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Viernes 22 de noviembre, día de paraguas en Valladolid. El cementerio de El Carmen acoge un acto judicial extraordinario: la exhumación de un cadáver y no, como suele pasar en las películas, porque hayan aparecido nuevas pruebas de muerte violenta que permitirán resolver un caso ... de asesinato. Tampoco, esta vez, ha tenido que ver con recuperar la memoria histórica en las fosas comunes donde yacen los represaliados de la Guerra Civil. No. Más bien, con recuperar oro. En concreto, ocho muelas forradas con el aúreo metal. La comisión judicial, paraguas en mano, junto con miembros del Instituto de Medicina Legal, dos forenses, integrantes de la Policía Científica encargados del reportaje fotográfico y empleados de Nevasa para desenterrar el féretro. En total, unas catorce personas rodeaban la tumba del fallecido, que fue sepultado hace seis años y que falleció de muerte natural, sin que, en principio, nadie hubiera sospechado que, en torno a su deceso y posterior ceremonia fúnebre, podría haberse producido alguna cosa extraña.
Sin embargo, sus hijas, dos hermanas, ambas residentes en Bilbao, han estado durante todo este tiempo dando vueltas y vueltas a la cabeza a que su padre «tenía un rictus raro» cuando se despidieron de él, antes de darle sepultura, sin saber que el descolgamiento de mandíbula o la mueca torcida es «muy frecuente cuando se trata de ancianos», indicaron fuentes jurídicas. Pero, sin conocimientos forenses, sospechaban las herederas que a su progenitor le habían extraído, antes o durante el proceso de las pompas fúnebres, varias piezas dentales de oro porque «tenía la cara doblada». Pero no fue hasta que se enteraron del caso del supuesto 'cambiazo' de los ataúdes cuando se armaron de valor y decidieron realizar una solicitud judicial para que se exhumaran los restos mortales de su padre, con el fin de constatar si se había producido o no un delito, además de la sustracción del oro, de profanación de cadáver.
La comisión judicial, primero, valoró que los restos mortales, una vez desenterrados, fueran trasladados a la morgue para realizar la comprobación. Pero, dado el tiempo en que el cadáver había estado bajo tierra, seis años, los expertos en medicina legal apuntaron que tal vez no fuera necesario el traslado del cuerpo completo, como así ocurrió. In situ se examinó la calavera, que ya estaba desprendida del cuerpo y se comprobó que el fallecido, para tranquilidad de sus deudos, mantenía en su sitio toda la dentadura, incluidas las ocho muelas de oro.
Así que, a la vista de que el fallecido había sido enterrado como Dios manda, se le volvió a dar sepultura por segunda vez. Todo el procedimiento duró aproximadamente una hora. Solo le queda al Juzgado de Instrucción 1 de Valladolid completar el expediente con algunos flecos que restan y dictar el auto archivo.
Tras la psicosis destada en Valladolid por el 'cambiazo' de los ataúdes, que llevó a decenas de familias a apuntarse en la lista de la policía para integrar la acusación como perjudicados en la causa, esta es la primera secuela colateral de la denominada operación Ignis, que estalló el pasado mes de enero como resultado de la investigación policial por la supuesta sustitución de unos seis mil ataúdes destinados a la incineración en el crematorio de la necrópolis de Santovenia por otros de menor calidad durante un periodo de veinte años. Una causa compleja que está en proceso de instrucción judicial desde entonces y en la que se investiga a una veintena de personas, empleados y familiares vinculados al grupo funerario Parque El Salvador fundado por el empresario Ignacio Morchón, principal investigado en el procedimiento.
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