
Valladolid misteriosa
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Valladolid misteriosa
El fatal desenlace del triángulo amoroso de la leyenda de Campo GrandeEsta leyenda está recogida y recreada en verso por José Zorrilla en sus 'Obras Completas', donde incluye una composición anterior, titulada 'Recuerdos de Valladolid', con el nuevo nombre de 'Justicia de Dios'. El propio poeta conoció esta narración tras escucharla repetidamente en Valladolid a un fraile carmelita que era amigo de su padre.
El poeta reconstruyó la leyenda de Campo Grande, ambientada a principios del siglo XVII, en torno a tres capítulos: un triángulo amoroso, un error judicial y las dudas de fe que este provoca en un monje como testigo de un asesinato.
Todo comienza cuando doña Ana Bustos de Mendoza es requerida por don Tello Arcos de Aponte para contraer matrimonio. Pero ella mantenía su compromiso con don Juan de Vargas, que tuvo que abandonar Valladolid tras ser acusado de estar implicado en una muerte. Antes de su partida, doña Ana le había prometido un año de espera, pero transcurrido año y medio no habían recibido noticias de él a pesar de las gestiones de la familia Mendoza, que había conseguido que fuese perdonado por el rey y la Justicia. Esto produjo dudas en la mujer sobre la fidelidad de su amado.
En ausencia de don Juan, doña Ana fue cortejada por don Tello Arcos de Aponte, al que comunicó esta situación de espera y prometió que se casaría con él si pasaba un año. Un impaciente don Tello, le planteó a la mujer que, como ese plazo había transcurrido, deberían casarse al día siguiente así que comenzaron a preparar los detalles del enlace.
Mientras, un caballero con espada cruzaba la puerta del Campo Grande sobre un potro negro a galope. Después recorría las calles más próximas, iluminadas por tenues faroles y se detuvo ante una casa en cuya fachada aparecía el blasón de los Mendoza. En la oscuridad de la noche el hombre llamó a la puerta golpeando repetidamente la aldaba. Don Tello acudió a abrir y comprobó estupefacto que era su rival amoroso, don Juan de Vargas.
Don Tello explicó a don Juan que se iba a casar con doña Ana, palabras que produjeron la irritación del pretendiente ausente. Así que don Tello retó a don Juan a un duelo y ambos llegaron a Campo Grande para iniciar el combate. Pero tras duras embestidas, reiteradas caídas y agotadas las fuerzas tras el crujir de los sables, el duelo estaba muy igualado.
Fue entonces cuando don Tello decidió ganar con astucia, así que fingió ver llegar en su ayuda a un hombre por detrás de don Juan. En ese momento, provocó la distracción de don Juan y aprovechó para hundir la espada en su rival. No iba a ser el único episodio violento que iba a tener en este escenario.
Desde su celda del convento de San José -que se encontraba donde hoy se levanta el monumento a Cristóbal Colón- un fraile capuchino observó, mientras permanecía en silenciosa meditación, que un hidalgo, espada en mano, corría detrás de un hombre al que alcanzó. El monje reclamó a gritos la presencia de la milicia para que fueran detenidos, pero el extraño personaje cayó herido de muerte mientras su ejecutor se daba a la fuga. Otro caballero, que se percató del incidente, acudió a socorrer a la víctima.
En ese momento, se personaron los oficiales de Justicia, que le detuvieron como presunto autor de la agresión al aparecer junto a él una espada ensangrentada. Cuando le pidieron su identificación, el arrestado declaró ser don Tello de Aponte y fue conducido al calabozo por la guardia nocturna. El monje, que había contemplado impotente todo el incidente, al ver el error de los guardias exclamó: «Si no hay justicia, no hay Dios».
El juicio despertó una gran expectación en la ciudad. En la sala compareció don Tello con grilletes en los pies ante una multitud de curiosos. Cuando le preguntaron si era el responsable de la muerte de aquel hombre respondió que no, que el verdadero asesino había huido poco antes.
El juez le pidió que explicase por qué los soldados habían encontrado junto a él una espada bañada en sangre, ante lo que relató de nuevo la historia. Dudando de aquella insistente declaración, el juez decidió que don Tello fuera conducido de nuevo a la sala con evidentes muestras de tortura, entonces reconoció ser el asesino para evitar mayores sufrimientos.
En ese momento irrumpió en el juicio el monje capuchino. Al ser preguntado por el juez el motivo de su presencia, el religioso aseguró haber sido testigo de lo sucedido y su deseo de impedir un error de la justicia, pero el juez hizo prevalecer la reciente confesión jurada del reo en cumplimiento de la ley.
No obstante, don Tello fue preguntado de nuevo sobre su confesión, volviendo a manifestar ante todos los presentes el haber matado a un hombre, algo que en realidad hacía por el remordimiento de conciencia del asesinato de don Juan, su rival en asuntos amorosos, del que nunca se encontró al culpable. La nueva declaración motivó la ratificación de la sentencia firmada por el juez. El monje, totalmente sorprendido por aquella confesión de don Tello, para él incomprensible, abandonó la sala murmurando: «¡Si no hay justicia, no hay Dios!».
El día de la ejecución las calles de Valladolid estaban llenas de hidalgos, clérigos y militares que se dirigían a la Plaza Mayor. Don Tello fue conducido atado sobre una mula enlutada, acompañado por un fraile y de un pregonero que voceaba la sentencia. En el cadalso fue reconfortado por el capuchino, que se había acercado hasta allí con la esperanza de que llegara el indulto que había solicitado al rey, al que había enviado su testimonio.
El monje comenzó a proclamar que el reo era inocente, pero el verdugo consumó la ejecución de don Tello en la horca. En medio de un impresionante silencio, el capuchino desapareció entre la multitud, pero volvió su cabeza hacia la horca y gritó: «¡Si no hay justicia, no hay Dios!»
Durante los días siguientes a la ejecución de don Tello, las dudas comenzaron a asaltar las creencias del monje, que empezó a retirarse en solitario a meditar a orillas del Pisuerga mientras no paraba de repetir: «Si no hay justicia, no hay Dios».
Cuando las luces del atardecer se iban apagando, observó que sobre el agua llegaba flotando un cuerpo. Fue entonces cuando reconoció el cadáver de don Tello y bajo cuya cabeza aparecía el cadáver de otro hombre. Asustado por aquello, el monje quiso huir, pero en ese momento don Tello le habló preguntándole si le había reconocido.
Tras la respuesta afirmativa del aterrado fraile, don Tello le pidió que contemplara el rostro desvaído del cuerpo que se encontraba debajo de él y le explicó que se trataba de don Juan de Vargas, al que había matado a traición en un duelo y que él era el desconocido autor de su muerte, para hacerle comprender su confesión ante el juez.
Desde Valladolid misteriosa te contamos la leyenda de la huida de un noble italiano del castillo de la Mota de Medina del Campo a principios del siglo XVI.
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Alberto Echaluce Orozco y Javier Medrano
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