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Víctor Vela
Sábado, 13 de septiembre 2014, 10:21
La última vez que Un pingüino en mi ascensor tocó en la Plaza Mayor de Valladolid no había caído el Muro de Berlín, todavía reinaba San Mateo, el epicentro de la fiesta estaba en La Rubia, no existía Covaresa y dicen pero hace tanto tiempo que a lo mejor es leyenda urbana que Valladolid tenía otro alcalde. Flipa si ha llovido. Fue hace justo 25 años. Lo recordaron los artistas nada más subir al escenario.Y además, lo consigna la hemeroteca. Fue en el año 1989 y un tocayo, Víctor Iriarte (periodista que luego se pasó al teatro, como si a veces hubiera diferencia), escribía la crónica de aquella noche para El Norte. Vamos a fusilarle un parrafito:«El miércoles, la Plaza Mayor se abarrotó de catorceañeros (...) para escuchar La dama se esconde (y ojalá no aparezca), Locomía (yo también), Un pingüino en mi ascensor(y en su partitura) y Objetivo Birmania (que contra lo que pueda parecer y sería deseable, no hacen música folk)».Eso era una crítica y lo demás (o sea, esto) chorradas. Y, por supuesto, todo ello, en riguroso playback. Lo de anoche, un cuartito de siglo después, sirvió para reunir a aquellos catorceañeros ya creciditos y a nuevo público para disfrutar con uno de estas bandas, que regresaba, no en playback, pero sí con música pregrabada. Lo dejó claro el vocalista, José Luis Moro, al presentar a la banda:«A la batería y al bajo, Steve Jobs», dijo en uno de los arranque surrealistas de la noche el cantante de una formación «sin batería, ni bajo, y con el grupo en Facebook». Porque Un pingüino en mi ascensor devolvió a Pucela la irreverente (y naif)esencia de los 80, un pop desenfadado de letras divertidas que lo mismo le dedican una canción a la Barbie, a Manuel Luque y su bote de Colón (busque, compare y si encuentra algo mejor...)o a Juan Valdés, aquel tipo que anunciaba café y cuyo nombre coreó anoche la Plaza Mayor (es lo que tiene la entrega de los fans).
Valladolid dedicó su segundo viernes de ferias a recordar el pop de los años 80 y 90. Desde las 0:15 horas, la sesión se convirtió en un repaso de algunas de las canciones más emblemáticas de aquella época, hoy reverdecida por la nostalgia yo fui a EGB. Yasí, se escucharon piezas como El límite, de La Frontera, y luego piezas por boca de Jaime Terrón, un tipo que vino a la Plaza Mayor hace tres años (en 2011) como carne para adolescentes (junto a Melocos)y que anoche le cantó las nanas de aquellos años a sus padres. Ay, qué tiempos aquellos. Con una Plaza Mayor más liviana que en noches anteriores, la madrugada se prolongó con piezas que han pasado a la historia como temazos (o casi).
Antes, los de Un Pingüino en mi ascensor se encargaron de versionar algunas de ellas con un descacharrante cambio en la letra. Así, Voyage, voyage se transformó en un culinario Fuagrás, fuagrás («ni las ostras ni el caviar, para mí no existe otro manjar, fuagrás, fuagrás, para merendar»). El Neverending story de La historia interminable pasó a ser Un disco del Faaaary. Ytales transmutaciones letriles llevaron a momentos extrañísimos, como escuchar a la Plaza Mayor cantar a voz en grito Love is in the air con la nueva letra Vuelo en Ryanair. El instante «tenso» de la noche las comillas aluden, claro, a una cita textual llegó cuando comenzó a sonar Atrapados en el ascensor esa canción que los chicos de Un pingüino dedicaron a Valladolid, «ciudad a la que le gustan tanto los ascensores». Ejem. Quién les iba a decir que 25 años después, sin muro de Berlín y ya sin San Mateo, sus letras volvieran a generar tantos titulares. Ay, todo es tan cíclico.
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