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PACO AGUADO
Jueves, 11 de septiembre 2014, 19:00
Como ya es habitual, y asombroso, en las últimas tres temporadas, a estas alturas Juan José Padilla encabeza el escalafón de matadores, con más corridas toreadas que nadie. En este año difícil, cuando muchas figuras no pasarán de treinta paseíllos, el Ciclón de Jerez ya ha pasado de la media centena. Y sin dejar de visitar quirófanos. «Gracias a Dios estoy disfrutando mucho del toreo en estos últimos tiempos», dice un Juan José Padilla que, casi tres años después de verle la cara a la muerte en Zaragoza, solo acusa los efectos de tan tremenda cornada con ese parche de pirata que le ha dado una nueva personalidad.
Encontrarme otra vez en cabeza del escalafón es un orgullo. Todo esto que me está pasando es como un regalo del destino después de aquella tarde negra. Y tengo unas sensaciones muy especiales disfrutando de todo lo que esto significa.
Más de cincuenta paseíllos este año, pero también ¿cuántos quirófanos?
Llevo tres intervenciones más, del oído y de los párpados, que se suman a las casi quince de los dos años anteriores. Y a final de temporada aún me tengo que someter a dos o tres más. Pero siempre lo hago con una confianza y una ilusión tremendas, porque los resultados están siendo fantásticos.
Hay que ser muy fuerte tanto física como mentalmente para apechar con todo eso.
La clave es tener la ilusión de una recuperación total. Yo he tenido la suerte de contar con un médico, y una persona, excepcional: el doctor García Perla. Me he entregado por completo a él porque está consiguiendo un milagro. Ya tengo la simetría casi perfecta de los dos lados de mi cara, he mejorado la dicción y mi tono de voz y he llegado a una audición de nivel normal. El doctor ha reconstruido casi todo lo que el toro destrozó.
¿Y no afecta todo ese tratamiento médico a la hora de salir al ruedo?
Lo bueno es que estas últimas ya son intervenciones de menor calado y me permiten volver a estar en activo en pocos días, y con una recuperación paralela poco exigente para poder vestirme de torero. No me ha hecho falta parar ni lo he acusado en la plaza.
O sea, que no hay excusas cuando las cosas no salen bien
No, ninguna. Los únicos problemas que puedo tener en la plaza son únicamente taurinos, como una racha larga de malos toros que no me han dejado expresarme o un pequeño bache que paso para matar, porque tengo un juego nuevo de espadas. Después de veinte años tuve que dejar el anterior porque una se me partió y las otras estaban ya muy gastadas de tanto afilarlas. Cuesta mucho adaptarse a unas espadas nuevas, aunque tengan las mismas medidas.
Si mal no recuerdo, tenía en su poder el fundón y las espadas de su paisano Rafael Ortega, aquel legendario estoqueador de los años cincuenta y sesenta.
Sí, las tengo en casa como joyas. Llevé ese fundón de espadas a mi debut con picadores en Las Ventas. Me lo dio su familia, que me tiene mucho cariño.
Aparte de hospitales y plazas, también se le ve en muchos actos sociales. Fue muy notable su presencia en el entierro y los funerales de Adolfo Suárez.
Solo quise devolver a esa familia una mínima parte del calor y del apoyo que siempre me han brindado. Quería estar lo más cerca posible de mi amigo Adolfo Suárez Illana, que ya en los últimos meses me comentaba que su padre se estaba apagando muy deprisa, que sentía como si se estuviera despidiendo de todos. Me une una entrañable amistad con ellos. Y son un ejemplo de entereza, como después ha demostrado el propio Adolfo hijo con su operación de cáncer. Era él el que nos animaba a los demás, con un gran sentido del humor incluso en los momentos más duros.
Esta tarde torea en Valladolid, pero no sé si le habrá dado tiempo a secarse de la tromba de agua que le cayó encima en su corrida de la feria del año pasado.
Jajaja. Aquella fue de las tardes en que me he quedado más quieto delante del toro para no resbalarme en aquella pista de patinaje. Lo tuve que hacer todo muy despacito para no caerme y para que el toro no se deslizara. Aun así, fue una tarde muy bonita porque hubo una gran comunicación con el público, que también aguantó el chaparrón y se merecía que le correspondiéramos con toda nuestra entrega.
Fue de esas tardes heroicas que los toreros siempre recuerdan con orgullo
Sí, porque torear en ese escenario era una barbaridad. Pero al final nos pusimos en manos de Dios y tiramos para adelante. La suerte es que los toros ayudaron y por eso acabó por ser una tarde gloriosa.
Esperemos que este año, si hay lluvia, que sea solo de orejas.
Ojalá.
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