Aunque se empieza a ver luz al final del túnel de la covid, la irrupción de la pandemia en las aulas tendrá consecuencias que se prolongarán en el tiempo y de las que costará librarse. «Ha sido como un lapsus que lo ha parado ... todo. El trabajo para mejorar la emotividad y el clima escolar se ha perdido. Hay que volver a empezar de cero». Es el contundente diagnóstico de la presidenta de la Asociación de Orientación Educativa de Castilla y León, Mariola Rodríguez.
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Un nuevo estudio viene a poner sobre la mesa la ingente tarea que toca desarrollar a toda la comunidad educativa para recuperar una vida interna lo más sana posible. El portal de empleo y formación a la carta Jobatus ha realizado una encuesta entre más de 10.000 colegios del país para conocer cómo encaran el curso recién estrenado.
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En Castilla y León han participado unos 500 centros (cerca de un 40% del total) y los datos son preocupantes. Prácticamente todas las instituciones encuestadas (98%) señalan como su principal obstáculo para la enseñanza poscovid las «dificultades comunicativas y relacionales». Además, el 65% admiten «retraso en la consecución de objetivos y competencias».
El informe no se mete en el desarrollo curricular, sino que se centra en los aspectos emocionales. Así, el 79% del profesorado reconoce alguna consecuencia psicológica. Se impone el agotamiento (94%), la ansiedad (68%) y la depresión (31%). También casi nueve de cada diez sufren otros trastornos como insomnio, preocupación o incertidumbre.
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Entre los alumnos, la cifra de los que sienten los efectos psicológicos de este año y medio de sobresaltos alcanza el 43%. Y una cifra similar (42%) admite sentir más agresividad en su entorno, y hasta un 85% han notado el bajón en su desempeño escolar. Incluso se desliza un llamativo 10% de chicos y chicas que reconocen haber sufrido ciberacoso.
Es lo que la portavoz de la Federación de Sindicatos de Trabajadores de la Enseñanza (STECyL), Christina Fulconis, llama «cansancio pandémico» derivado de la confluencia de «las nuevas condiciones laborales y el aumento de presión sobre los docentes derivado de la docencia indirecta».
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De hecho, la encuesta de Jobatus no está muy alejada de la que publicó STECyL hace unos meses. El 54,9% de los docentes dijo sufrir «dificultades para concentrarse», un 32,5% se sentía superado por las preocupaciones hasta el punto de perder el sueño y uno de cada cuatro había padecido algún «cuadro depresivo».
Los profesores describían una «atmósfera emocional» marcada por la «tristeza, pasividad y bajo estado de ánimo» (46,3%), que lleva a situaciones de estrés al 68,6% y a temores o irritación a entre el 42% y el 46%.
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Entre las causas que habían agudizado esta situación y que deben tratar de corregirse en el curso que acaba de arrancar, se apunta la falta de contacto social, la carga excesiva de trabajo, la falta de medios digitales y la ausencia de desconexión digital. Y aspectos más emocionales como «lo costosa de la comunicación entre docente y alumnado» por las mamparas, las mascarillas y la distancia obligada.
«Esto lo que demuestra es una de las grandes lagunas de la educación: trabajar la inteligencia emocional como asignatura», asegura Juan Fontanillas, orientador educativo en el instituto de Arroyo La Flecha.
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La figura del orientador es clave en los centros escolares. Son una especie de 'bisagra' cuya labor es hacer un seguimiento de cada alumno para prevenir dificultades de cualquier tipo que limiten su desarrollo educativo, social y emocional. Fontanillas fue uno de los pioneros de un programa que inició la Consejería de Educación hace tres años para impulsar clases de gestión emocional. Con el inicio de la pandemia se suspendió todo.
«La educación es comunicación -reflexiona Fontanillas-. Cuando hay barreras como ahora, esas emociones se transforman en malos modos. En Secundaria se han reducido las agresiones, pero se han multiplicado los casos de agresividad».
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Es el mismo diagnóstico que refleja la integrante del Consejo Escolar de Castilla y León y profesora en el instituto Vega de Prado (Valladolid), Raquel Medina. «Hay una burbuja de apatía y ausencia tras la vuelta a las aulas. Se ha traducido en el aumento de casos graves de ansiedad, aunque la violencia se ha reducido».
Esta docente admite lo complejo que se ha hecho «intentar educar a los alumnos en emociones. Peleas contra todas las redes sociales que, durante el confinamiento, han sido su vida».
Pilar García une a su condición de orientadora (instituto Leopoldo Cano, Valladolid) su formación de Psicóloga especializada en los más jóvenes. Intenta ser positiva y valora «el compromiso de los profesores y la mayoría de los estudiantes por su capacidad de resiliencia». Pero diagnostica nuevos problemas en «alumnos que han perdido pautas por falta de atención». Habla de jóvenes que reclaman atención, de «chicos con trastorno de ansiedad y familias preocupadas». Pero que no son atendidos porque «los recursos son escasísimos».
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Enfrentarse a estas situaciones es un reto para la comunidad escolar. Por eso, la figura de los orientadores es clave. La enseñanza pública solo dispone de un profesional por centro, independientemente del número de alumnos. Coinciden en una queja unánime. No es suficiente. «Hay gente que trabaja en tres o cuatro sitios. Nos sentimos claves en la mejora educativa. La ley marca que no tendríamos que dar otras clases pero nos usan de comodín», resume la presidenta de su asociación, Mariola Rodríguez. En los centros privados suele haber al menos dos orientadores, lo que redunda en una mejor detección de situaciones conflictivas.
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«No hay un modelo de orientación. Y deberíamos trabajar con dedicación exclusiva», apunta Juan Fontanillas. Sin embargo, estos profesionales suelen ser el 'muelle' para el resto de docentes. Hacen de coordinador de convivencia, tutor, clases de asignaturas sueltas... Como indica Mariola Rodríguez, «las metodologías progresistas han regresado a una fase industrial, a modelos anteriores que suponen pasos atrás».
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Esta realidad ha obligado a una mayor conexión con los servicios de salud. «No he hablado tantas veces con Salud Mental en mi vida. Todas las semanas les trasladamos algún caso», asegura con preocupación Fontanillas.
Esto explica en parte por qué la Unidad de Psiquiatría del Hospital Clínico de Valladolid registró en 2020 un incremento de la lista de espera de consultas clínicas de adolescentes y niños del 93,4%. En este 2021 han logrado bajarlo al 55%.
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También los datos de la Fundación Anar (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo) en 2020 (de todo el país)apuntan que se han alcanzado cifras récord a causa de la pandemia en ideación suicida (aumento 244%), ansiedad (280%), baja autoestima (212%) y depresión (87%).
Hay otros efectos colaterales. Educación dispone de un servicio de atención domiciliaria por trastornos de personalidad para que los alumnos que pasan más de un mes en casa no pierdan comba con las clases. «Hay una demanda mayor este año», sentencia Pilar García.
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Este colectivo se siente también «ahogado» por la presión burocrática. «Nos tienen todo el día rellenando papeles. Lo que hace falta es estar más con los chavales y rebajar tensiones», resumen los profesionales que reclaman a la Junta que elabore «el decreto que regule la figura del orientador y que nunca ha salido».
Mientras algo así llega y se adaptan los planes curriculares a la nueva ley, desde el sector se lanza una propuesta. «Incluir una asignatura de educación emocional» en los programas.
No hay cifras muy exactas pero el número de orientadores escolares en Castilla y León no llega al millar , lo que se traduce en ratios muy elevados de alumnos para cada profesional. En la Asociación Profesional de Orientación Educativa de la región, la única existente, más de 200 profesionales luchan por hacerse visibles. Su presidenta, Mariola Rodríguez, tiene claro que «nuestro papel es clave porque detectamos todo».
La factura que se está pagando por los efectos de la covid en las aulas le parece muy elevada. «Todo se ha parado. Los planes de educación emocional se han caído. Hay que empezar desde el principio y con una pérdida de años» . Y, con los medios actuales, será aún más difícil porque, según los cálculos de los asociados, por cada 700 alumnos hay media jornada de trabajo de un orientador . Es un apoyo muy insuficiente».
Este colectivo no se libra de la fatiga pandémica del resto de la comunidad escolar. El Real Decreto de Especialidades que rige su labor no les asigna asignaturas específicas. Sin embargo, las carencias en los centros hacen que «nos estén usando de recambio constante para las clases de apoyo sueltas». De hecho, en Castilla y León se les asignan entre seis y nueve periodos lectivos (clases) por profesional.
El resultado es que se ven obligados a «llevarnos el trabajo a casa» , si quieren hacer la labor de seguimiento de las necesidades de los alumnos más allá de las asignaturas.
En muchos casos constata Rodríguez que el rendimiento escolar de los estudiantes ha sufrido bajones «pero resulta muy difícil de detectar». Y a veces lo hace más complejo el hecho de que haya familias que «prefieren buscar las soluciones fuera del ámbito escolar» . En todo caso intenta ser positiva y, aunque admite el «cansancio de los docentes», destaca que «va desapareciendo de forma progresiva la tristeza tanto en las familias como en los chicos y chicas».
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