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Víctor Vela
Miércoles, 10 de septiembre 2014, 08:47
Y todo el concierto con el corazón en un puño, ayayayay, como se le caiga, ayayayayay, como se le resbale, ayayayay, que esto acaba por los suelos. El micrófono de Chenoa parece Pinito del Oro, colgado de un trapecio sin red. Es como una pulga viajera. Salta de mano en mano como la falsa monea de la copla. El micro de Chenoa da más vueltas que un vecino de Las Flores para ir a Pajarillos en el 3 de Auvasa. Más que pilas, necesita biodraminas. Y fijarte en su recorrido (ahora a la izquierda, alehop, cambio a la derecha, zacatá, otra vez a la izquierda) es como seguir un partido de Nadal en la central de Roland Garros. El micro de Chenoa es Willy Fog (el de los dibujos) y se da la vuelta al ruedo en una veintena de canciones. Chenoa triunfa en la Plaza Mayor y hace malabares con voz y micrófonos. A lo Circo del Sol bajo una luna llena.
Será porque le gusta el riesgo. Ayayay como se caiga. Lo dice cuando presenta Drama, la canción número doce de la noche, el momento en el que explica que se ha «tirado a la piscina», que inicia una nueva aventura al margen de las grandes compañías musicales, que camina de la mano ahora de un sello independiente, cogiendo las riendas de su carrera y mordiendo lapiceros para escribir sus propias canciones. Se ha subido al trapecio, con la red de sus fieles ahí abajo, y se mantiene en el aire con el orgullo de una mirada propia. Chenoa es mucha Chenoa. Y se expone como ese micrófono que pega saltos mortales de mano en mano aun a riesgo de caerse. O equivocarse.
Una valiente.
Eso sí, se tira a la piscina porque sabe que ahí abajo hay agua. O por lo menos, miles de manos dispuestas a recogerla, a amortiguar el golpe si es que llega. Porque Chenoa tiene un club de fans organizado como un equipo chino de gimnasia rítmica. Se vienen los chenoístas con tiempo suficiente y ocupan las primeras filas con globos, coreografías y tubos y tubos (y más tubos) de papelillos. Tiran tanto confeti que uno solo piensa en el sufrido barrendero que después tendrá que recoger las migajas de la fiesta. Ánimo. Estamos contigo.
Salen al escenario apostándolo todo al rojo, al negro y al no va más. Colores en su ropa y para combinar una noche especial en la que Culto Stereo presenta sus canciones en la Plaza Mayor. Dicen que sus influencias van desde Coldplay hasta U2 y parte de ello hay en unas piezas declamadas en español, aunque con la música mirando más allá de nuestras fronteras, con aires sajones y unos arreglos que coquetean con el pop independiente (esos coros buenos en Sombras). Canciones que sacan partido de la voz y el falsete de Miguel Pahíno, vocalista de Ultraviolet (la banda tributo al grupo de Bono que seguro que has escuchado en más de una ocasión) y que ahora se pone al frente de esta atractiva propuesta de canciones propias, mecidas a orillas del Pisuerga. El catálogo de Culto Stereo le reserva un papel vital a los teclados de Pedro Dieddro (con la muleta de los sintetizadores) y la potente batería de Cristian Cuenca, que se destapa, por ejemplo, en los primeros compases de Soñar despierto. Y sin olvidar a Leo Villafáfila y Fernando Delgado (guitarra y bajo).
Juega Pahíno con la escenografía, con ese medio pie de micro (a lo Freddy Mercury, palabras mayores) con el que inicia el concierto o con ese chaleco de neones rojos con el que despide los bises de la noche. Ahonda Culto Stereo su recorrido en la música pucelana y se bautiza en la Plaza Mayor con la presentación de su EP ( Primer contacto), la doble apuesta por su single Estrella fugaz y una versión íntima de Hazme olvidar en la recta final del recital. Varias cámaras sobre el escenario (y hasta en el micro del cantante) grabaron un concierto que seguro que puede verse pronto en las plataforma y redes sociales de las que Culto Stereo pidió que te hagas seguidor. Dale sin miedo me gusta.
Por lo demás, Chenoa salió roquera a la Plaza Mayor. Con escotado top y cazadorcilla de lentejuelas que le dura un par de canciones. «¿Hoy hace calor o qué pasa, chaqueta fuera o qué?», pregunta (o qué) a un público que no duda en pedirle (o qué) que se la quite, que se la quite (o...). Pues eso, espalda al aire para lucirla en un escenario sobre el que se hace las siete leguas de la Diputación. Le faltó ponerse las zapatillas de runner para acompasar una carrera que le lleva de cabo a rabo del palco, saludando y lanzando besos a la concurrencia; que no se quede nadie sin un mimito de Chenoa. Claro, que lo de moverse tanto quizá tenga su razón de ser, como confiesa la cantante: «Es que aquí tenéis los mejores pinchos del país». O sea, que a lo mejor cayó algún tigretostón y hay que quemar calorías como sea.
Chenoa juega con su imagen de dominatrix de peluche, de esponjosa castigadora, de mujer de carácter que libra sus batallas a besos y caricias. Y le pone subtítulos a las canciones, acompañando cada palabra con un gesto alusivo, por si se nos escapa el mensaje de la cosa. En Nada es igual, por ejemplo: «Me miran bien» (y se apunta a los ojos) «me miran mal» (y pone el pulgar hacia abajo) «lo piensas tú» (y te señala) «lo pienso yo» (y se señala). Una ayuda por si no ha quedado claro de qué va la canción en un concierto fetén en el que goza la cantante (se lo pasa pipa en el escenario) y con el que disfrutaron anoche miles de seguidores, la red de seguridad de Chenoa y su micro, en la Plaza Mayor.
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