
Familia residente en una finca
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Familia residente en una finca
«Somos muy felices viviendo en mitad del campo y no echamos de menos nada»A escasos dos kilómetros de Mota del Marqués y otros tantos de Villalbarba se encuentra la Granja San Ignacio, también conocida como Finca Cirajas. Un ... pequeño núcleo apartado, donde la familia Revuelta Martín vive rodeada de naturaleza, recuerdos y nuevas ilusiones. Allí llevan instalados desde 1968 y allí han creado su proyecto de vida que han ido transformando con los años haciendo de este lugar de la provincia un espacio único.
Durante décadas, la Finca Cirajas fue propiedad de los jesuitas de Villagarcía de Campos. Sus 1.000 hectáreas de terreno y muchos cientos de cabezas de ganado, servían para abastecer su comunidad religiosa y al colegio de San José en Valladolid. En 1968 la finca fue comprada por Rafael Martín Arranz. La hija de éste, Camino Martín y su marido, Macario Revuelta, se entregaron en cuerpo y alma a hacer crecer la producción de esta finca. «Vivíamos en Valladolid y Macario iba y venía a diario. Los niños y yo, veníamos los fines de semana y durante todas las vacaciones. Hasta que llegó un momento en el que decidimos instalarnos aquí definitivamente. Fue la mejor decisión que podíamos tomar», relata Camino. Quien recuerda que en aquellos primeros años la finca era un verdadero poblado. Vivían allí pastores, jornaleros, familias enteras. Había escuela, capilla, viviendas... Llegaron a ser más de 40 personas conviviendo. Pero con los años, la realidad del campo cambió. «La ganadería fue a menos y ya no había pastores ni vaqueros que quisieran quedarse aquí», relata Macario.
Lejos de rendirse, los Revuelta Martín decidieron adaptarse y reinventarse. «Siempre hemos vivido aquí y nunca hemos querido marcharnos», cuenta este matrimonio. Por eso, cuando las naves y las casas de los antiguos obreros quedaron vacías, vieron una oportunidad. Tras años de obras y gestiones poco a poco fueron creando un importante complejo turístico al que denominaron La Aldea Colorada, con una casa rural, varios apartamentos rurales completamente accesibles, un salón de banquetes con capacidad para grandes celebraciones, impresionantes jardines y todo ello, conservando la esencia de la aldea original. «Lo último que hemos hecho ha sido convertir la nave de los cerdos en una gran sala para barbacoas de interior. Nuestro objetivo es ofrecer un servicio completo, que combine el turismo rural con la esencia del campo», asegura esta familia.
Actualmente, viven en la finca Macario y Camino, sus hijos Rafael y José Ignacio, que son los actuales gerentes de la finca, la pareja de uno de ellos, sus tres nietos y un empleado. «Vivimos todos muy cerca, cada uno en su casa, pero compartimos el mismo entorno. Es una vida muy tranquila», explica Camino.
Aunque están apartados del núcleo urbano, no sienten carencias. Los niños van al colegio en Tordesillas y los mayores apenas tienen que salir de su pequeño paraíso. «Tenemos todo lo que necesitamos. La carne, fruta, pescado e incluso el agua, nos lo traen hasta la puerta. ¿Para qué queremos más? Nuestros nietos podían haber ido al colegio de Mota, pero como empezaron la guardería de pequeños en Tordesillas ya han seguido allí, que es donde tienen los amigos», comenta Camino.
«Aquí tengo libertad y calidad de vida y cuando voy a Valladolid, enseguida me agobio. Y lo mejor es que aquí no estoy sujeto en horario. Somos muy felices viviendo en mitad del campo y no echamos de menos nada. Quizás si que me gustaría que viviera aquí más gente, como cuando yo era pequeño. Pero por lo demás… considero que es un lugar ideal donde vivir», dice José Ignacio, uno de los dos hijos de Camino y Macario.
Acuden casi a diario a Mota del Marqués, donde disponen de todos los servicios. Hay bares, restaurantes, gasolinera… y lo que no hay, lo encuentran en Tordesillas. «Aunque no vivamos en el núcleo urbano, nos sentimos muy integrados en el pueblo. Todo el mundo nos conoce y siempre colaboramos en todos los eventos. Las administraciones deberían intentar fomentar la vuelta a los pueblos. En 1968, cuando mi suegro compró la finca, había 850 habitantes en Mota del Marqués, y había años, que en la capilla de nuestra finca había más niños de comunión que en el pueblo. Hoy el censo apenas llega a los 330 habitantes. Es una lástima ver como los pueblos se quedan en nada», opina Macario
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