
Valladolid, como el resto del mundo, entró en el oscuro túnel del miedo al desabastecimiento. Llegó la pandemia y, con ella, la fiebre de compras en los supermercados. La pulsión histérica por acaparar el papel higiénico, los primeros días, y productos para la repostería como la harina o la levadura, más adelante, vació las baldas de las tiendas. Vanesa Blanco, responsable de carnicería en un súper de La Cistérniga, lo experimentó en primera persona. Recuerda que vivió la primera semana del estado de alarma «fatal, con muchísimos nervios, tensión y miedo». Los clientes ni tan siquiera esperaban a que el género estuviera colocado en el mostrador, sino que «se lo llevaban directamente de los palés». «Ha sido impresionante. Carros hasta arriba, estanterías vacías, gente esperando junto a los camiones para ser los primeros en coger los productos... No había visto algo así en mi vida», señala Blanco.
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A principios de junio, el supermercado retomó el pulso de ventas previo a la crisis. Ahora, con perspectiva, esta dependienta afirma que la crisis ha traído consigo un cambio en los hábitos del consumidor. «Compran para más tiempo y guardan la distancia en las colas, pero también se ha demostrado el egoísmo de cada uno». «Durante semanas, se llevaba el producto el que fuera más rápido; había gente que no paraba a pensar que detrás podía venir un anciano», sentencia.
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