Un integrante de The Wailers durante su concierto en la Plaza Mayor.

Bendito Bob Marley

The Wailers evoca en la Plaza Mayor el repertorio reggae de la mítica estrella jamaicana

Víctor Vela

Jueves, 11 de septiembre 2014, 08:31

Si acercas la nariz a este pliego de papel (es más difícil en la pantalla, pero intenta esnifar píxeles, si quieres) verás que estas letras recién salidas del concierto se han traído algo del olorcillo que ayer impregnó el entorno de la Plaza Mayor. Más humo entre el público que en el escenario. Mecheros que no solo sirven para agitarlos en las lentas. Bocas que parecen la antigua chimenea de La Cerámica. Un homenaje al ganja style. Un conciertazo en la Plaza Mayor. Petadísimo, en el amplio sentido de la palabra. Pero ojo, que el humo no te nuble la vista. Fíjate un poco más allá. Porque lo de anoche fue un monumento al take it easy, a tomarse la vida con tranquilidad, dejándose mecer por ese sonido envolvente del reggae, que te lleva a balancearte aunque no quieras, las rodillas flexionadas, los brazos lánguidos, hombros alternativos en el movimiento y una cabeza que se menea como el payaso que salta en una cajita sorpresa. The Original Wailers se dejaron caer por Valla-ta-ta-ta-ta-dolid y demostraron que hay vida más allá de la manida radiofórmula y miles de personas dispuestas a disfrutarla, arropada por banderas de Jamaica, por insignias con el rostro de san Robert Nesta, por sudaderas tricolores.

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Bicicle Thief muestra en la Plaza Mayor, y con voz propia, su sólida propuesta musical

  • Segundos antes de saltar al escenario, con la guitarra en bandolera y las canciones calentándose en dedos y gargantas, los ojos de los integrantes de Bicycle Thief miran hacia el cielo. Llueve. Y hay parte del público que corre a refugiarse bajo los soportales de la Plaza Mayor. Bah, no es nada. Cuatro gotas. Y la música puede con todo. No hay mejor paraguas que un calderón sobre una corchea. Así que el grupo de David Vila, Diego Herrero, David Martín y Carlos Flores sale al escenario dispuesto a mostrar su potente apuesta musical. Porque Bicycle Thief, el pucelano grupo de neorrealista nombre, ha conseguido lo más difícil para una formación hallar un sonido propio, reconocible, una marca de identidad que haga de su propuesta algo personal. Definen su estilo como indie folk y la etiqueta funciona más allá de los clichés, porque Bicycle Thief suena a mucho más. A canciones que se sacuden la santísima trinidad de la composición (estrofa, estribillo, puente) y ofrecen siempre algo más, una estructura trabajada para sujetar melodías atrayentes, que evocan la triste felicidad del paisaje cambiante. Hay varios vídeos en youtube para escuchar esta propuesta que no debiste perderte anoche. Porque cuatro gotas no son excusa.

La reseña de este concierto que si lo viste recordarás durante mucho tiempo quizá empieza a escribirse a las 23:03 horas del 10 de septiembre de 2014, cuando los médiums de Bob Marley salen al escenario, cuando te fijas en esos músicos con chalecos geométricos, rastas y gafas de sol, cuando empiezan a sonar Get up, stand up o Is this love y piensas que en este momento, con estos acordes, arranca todo. Pero en realidad lo que ahora escuchas es solo un eco, la invocación de un mito, las reverberaciones de una historia musical que resuena ahora en Valladolid (solo seis conciertos en España) pero que remite a cientos de instantes previos, quizá a aquel año 1972 cuando la vida de un hombre cambió para siempre. Ese año, el guitarrista Al Anderson (ese tipo con camiseta azul de manga larga que viste a la izquierda del escenario) se mudó a Boston. Para ganarse la vida, vendía antiguas guitarras a codiciosos coleccionistas y en una de esas transacciones conoció a Chris Blackwell, el jefe de una discográfica de Gran Bretaña que le invitó a viajar a este lado del Atlántico para grabar con él un disco. Esta historieta que seguro que también aparece en la wikipedia (la sepulturera del Larousse) tiene su miga. Porque si Al Anderson no hubiera cogido ese avión, nunca le habrían presentado a Bob Marley, que en 1972 se plantó en el Reino Unido para promocionar su incipiente carrera internacional. Era el año de Stir it up (la cuarta canción que anoche sonó en la Plaza Mayor). Y se cumple así la gran verdad universal de que la vida es un eterno tal vez, un perpetuo condicional. Porque si Al Anderson no se hubiera mudado a Boston, si no hubiera vendido guitarras, si no hubiera conocido a un promotor musical que lo invitara a Londres, si no hubiera ido allí ni conocido a Bob Marley. (Respiramos). Si Marley no le hubiera invitado a unirse a su grupo y Anderson no hubiera aceptado... entonces quizá porque la vida es una colección de quizás y a diario cambiamos los cromos quizá Anderson nunca hubiera decidido, años después, retomar el espíritu de su compañero de partituras para llevarlo alrededor del mundo con The Original Wailers, la banda que ayer invitó a Valladolid a llevarle flores, a ponerle una llamita (ya sabes) al recuerdo de Bob Marley. Porque nadie en el mundo, ningún artista, representa un estilo musical como él hace con el reggae (o el rocksteady o el ska), ese ritmo a contracorriente que nació en las calles de Jamaica para conquistar el mundo... y anoche Pucela como dijo el vocalista Chet Samuels en un resbaladizo castellano, se metió «en el cofre de las canciones míticas de Marley» y allí dentro se fumó a placer un concierto para no olvidar.

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