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Era conocido como 'el samaritano' o 'hermano Carlos'. Su compromiso con los más desfavorecidos ha sido inquebrantable desde que en 1965 comenzó su labor solidaria. Carlos de la Fuente Soladana ha fallecido este sábado a los 82 años de edad y deja un vacío «importantísimo» entre aquellos que colaboraron con él o recibieron su ayuda en algún momento.
Viudo y padre de dos hijos, Carlos y María del Pino, De la Fuente era maestro nacional de formación y trabajó en la empresa vallisoletana Fasa en el departamento de transportes, siniestros y urgencias. Esa experiencia en logística fue la que aplicó en su empeño por mejorar la vida de los que peor lo pasan. Aquí y en el resto del mundo, porque este «coordinador del bien» movía la solidaridad allá donde hiciera falta. Siempre atento, siempre alerta a los que le podían solicitar ayuda a través de su blog diseloacarlos.org o de otras entidades que recurrían a él con urgencia conociendo su efectividad e implicación total.
Lo confirma su amigo y compañero en la tarea Enrique Espinel. «Lo mismo era capaz de llevar a Ecuador doscientas bicis del depósito de la Policía que ya no tenían dueño, que transportaba en un contenedor a Angola el material de un quirófano que ya se había retirado de un centro hospitalario de Valladolid», recuerda su colega. A 'el samaritano' «no le gustaba tocar dinero». Movía material, alimentos... Cuando en alguna cena benéfica se recaudaba una cantidad, él se la entregaba a sus colaboradores para, de inmediato, adquirir lo necesario para cubrir algunas de sus variadas misiones en puntos nacionales o internacionales marcados por la pobreza.
En la pandemia se jugó el tipo con los suyos para repartir más de cien mil comidas preparadas en espacios críticos a los que nadie accedía. Primero, lo gestionaba con la empresas de 'catering' que colaboraban con su labor y luego lo trasladaba allá donde sobrevivían los más olvidados, como los 'sintecho' que fueron acogidos en las instalaciones del Seminario.
Su prolongada dedicación a las actividades benéficas, con esa «furgona» que él conducía y en la que ha repartido toneladas de bondad, le llevaron a ser reconocido con los premios nacional y local del voluntariado, entre otros galardones a los que daba la importancia justa, porque tenía claro que había que seguir trabajando. Siempre. Sin descanso.
Más de medio siglo ha dedicado a esa especie de oenegé unipersonal en la que «confiaban todos»: las cientos de empresas que le respaldaban y las entidades que recibían esa ayuda, entre ellas muchas congregaciones religiosas. «Es mi pasión desde que empecé en 1965, es mi única ocupación y el motor de mi vida», explicaba emocionado en una entrevista publicada por El Norte de Castilla en 2014. «Yo nunca pido. No soy un mendicante. Llamo, me acerco, saludo... Me entero de los que necesitan algo y de lo que pueden hacer mis amigos para cubrir esas necesidades», relataba en el mismo reportaje.
Su liderazgo era muy potente. «Llegamos a crear un nombre, Ulvimesa (últimos viernes de cada mes sin apelación). Sonaba como a una empresa, pero se trataba de una comida que celebrábamos para organizar todas las cosas que había que hacer, no se podía faltar y allí él demostraba que era el 'alma mater', un grande y un experto en buscar soluciones para lograr sus objetivos: que la ayuda llegará allí donde era urgente», subraya Espinel. Y todo sin darse importancia, como uno más, pero con una determinación que admiraba a todos.
Hasta el último momento ha estado al pie del cañón. «Le hes dicho a sus hijos que a Carlos no es necesario hacerle un memorial ni un homenaje, porque todos los que hemos tenido el privilegio de conocerle lo llevaremos siempre con nosotros», recalca su amigo. Sus restos descansan ya en el Tanatorio El Salvador, donde este domingo a las 10:00 horas se celebrará su despedida. Descanse en paz.
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