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Plano de Valladolid, de Gonzalo Gómez, del año 1952. El Norte
Por qué el Estado te 'espía' gracias al nombre de tu calle

Valladolid

Por qué el Estado te 'espía' gracias al nombre de tu calle

La tipología y numeración de las diferentes vías ha sido clave para la organización social y el control político y económico desde el siglo XVIII

Víctor Vela

Valladolid

Domingo, 6 de agosto 2023, 00:02

En la antigua Roma, casi todas las calles carecían de nombre. La ciudad llegó a tener más de cien kilómetros de vías públicas, pero la mayoría no había sido bautizada de forma oficial. «En los documentos, se referían a las direcciones, por ejemplo, como la calle que está conectada con el foro, uniendo los dos arcos». Se hacía referencia a las características urbanísticas (la calle torcida que hay junto a las termas), comerciales (la que tiene un puesto de frutas frente a la taberna) o vecinales (donde vive fulanito del tal).

Lo cuenta la abogada Deirdre Mask en 'El callejero', un ensayo publicado por Capitán Swing que repasa curiosidades sobre cómo el ser humano ha llamado a las calles a lo largo de la Historia. Cuenta que disponer de una dirección facilita la planificación política, la atención sanitaria (los servicios de emergencia saben dónde dirigirse) o mejoran la participación política: el derecho al voto. Facilitan nuestra vida. Y ayudan a escapar de la pobreza.

«La falta de direcciones privaba a quienes vivían en los suburbios de oportunidades para salir de ellos», explica la autora en el libro. «Sin una dirección, es casi imposible conseguir una cuenta bancaria. Y sin esta, no puedes ahorrar dinero, ni pedirlo prestado, ni recibir una pensión». Pero también le dan ventaja al Estado: vigilancia, registro de propiedades, cobro de impuestos, emisión de multas...

  • Título: 'El callejero'

Los primeros intentos de organizar el callejero se dieron durante la Edad Media, cuando se usaban los nombres de profesiones o de los lugares hacia los que conducían. En Valladolid, el primer callejero que se conserva es el de Ventura Seco, del año 1738. Y allí ya podemos ver las calles de Herradores, Olleros, Platerías, el camino de Cigales o el de Renedo. El 16 de noviembre de 1770, Valladolid publicó una norma en la que se obligaba a los inquilinos de las viviendas (fueran o no propietarios)a poner un azulejo (costaba tres reales y 16 maravedíes) con el nombre de la calle y el número de la casa. Lo recuerda Juan Agapito y Revilla en 'Las calles de Valladolid', donde recupera el documento que el propio Ventura Seco escribió, en su 'Diario de Valladolid'.

Fue un primer paso para organizar el callejero y a sus vecinos. En 1839 hubo que renovar aquellos azulejos, muchos ya desaparecidos. Y la operación se tuvo que repetir cinco años después. El 30 de noviembre de 1858 se obligaba a repasar la numeración, y año y medio más tarde, el 24 de febrero de 1860, el Gobierno obligaba a todos los municipios del país a poner nombre a sus calles y asignar un número a cada vivienda.

Numeración de las calles

La numeración «no se inventó para que te orientaras mejor por la ciudad o para recibir el correo, aunque cumplen muy bien ambas funciones. En realidad, fueron diseñados para que fuera más fácil encarcelarnos, controlarnos y gravarnos. Los números no existen para ayudarte a encontrar el camino, sino para que el Gobierno pueda encontrarte», cuenta el historiador Anton Tantner.

En el libro de Deirdre Mask se recuerda que en el año 1770 (el mismo en el que Valladolid publicaba aquella orden que obligaba a numerar las calles), la reina María Teresa de Austria ordenó un reclutamiento de armas de todos los jóvenes en edad de alistarse. El problema era que no había forma de contarlos. ¿La solución? Numerar las casas de todos los núcleos de población.

«Al asignar un número a cada puerta y hacer un listado de sus ocupantes, la casa dejaba de ser anónima». Y también quienes vivían en ella. Para conseguirlo, desplegó a 1.700 oficiales y funcionarios por su imperio. Mask cuenta otra curiosidad: las placas con los nombres de las calles fomentaron la alfabetización, sobre todo entre los lacayos, que debían saber leer para entregar un mensaje.

¿Cómo numerarlas? Un consejero de George Washington, Clement Biddle, propuso en EEUU que los pares se colocaran en un lado de la calle y los impares en otro. Lo implantó en Philadelphia, en 1790.

Numeración en varias calles de Valladolid. V. V.

En Madrid, en 1834. Los números más bajos, en la zona más cercana al centro de la ciudad. Esta medida se adoptó también en Valladolid y la referencia es la Plaza Mayor. La gran operación para facilitar la numeración en Valladolid se desplegó en 1862. El 6 de abril, el gobernador de la provincia contactó con un fabricante de azulejos de Valencia para suministrar estas placas a todos los pueblos de la provincia (la capital quedó al margen).

Cambiar el nombre a las calles ha sido además una operación habitual en los cambios de régimen a lo largo de la Historia. Esta corriente, cuenta Mask en su libro, se inició en la Revolución Francesa. «Los nombres de las calles son la herramienta propagandística perfecta. Estás obligado a pronunciarlo», recuerda la autora. También en Valladolid ha habido cambios (durante la República, el franquismo y, recientemente, por la ley democrática de Memoria Histórica).

«La nomenclatura de las calles -escribe Mask- está vinculada a la identidad, la riqueza y a la raza. Pero casi siempre tiene que ver con el poder: el poder de nombrar, el poder de transformar la historia, el poder de decidir quién cuénta, quién no y por qué». Por eso, añade, «los nombres de las calles transmiten una narrativa importante: cómo el poder ha mutado y se ha extendido a lo largo de los años».

Un paso más en la organización del callejero vino con los distritos postales, que en las capitales españolas llegaron en 1961.

El código postal actual, el de cinco cifras (las dos primeras por orden alfabético de la provincia: Valladolid, 47) se extendió desde 1981. En 1987 ya lo tenían todas las localidades del país.

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