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Víctor Vela
Martes, 8 de septiembre 2015, 09:34
Tal vez todo sea cuestión de caer y levantarse, de tropezar sin derrumbarse, de pasar del suelo al cielo por mera voluntad. Tal vez todo consista en aprender de los mordiscos en las rodillas, de los palos en los riñones, del tono menor en las canciones, de la resaca de una reyerta, de tanta herida por cicatrizar. Lo canta Pablo López, ya casi al final del concierto, desde el escenario de la Plaza Mayor: «Vi morir mi sueño, vi como resucitaba». Y quizá, puede, quién sabe, ahí está el secreto de todo.
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Porque dejará de llover, porque habrá más primaveras, y luces a la vuelta de cada esquina, que son los pliegues sucios de las calles. Porque no siempre es martes de febrero en la pensión, y hay trajes de luto que destiñen y tormentas que no atormentan y avenidas de charcos llenos de lágrimas secas. Y también a esto le canta Pablo López, sentado frente al piano, la rodilla izquierda casi en el suelo, desde el escenario de la Plaza Mayor: «Y este ejército sin ley ordenó retirada y dejar la batalla. Pero mientras todo marcha sigo aquí». Y quizá, tal vez, a lo mejor, también ahí está el secreto de todo.
Puede que haya esperanzas muertas en las cunetas de la noche, que todo sean erratas en la ortografía de la madrugada, que las tardes de invierno sean de cafetera y manta y toda canción suene con esta tristeza de bolero. Pero también esto pasará. Y lo canta Pablo López, la cuarta de la noche, la mandíbula al cielo, el requiebro andaluz en la voz, desde el escenario de la Plaza Mayor: «Entre la felicidad y la desesperación, la carretera es muy corta». Y en ese efímero trayecto, quién sabe, puede, no sé, está el secreto de todo.
Y sí, a todo esto le canta con evidente potencia vocal y afinación Pablo López. Un niño raro que creció hasta emanciparse. Un tipo que seguro que cayó y tropezó para levantarse. Que no ganó un concurso de televisión (fue OT y vino a Pucela con otros triunfitos en las fiestas de 2008) y que ahora se hace fotos con el público «para que lo vea mi madre; que sí que he triunfado». Un músico que pasea sus manos por el piano para comprobar que el camino está trabado de blancos y negros. Que la vida son piedras, bemoles en el sendero, notas de paso, disonancias perfectas como las que el malagueño esparce en canciones como 'Dos palabras', la tercera de la noche, o como 'Lo saben mis zapatos', la octava, melodía que arranca como si fuera una cajita de música y eclosiona en una borrachera final de decibelios.
Manda el piano de cola (decorado con una 'pe' enlazada con una 'ele'), del que Pablo López se separa entre canción y canción para alimentar su «alma de monologuista» y recordar que, al margen de los malos rollos, lo importante es lo que reza la pancarta colgada desde unos balcones de la Plaza Mayor: 'Love is in the air'. Y al amor canta López en canciones como 'Debería' (una joyita), mientras anima a que el público le acompañe (lo consigue) en melodías optimistas la música como lucha contra el cáncer como 'El mejor momento'.
Porque tal vez ahí está el secreto de todo. En caer y levantarse. En no huir sino quedarse. En cantar, cantar, cantar. «Vi morir mi sueño, vi como resucitaba», entona Pablo López, casi ya la medianoche, sin que se apaguen las luces de la Plaza Mayor. Y luego, después, el piano calla.
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