nuestra Señora de San Lorenzo.

Mal tiempo

Y es que la espada de Damocles de las Ferias y Fiestas de San Mateo era el mal tiempo. Ya lo avisaron los comerciantes que en 1910 propusieron al alcalde celebrarlas del 8 al 15 de septiembre, basándose en estudios que demostraban que nunca llovía en Valladolid en esas fechas, y así se hizo en 1957 y 1958, acordando su celebración del 7 al 22 de dicho mes al ponerlas bajo la doble advocación de San Mateo y la Virgen de San Lorenzo. Este último experimento, sin embargo, no dio resultado: al elevado gasto que suponía para las arcas municipales se unía la competencia de las ferias de Salamanca y Palencia, que restaron concurrencia a las vallisoletanas.

A lo largo de todos estos años, la ubicación de las principales atracciones ha venido condicionada por el avance económico, urbanístico y demográfico de la ciudad. Hasta 1914 desbordaban los paseos laterales y centrales del Campo Grande, para seguir por Filipinos e incluso bordear algún tramo de la Plaza de Zorrilla. El crecimiento de la ciudad y de su ensanche, unido al incremento del tráfico, obligaron a buscar un lugar más amplio y apropiado.

Se optó entonces por el Paseo Alto de las Moreras, donde se celebró por primera vez en 1948. Previamente, en el Ayuntamiento se adjudicaban los terrenos para instalar las casetas, las barracas, el circo etc., mediante subasta al mayor postor y con precios que no bajaban de las 25-30 pesetas el metro cuadrado. Una vez más, la falta de espacio, la necesidad de embellecer dicho paseo y el desarrollismo económico con su derivada urbanística (sobre todo la construcción de la Huerta del Rey) obligaron a cambiar la ubicación: las fiestas de San Mateo de 1969 se celebraron ya en la Cañada de Puente Duero, en La Rubia, donde permanecerían hasta 1990.

Algunos años antes, el Ayuntamiento, haciendo caso a quienes se quejaban por la falta de espacio para aparcar los coches, las deficientes instalaciones sanitarias y eléctricas, la escasez de terreno y la «fuerte agresión contra la calidad de vida de los vecinos del entorno», comenzó a buscar otra solución. Ésta llegó, nuevamente, a lomos del desarrollo urbanístico y de las necesidades creadas por las obras de prolongación del Paseo de Zorrilla: en 1990, las atracciones se trasladaban a su paraje actual, llamado de Caño Hondo, junto al Nuevo Estadio de fútbol 'José Zorrilla'.

El discurrir de las fiestas vallisoletanas ha llevado aparejados hitos, personajes y lugares que para muchos siguen siendo inolvidables. La Plaza Mayor y sus conciertos, a menudo con artistas de primera línea en el panorama nacional, pero también con sus pregones y sus majorettes, incluso con funambulistas como los Bordini, todo un hallazgo en los años 70; los gigantes y cabezudos, presentes ya en el último cuarto del siglo XIX; el 'Tío Tragadalbas', inaugurado en septiembre de 1946 a imagen y semejanza del bilbaíno 'Gargantúa', y acompañado de la Tía Melitona desde 1992.

También, la elección de la reina de las fiestas, organizada con toda pompa y boato por los Ayuntamientos predemocráticos; el desfile de carrozas, engalanadas y patrocinadas por empresas como Fasa, Sava, Simago, Galerías Preciados, Gis, Padova, Sena y Vespa Club, que constituyeron todo un hito en las décadas de los 50 a los 70 e influyeron, a decir de algunos entendidos, en la famosa Paradance (luego Partydance), que recorrió las calles céntricas entre los años 2001 y 2012; el grupo de música tradicional Candeal, encargado de cerrar las fiestas en 20 ocasiones; o la Feria del Folklore y la Gastronomía, inaugurada en 1982 con cinco casetas regionales en la Plaza del Poniente (Segovia, Asturias, Galicia, Andalucía y Navarra), instalada luego en el Campo Grande, trasladada al Antiguo Real de la Feria de La Rubia en 1992 y fijada seis años después, ya con 21 casetas, en su actual ubicación, junto al Nuevo Estadio de fútbol.

En los años 90 llegarían también las Peñas (1992) y la Feria de Día (1999), mientras la Feria de Muestras, inaugurada en 1965 con un formato similar al que hoy conocemos, luchaba por adaptarse a los nuevos tiempos.

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