Víctor Vela
Lunes, 8 de septiembre 2014, 11:50
Por aquí ni somos médicos ni tenemos los conocimientos parapsicológicos de Mariló Montero subcampeona olímpica de trending topics pero quizá podamos concluir (y es una teoría que deberá confirmar Science, Nature o el Qué me dices) que hay personas más peligrosas que muchos virus. Que un tipo envenenado puede complicarte la existencia más que el sarampión, que un tordo con mala leche es peor que la peor de las gripes, que hay vacuna para la malaria pero no contra los vecinos retorcidos. Hay personas con una sorprendente capacidad para contagiar mal rollo, para inocularte la cepa de la desconfianza, de la tirria, de la rabia, el resquemor. Y sí, conviene alejarse de ellos con mascarilla y guantes profilácticos. Gente chunga como la mala hierba. Sale donde menos te la esperas y es dificilísima de arrancar.
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A esa gente no le canta El Arrebato. «Cada día un poco mejor, es eso lo que quiero, ser un poco mejor», es lo primero que entona cuando se sube al escenario de la Plaza Mayor. Y encomienda todo el concierto a generar buen rollo. Porque si algún día le hacen la ficha policial a El Arrebato, si de algo se le puede acusar, será de envenenar con gominolas, de matar de caricias, de insultar con piropos, de contaminar los ríos con vertidos de simpatía. El Arrebato le canta a la buena gente, a esas personas que solo pueden contagiarte cariño. «Me siento afortunado sin tener fortuna», tararea. «Cuidaré como un tesoro la sonrisa de tu boca», afina.
Raúl Olivar clavó ayer por la tarde su mirada en el cielo pucelano, despegó sus dedos de la guitarra y los cruzó con fuerza, el deseo de que otra vez no, este año no, con lo del septiembre anterior ya fue suficiente. Suspendieron el concierto en 2013. Su guitarra quedó muda inundada por la maldita lluvia. Ayer, con las nubes abriéndose en canal sobre Valladolid, Raúl Olivar se juró que esta vez no. Y dejó de llover. Así que se sacudió las últimas gotas del disgusto del año pasado, afinó a su compañera, templó nervios y cuerdas y subió al escenario para desquitarse. Un año después, Raúl Olivar le ganó la batalla a la lluvia. Y su victoria la disfrutaron miles de vallisoletanos. Miles. Un público numerosísimo (lo firmaría sin duda alguno de los platos fuertes de ferias pasadas) que pudieron gozar con el flamenco elegante que propone Olivar, con creaciones propias (esa bulería llamada Lluvia que regaló una vez domesticada la tormenta vespertina) y homenajes a Bebo Valdés y Paco de Lucía. Una joyita de concierto en la Plaza Mayor acompañado por César Díez, Jonathan García, José Luis Jiménez, Iván Carlón, Miguel Ángel Recio y la preciosa voz de Yaiza Herrero.
«No se trata de estar vivo, se trata de vivir», dice en otra estrofa, que canta mientras abre los brazos, como entregándose, mientras se balancea como un teletubbie, mientras levanta un dedo al cielo, da palmas, hace pitos y pide aplausos. El Arrebato abarrotó el escenario con guitarras y lamparitas a lo pasillo de Dajoluz, y llenó una Plaza Mayor que lo escuchó cantar y contar. Porque pones a Javier Labandón (el nombre real del artista) en una tertulia de la tele y no deja meter baza ni a Elisa Beni ni al Marhuenda. ¡Aquí hay carrete! «Ole, viva Valladolid y viva Pucela. Hasta el cielo se ha emocionado, que se ha jartao de llorar. Ofú, yo no estoy acostumbrado al agua», dice una vez pasado el chaparrón de la tarde, y pide un aplauso para esos técnicos «que han hecho malabares» para montar el tinglado contrarreloj y que todo suene a la perfección. Y hay más mensajes: «Tenemos que darle importancia a las cosas que tienen valor por encima de las que tienen precio. Porque las cosas que nos hacen felices no tienen precio. Porque es más valiosa la sonrisa con la que envolvemos el regalo que todo lo que podemos meter en esa caja. Porque me gusta el paisaje que veo desde aquí lleno de sonrisas, y no esas caras que ponemos cuando vemos el telediario».
Lo dicho, un concierto consagrado a arrancar malas hierbas, a vacunar contra el mal humor, a llenar la vida de caritas con sonrisa, como el whatsapp de un adolescente. Y qué coño, que si el Pisuerga canta el himno del Sevilla, a ver si alguien consigue que el aúpa el Real Valladolid suene junto al Guadalquivir.
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