Eran las once de la noche del jueves cuando el turismo alquilado se cruzó en el camino de la moto que conducía Luis Ángel Rodríguez Peñas en el Camino Viejo de Simancas. Según todos los indicios, invadió el carril y provocó una colisión frontal que ... acabó con la vida de este mecánico vallisoletano de 61 años de edad, casado y con un hijo y una hija. Los dos ocupantes salieron a la carrera y se refugiaron en un colegio cercano. Allí se dirigieron los policías, alertados por los vecinos, y dieron con uno de los dos hombres, copiloto, del que se sabe que se había fracturado un brazo y era quien alquiló el vehículo. En la búsqueda, un agente resultó herido al sufrir una caída. Al conductor, de nacionalidad marroquí, de 33 años, le hallaron más tarde, por la mañana, cuando una vecina que paseaba a su perro se lo encontró inconsciente en el Callejón de la Alcoholera, a quinientos metros del lugar del accidente mortal.
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Los agentes los condujeron al hospital Clínico, donde ha ingresado en el módulo de prisión y se esperaba a conocer el resultado de las pruebas de toxicología para determinar qué presuntos delitos se le pueden imputar al conductor, ya que el acompañante, en todo caso, podría haber incurrido en omisión de socorro, según fuentes de la Subdelegación del Gobierno.
«En el 75% de los accidentes entre una moto y otro vehículo, la culpa es del otro vehículo», recuerda Mariano Parellada, del motoclub La Leyenda Continúa, que también conocía a la víctima, Luis Ángel Rodríguez Peñas, que pasó toda la vida rodeado de coches y motos, de piezas, de pintura. Y no por trabajo. O no solo.
Antes de convertirse en un número en la estadística negra de los accidentes de tráfico, Luis Ángel Rodríguez Peñas era un hombre conocido y respetado en el mundillo del motor. Desde que con «14 ó 15 años», calculan quienes le conocen, lo había vivido en el taller familiar que su padre tenía en la Rondilla, en la calle González Dueñas. Desde hace algo más de tres décadas trabajaba en el Polígono San Cristóbal, en la calle Turquesa, donde él y sus dos hermanos, Rafael y Ana, llevaban el negocio familiar. «Era un crack de la pintura», coinciden varios de sus conocidos. Y Santiago de Garnica, especialista de motor de El Norte y conocido de la víctima, arroja algunas pistas sobre esa descripción. «Decía que no le gustaban los coches-cromo», explica. O lo que es lo mismo. Esos coches restaurados que se repintaban con pinturas actuales, muy distintas en sus componentes, y por tanto en la textura final, de la que lucieron cuando se estrenaron quizá medio siglo antes. Así que Luis Ángel se afanaba en conseguir ese efecto como fuera. José Julio Rodríguez fue aprendiz en su taller, ya en el Polígono San Cristóbal, de 1988 a 1995, y recuerda que «se enfadaba porque decía que había que dar siempre lo mejor y hacer siempre lo mejor posible. Siempre decía que podía quedar mejor». Esa pasión por lo suyo le llevó también a impartir cursos sobre restauración de vehículos clásicos.
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Cuando llegaba la hora del cierre, a las siete de la tarde, no era raro que se quedara con la fresadora tratando de fabricar una pieza adecuada, o buceando en la web en pos de ese repuesto antiguo... «Se pasaba el día buscando piezas, sabía dónde llevar tornillos a cromar para que quedaran bien», explica José Julio.
Luis Ángel llegó en 2013 a Valladolid Motor Vintage con un coche con historia. Un Riley azul, una especie de Mini con maletero, de esos que se hacen simpáticos y fotogénicos en medio de un festival de nostalgia, que había pertenecido a la mujer de Emilio Botín. Con su matrícula de Santander aún puesta, lustroso y en perfecto estado, cuentan que él, a su vez, se lo había regalado a su esposa.
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«Estaba muy metido en coches antiguos, en exhibiciones, rallies», cuentan. Pero no solo eso. También llevaba a amigos a sus bodas en alguno de los coches que había restaurado. Colaborador habitual en exposiciones de Pingüinos o La Leyenda Continúa, cuenta Mariano Parellada que a él le había restaurado una Sanglas. Y también se había hecho hace poco con una Kawasaki 800 antigua que le tenía entusiasmado, su próximo trabajo de artesanía. «Era muy prudente, le gustaba arreglarlas y conducirlas, tenía un montón de ellas y las había llevado a exposiciones», cuenta Chema, de su entorno familiar. Santiago de Garnica lo define como «una persona muy conocida en el ámbito de coches y motos clásicas, iba a muchas concentraciones».
Y hay quienes le recuerdan con sus obsesiones entre las manos. Un Citroen 11 Ligero negro. «Puliéndolo a mano, porque las máquinas eran caras. Con pintura que quedaba mate, luego había que lijarlo y abrillantar», dice José Julio. Con un Humber con el que paseó por Recoletos en otra edición del Motor Vintage. Con un clásico antiguo «con la caja de madera», que hubo que restaurar a mano. Con Lambrettas y Vespas, tantas que no se pueden contar. Con la Sanglas, o una Peugeot de 1953, o la Ducati 250 Deluxe de 1972. O con esa Kawasaki recién adquirida que era su último reto.
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