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Calzaría a la perfección como localización de la serie 'Cuéntame'. Con su cabina de fotomatón y todo. Cincuenta años después de su inauguración –se estrenó el 1 de septiembre de 1972– mantiene esa imagen retro que devuelve al espectador a los estertores del Franquismo. ... En una ciudad que se ha consolidado como uno de los destinos más atractivos de interior del país, Valladolid ha dejado morir a su estación de autobuses, un enclave tétrico y decrépito, a pesar de ser la recepción oficial de los que nos visitan en autocar.
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La enfermedad se agravó hace justo veinte años. La firma del convenio del soterramiento en 2002 anunciaba que se levantaría un flamante relevo, cerca de la parada de trenes, para sustituir a este edificio sin atractivo arquitectónico alguno y disfuncional al máximo. Y en este solar, pisos en vez de vehículos colectivos. Para qué gastar si se iba a hacer una nueva, se comenzó a pensar entonces. Y hasta aquí hemos llegado.
Un paseo por las instalaciones permite comprobar su abandono. Estructuras oxidadas, marquesinas sobre la zona de embarque sucias y deterioradas, el suelo desgastado, cartelería antigua y rota, baldosas cascadas, desconchones por doquier, baños con pintadas, urinarios arrancados y tazas sin asiento ni tapa... Hubo un tiempo en que encima de cada dársena de estacionamiento una pantalla informaba de llegadas y salidas. Quizá para intentar darle un toque de modernidad y despistar así la mirada. Ahora solo quedan los marcos de hierro retorcidos con los cables al aire. Fue un espejismo. A este enclave no le falta un detalle. Para mal. Todo es como cutre en la instalación de la manzana de Puente Colgante, Gabilondo y San José.
Eso sí. Cumple su función. Salen y entran autobuses. Registra semanalmente 3.533 expediciones, con una distribución diaria en jornadas lectivas de 233 llegadas y 355 salidas. En 2019 movió cuatro millones de pasajeros. El virus de la covid-19 redujo un 50% los viajeros en 2020 y un 30% en el 2021 sobre esa base prepandemia. Público tiene.
Reconoce José María Calleja, desde 1985 despachando dulces y aperitivos en uno de los puestos que aún quedan abiertos, que «todo lo que se diga es poco». «Está completamente abandonada. No sé si dependerá de la Junta o de la asociación de transportistas, que son los que la gestionan... A veces las puertas no funcionan, estamos medio a oscuras, la pintura no hay más que mirarla... Unos por otros la casa sin barrer», denuncia. El veterano tendero fía para largo la construcción de la nueva sede que sustituirá al que también fue hogar laboral de su padre . Él ya está de salida –se jubila próximamente– pero ver languidecer, en una agonía tan prolongada, al que ha sido su espacio de trabajo durante 37 años le duele.
Lo mismo que a Belén Plaza, de Modas Dorlen, quien reconoce que la finca presenta una imagen «deprimente». Esta comerciante añade, además, un aspecto que apuntalan el resto de inquilinos. «Desde que los autobuses hacen paradas en diferentes puntos de la ciudad cada vez llegan más vacíos aquí, con lo que no hay casi público», lamentan. Afecta a las cajas.
En Embutidos Ballesteros, un clásico con escaparate a Puente Colgante, trabajan «bien» con una clientela fiel del entorno. Su encargado, Roberto Hernández, 33 años dándole al cuchillo en esta surtida carnicería de la terminal, lo tiene claro. «Necesitaría una reforma buena, modernizarla, pero como están esperando a la nueva... Deja un poco que desear, las puertas cada dos por tres están estropeadas. El alumbrado a veces se les olvida encenderlo. La zona de las dársenas esta deteriorada... Necesita una gran reforma. Se hacen cositas, pero es pan para hoy y hambre para mañana», argumenta. Ina Rodríguez, propietaria de un locuorio-ultramarinos con productos sudamericanos, sí que salva dos mejoras:«ahora está más limpia y hay más seguridad». Por lo menos...
A día de hoy es casi mejor, por orgullo patriovallisoletano, que los turistas que llegan en autobús no desembarquen en ella. El cartel de bienvenida en cinco idiomas situado entre la hilera de doce bancos del edificio de viajeros no compensaría el susto que se pueden llevar.
La última obra de calado se llevó a cabo en 2003, según apunta la Junta, propietaria de la estación, cuya gestión tiene encomendada, en régimen de concesión, a una sociedad formada por empresas de transporte. Las siguientes han sido parches. «Y malos», confirman los residentes. Sí que en 2015 hubo un amago para intentar que el remiendo –un millón de euros– se notara algo. La Concejalía de Urbanismo recibió entonces al que fue gerente para escuchar un proyecto de acristalamiento de la zona de dársenas que buscaba mejorar las esperas de los clientes. No prosperó. En 2019, se volvió a sacar el mismo plan del cajón . La licencia no se llegó a solicitar.
El objetivo ya es la nueva estación. Eso parece cuando no se vislumbra, de momento, ni una mínima puesta al día de la actual terminal. El recambio llegará, como pronto, dentro de tres años, según estiman en Urbanismo. Se ubicará en una parcela de los antiguos talleres de Renfe en el ámbito del triángulo de avenida de Segovia con Farnesio. Antes, habrá que derribar las naves ferroviarias, aprobar el proyecto de distribución del suelo y urbanizar. El concejal Manuel Saravia explica que la parcela prevista se sitúa hacia el interior, con lo que el edificio tiene que contar con buena conexión hacia los accesos, así como con todos los suministros. El terreno tiene que estar para entrar a construir. Y eso tardará.
La Consejería de Fomento, que se encargará de la obra y cuyo coste pagará la Sociedad Valladolid Alta Velocidad (tiene reservados 30 millones), avanzó en noviembre que la futura terminal necesitaría una superficie cercana a 15.000 metros cuadrados y espacio para entre 25 y 30 dársenas de aparcamiento, además del bloque para viajeros.
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