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miguel a. conde
Valladolid
Lunes, 11 de julio 2022, 14:27
«El encierro, el encierro es lo que marca esta fiesta». Así ve Álvaro Olmedo los Sanfermines. Álvaro es regente del Café Bar Justo, un bar «rondillero» de pura cepa, con 50 años de historia a sus espaldas. Se ha convertido en un lugar de encuentro para disfrutar de los partidos de fútbol, o simplemente para tomar una cerveza en su terraza, pero lo que de verdad hace único a este establecimiento es su manera tan peculiar de celebrar los Sanfermines.
Es cierto que en muchos bares españoles se sigue con pasión la fiesta pamplonesa, declarada de interés turístico internacional, pero la tradición en el Bar Justo va más allá. Cada 7 de julio se reúnen los clientes para disfrutar de las carreras vestidos con la indumentaria típica de la fiesta. El bar se inunda de pañuelos rojos y camisetas blancas. La distancia que separa Valladolid de Pamplona es de más de 300 kilómetros, pero adentrarse en este local es como sumergirse de lleno en Estafeta.
Álvaro Olmedo
Dueño del Bar Justo
Los Sanfermines se viven con una emoción enorme. Además de los pañuelos rojos y las camisetas conmemorativas con el nombre del bar, los casi veinte parroquianos que se reúnen para ver el encierro en directo por la tele agitan los periódicos y corean los cánticos tradicionales de la fiesta. «A San Fermín pedimos, por ser nuestro patrón, nos guíe en el encierro dándonos su bendición», este himno entonan todos a coro mirando a la televisión. Álvaro, entre café y café, se encarga de recordar que falta poco para que empiece la carrera, y hace la cuenta atrás.
Los escasos minutos que dura cada encierro -en torno a dos minutos y medio- son comentados por los presentes en el bar. Si un corredor se cae, o si algún animal hace un movimiento extraño, los clientes analizan las 'jugadas'. Al acabar la carrera, la llegada de los toros a la plaza se celebra con un chupito de licor y unas pastas. Para los que asisten todos los días a ver la retransmisión, Álvaro se ha convertido además en una figura de buena suerte. «Este nos espanta el virus, no deja que lo cojamos» comenta uno de los feligreses.
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La tradición en este bar comenzó casi sin querer. «Todo esto empezó porque algunos empezaron a cantar a la televisión, entonces fue cuando se me ocurrió la idea de ir a Pamplona y comprar un San Fermín» cuenta Álvaro. Actualmente, la figurita preside un armario cercano a la máquina tragaperras, con una vista privilegiada de las caras de los feligreses. Desde entonces, comenta, cada año se ha ido añadiendo algo a la celebración. «Un año hicimos los pañuelos, al otro las camisetas», cuenta el hostelero a modo de ejemplo.
Es por ello que la respuesta fue recibida con entusiasmo. Desde el 6 de julio que comienza la fiesta, hasta el 14 que termina, un grupo de unas veinte personas llena por completo el local, y no hay un solo cliente que no tenga la indumentaria dispuesta y las ganas de disfrutar de la carrera.
Álvaro rige el bar junto a su hermano Carlos Olmedo. Lleva en el negocio once años, y cuando llega San Fermín, se levanta a las seis de la mañana para abrir el local y comenzar con los preparativos. Cuenta que, aunque llevan muchos años viendo los encierros, esta peculiar manera de celebrarlos, con pañuelo incluido, se les ocurrió más tarde.
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El bar comenzó siendo una bodeguilla en la que se vendía vino para su consumo en casa. Después, Justo, de quien lleva el nombre, lo transformó en lo que es hoy. Según cuenta Álvaro, le precedieron en el cargo el propio Justo y otro dueño, por lo que ya son tres generaciones diferentes las que dan vida al local situado en la Calle Cardenal Cisneros, en Rondilla.
El bar es la manera que algunos de los clientes tienen de volver y disfrutar de la emoción de las fiestas sin tener que desplazarse al lugar. Muchos de ellos corrieron de más jóvenes en los encierros y, otros tantos, aunque no hayan asistido nunca, lo celebran como si hubieran sido corredores de toda la vida.
Los parroquianos llevan en la sangre esta fiesta, aunque no muchos tengan relación con Pamplona. Todos ellos viven los escasos minutos de duración de cada carrera como si fueran los últimos y, terminado el recorrido del día, periódico en mano, pañuelo al cuello y camiseta blanca, vuelven a sus casas para descansar del madrugón y seguir con su jornada habitual antes de repetir al día siguiente. Así, hasta que la fiesta finalice el día 14, cuando los parroquianos entonarán, con el mismo sentimiento nostálgico de los pamploneses, el 'Pobre de mí'.
Es indudable que los Sanfermines levantan pasiones, y no solo el Bar Justo celebra con tanta euforia la fiesta. Larry Belcher, nacido en Ohio, Estados Unidos, ha sido profesor de traducción en la Universidad de Valladolid y esta semana ha recibido el premio 'Guiri del año' en Pamplona. Este reconocimiento premia a los extranjeros que viven San Fermín como si fueran locales e intenta arrancar del pensamiento de la gente los prejuicios que puedan tener sobre la visión extranjera de la fiesta.
Según cuenta Noticias de Navarra, Belcher lleva 44 años visitando la ciudad navarra. Su pasión por San Fermín proviene de un viaje que realizó a la ciudad en 1976. Desde aquel entonces se enamoró, tanto de la ciudad como de la celebración. Su vida ha estado ligada a los toros desde su infancia en una granja de Ohio, donde jugaba a torear las vacas que tenía su familia, pero fue desde la retransmisión de 'La corrida del siglo' en 1971 que quería convertirse en torero.
Ese sueño no cuajó, y al final dedicó su vida a las letras, convirtiéndose en un experto internacional en la vida y obra de Ernest Hemingway, y trabajando para el mundo del cine y la televisión como traductor. Sin embargo, el haber sido galardonado como 'Guiri del año' por Katuki Saguyaki -la firma del dibujante Mikel Urmeneta- le ha acercado, de alguna manera, a ese sueño de la infancia, y ha hecho que Valladolid, de paso, se acerque aún más a los Sanfermines.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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