«Como tío de dos niños asesinados, sé lo que siente la madre de Anna y Olivia»
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El abogado Alberto Sabador revive con los últimos infanticidios el asesinato de sus sobrinos a manos de la madre«Mi hermano llamó a casa para preguntar a mi excuñada por qué no había llevado a los niños al punto de encuentro y ella le dijo que al niño le dolía la tripa y colgó. Él volvió a insistir con una segunda llamada ... y descolgó un policía. Le dijo: es mejor que se venga usted para acá. Así es como se enteró». El abogado Alberto Sabador fue la muleta en la que se apoyó su hermano Óscar, que tras el shock inicial, no hacía más que hacerse una pregunta: por qué su exesposa sedó, acostó y asfixió a sus dos hijos, de 11 y 9 años, en el piso familiar de Parquesol el 8 de diciembre de 2010. Desde que la familia en Madrid recibió la llamada del director del instituto en el que trabajaba su hermano como profesor de educación física, el tío de los niños asumió la tarea de ser el portavoz y asesor legal. Su sobrina, M., tendría hoy 21 años y el pequeño, J., habría cumplido 19. Todos se intercambian mensajes con corazones en cada uno de sus aniversarios, unidos como una piña alrededor de su memoria.
Ha pasado más de una década de aquello y la tristeza se ha hecho compañera del dolor pero, reconoce el tío de los pequeños, primero fue el odio hacia María del Carmen C. S. C., una madre solícita y perfeccionista hasta la obsesión, a quien el divorcio desequilibró hasta tal punto que mató a sus hijos –según contaron los especialistas durante la instrucción del caso–, porque «tenían que estar con ella o con nadie». Poco antes de comparecer ante un jurado se colgó de un cordón en su celda de Villanubla en un descuido de la reclusa que la acompañaba a todas partes, precisamente para evitar que se suicidara. Alberto Sabador cree que su excuñada, que hasta entonces había negado lo ocurrido y no habló ante el juez, se quitó la vida en «un momento de lucidez, de comprender lo que había hecho» y se mató en cuanto tuvo una oportunidad.
El padre de los niños, Óscar, ha recompuesto su vida en Madrid, después de un doloroso proceso de aceptación orientado a dejar de preguntarse una y otra vez por qué su exmujer hizo lo que hizo. «Mi hermano era lo único que preguntaba cuando llegamos al hospital, donde le habían ingresado en estado de shock». Después tenía muchas esperanzas en que se aclarara todo en el juicio, «aunque yo le dije que ningún juicio le iba a dar la respuesta, si acaso algo de justicia».
Alberto Sabador habla también por boca de su hermano «para dejar claro la rabia que nos produce el trato diferente que dan los medios a los asesinatos de niños en función de que el autor haya sido el padre o la madre». Se refiere directamente a que los medios «han echado el resto» con la búsqueda de las niñas de Tenerife y del padre, pero el caso de Yaiza, la niña de cuatro años asesinada por su madre, quien ha reconocido que lo hizo para vengarse del padre de la pequeña, «ni de lejos ha tenido la misma repercusión y ha ocurrido esta misma semana». La sociedad, insiste, «lo ve de manera diferente, se asume que el hombre es violento y que la mujer tiene que tener una justificación y eso no tiene sentido: ambos son asesinos de niños, sin excusa ni justificación, apellidos de género o filiaciones políticas».
No es partidario de comparar los casos. Señala que el perfil de los autores de estos filicidios es completamente distinto y que lo único que les une es que ambos eran progenitores y se encontraban en un proceso de divorcio o separación muy dura y que no asumían. «Mi excuñada se creaba imágenes irreales, al final fue locura, estaba enferma y no creo que lo planificara como el padre de las niñas de Tenerife o José Bretón para hacerle todo el daño posible a las madres. Ella utilizó lo que tenía a mano, sus propias pastillas». María del Carmen estaba en tratamiento, en un contexto de divorcio que no asumía.
Cuenta que su excuñada se deterioró a pasos agigantados en un año y medio, pero eso lo supieron después del crimen. La relación de los padres de M. y J,, que atravesaban un durísimo procedimiento de divorcio, era completamente insostenible y la expareja no tenía contacto directo alguno. Tal es así que «la entrega» de los niños, que estaban bajo la custodia de la madre, se realizaba en el punto de encuentro de Aprome. Los profesionales de este centro, durante la instrucción, reconocieron el deterioro progresivo de la mujer. «Pero nadie lo advirtió y sabían que cada vez estaba peor, desvariaba, estaba perdiendo el norte. Solo que nadie pensó que pudiera hacer daño a los niños».
El tío de los pequeños recuerda que llevaban un año y medio de divorcio «muy duro, con un dolor brutal» y la lucha de su hermano «para estar con los críos, poder disfrutar de ellos algunos fines de semana y las vacaciones fue una terrible lucha». Por eso, «lleva metido en el alma que le culpabilizaran con este tema, cuando ni siquiera estaba allí». Ella tenía la custodia y se quedó con los menores en el piso familiar de Adolfo Miaja de la Muela, mientras que él se quedó a cargo de pagar la hipoteca, la pensión compensatoria y se fue a vivir a una habitación de alquiler. «Mi hermano tuvo a los niños solo tres fines de semana porque todo eran excusas. Los niños, además, empezaron a presentar el síndrome de alienación parental, sobre todo la niña, que era más mayor», señala el tío. El primer verano consiguió que fueran a pasar quince días con él y con toda la familia a la playa. Tengo grabada la absoluta paciencia de mi hermano con sus hijos, sobre todo con la niña, la pasividad, cómo le trataba de mal. Los niños le gritaban al padre. Fue un verano que empezó mal, pero al final, con los primos y la abuela, estuvieron a gusto. «Ahí fue la espoleta, ese verano», cree Alberto. «Cuando te pasa algo como esto buscas un porqué, nunca te lo vas a sacar de la cabeza. Hubo un momento en que ella tuvo miedo a perder a los niños, que fueran felices, que tuvieran una relación normal con el padre. Que vinieran contentos de las vacaciones no lo pudo permitir». Desde que volvieron de la playa, Óscar no volvió a ver a sus hijos con vida.
El portavoz de la familia paterna precisa que en el bufete en el que trabaja «hemos visto divorcios muy duros, pero no llegas a pensar en estos extremos, en que te pase algo así a tí. Lo que más recuerdo de mi hermano fue que estuvo en todo momento intentando mantener la dignidad. Debía estar enferma, decía».
Sobre la personalidad y el comportamiento de su excuñada, apunta que «siempre fue muy estricta consigo y su entorno, rayaba en la obsesión, era muy recta. A los niños les tomaba la lección y decía: 'Tenemos un examen'. Según los informes aportados a las diligencias judiciales, era muy obsesiva, controladora de cualquier acción relacionada con sus hijos y su marido. Tenía que tener el control absoluto». Pero con el divorcio, se le vino abajo todo su mundo y a partir de ahí comenzó su descenso a los infiernos.
Socialmente era una madre ejemplar, muy volcada con sus hijos. Con su educación, participaba activamente en el Ampa del colegio, se preocupaba de que fueran bien vestidos y fueran educados a niveles que rayaban la enfermedad. Pero esto, la familia paterna lo supo después de la tragedia, al descubrirse unas cartas que este letrado no duda en calificar de «brutales». Simplemente, antes del divorcio, la familia pensaba que María del Carmen «era un poco lo contrario que mi hermano, profesor de gimnasia, todo el día en chándal, con los niños, volcado en el deporte».
Con la ruptura, la mujer comenzó a obsesionarse con que él quería irse a Madrid y llevarse a los niños. «Cuando mi hermano no tenía ninguna intención de irse de Valladolid, donde llevaba 15 años viviendo, estaba absolutamente integrado en la ciudad. Bromeaba y decía que cada vez que iba a Madrid se perdía en la M-30».
Alberto Sabador es de la opinión de que «cualquiera que es capaz de matar a sus hijos es alguien que va contra natura. Esta mujer perdió la cabeza y nadie se dio cuenta en su entorno, ni los médicos ni los servicios sociales ni los juzgados. En el caso de las niñas de Tenerife hay más maldad, pero los dos son asesinos, han asesinado a sus hijos. Sus motivos me dan igual. En el caso nuestro, es el síndrome de Medea: si no son míos no son de nadie y les libero de una situación que cree que va a ser peor para ellos. Afortunadamente, mi hermano nunca lo entendió como un daño hacia él, y eso le ha ayudado a seguir con su vida».
Han sido demasiados infanticidios en los últimos once años, desde que ocurrió el crimen de Parquesol. Asunta, los pequeños de José Bretón, el 'Pescaíto' Gabriel, ahora las niñas de Tenerife, Anna y Olivia, Yaiza... Alberto Sabador reconoce que «me sigue costando mucho ver este tipo de noticias, me revuelve. Me dejan una sensación de dolor, de vacío». Y recuerda que cuando ocurrió lo suyo (intencionadamente procura no pronunciar la palabra asesinato), ni su hermano ni el resto de la familia tuvo a su disposición un servicio psicológico «de oficio» para ayudarles a enfrentarse a lo ocurrido y por eso lo reivindica. «En ningún momento el sistema nos ofreció apoyo psicológico, institucional y humano a la víctima, que era mi hermano». Tuvieron que buscar ayuda por su cuenta y agradece al psicólogo una frase «que nos vino muy bien a toda la familia y yo hoy quiero ofrecérsela a la madre de las niñas de Tenerife. Nos dijo: yo no os voy a tratar el dolor o ayudaros a que entendáis lo que ha pasado, sino a enseñaros a convivir con ello». Así que, «vamos a vivir con esto, hay que integrarlo». «¿Qué le diría? Que comparto su dolor, no es una frase hecha porque sé lo que se siente como tío de unos niños que han sido asesinados y también comparto que es necesario saber dónde están para acabar con la incertidumbre».
Indica este letrado que el sistema, «por saturación y falta de medios», falló dos veces: la primera, cuando no se detectó el grave deterioro mental de su cuñada «y, de hecho, a partir de entonces se revisaron todos los protocolos». La segunda, cuando ya estaba en la cárcel a la espera de ser juzgada por un tribunal del jurado y consiguió quitarse la vida, a pesar de que le habían aplicado el protocolo antisuicidios. «No la protegieron y eso nos generó una enorme sensación de desamparo y frustración». Pero, sobre todo, pone el énfasis en «la parte más débil de la sociedad», los menores, las personas discapacitadas, los ancianos. Considera que «había que tener más sensibilidad» cuando las personas más vulnerables se ven inmersas en largos procedimientos de divorcio o incapacidad que precisan de informes psicosociales y los equipos tardan muchos meses en realizarlos porque no son suficientes y están saturados de trabajo. «Los mayores se mueren antes de que se emita ese informe de incapacidad que puede tardar año y medio, y eso es porque no hay medios suficientes. Como profesional del Derecho no estoy criticando el sistema, pero el gran volumen de asuntos, la masificación, contribuye a dilatar y a hacer más penosos los procedimientos. Se necesita más gente y medios».
«Es cierto», reconoce, «que hay quienes solicitan un informe psicosocial como herramienta para prolongar las medidas durante año y medio, que es lo que suelen tardar en emitirse estos informes. Estamos hablando de la parte de la sociedad más vulnerable, la familia, los menores, las personas incapaces y discapacitados y los tenemos que proteger. Tenemos que intentar adelantarnos para que no ocurran estas cosas y no permitir divorcios brutales donde los niños son utilizados por los padres para conseguir lo que quieren».
Valladolid puso el broche del largo puente festivo del 9 de diciembre de 2010 con una noticia que estremeció a la opinión pública: una madre del barrio de Parquesol, María Carmen C. S., de 40 años, había matado a sus dos hijos. Según revelaron las autopsias, la madre les administró un somnífero la noche anterior, un ansiolítico con lorazepam, los acostó y después les asfixió mientras dormían. Al día siguiente avisó a un vecino del inmueble de que los menores estaban muertos.
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