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«Sabía que podía cogerlo, como cualquier otra persona, y que mi edad no era garantía de nada. Pero cometí el error de creer que si lo cogía sería como una gripe, pero la verdad es que se pasa mal; tengo varios amigos jóvenes que hasta que lo han superado... Y lo pasaron realmente mal, con mucha fiebre y vómitos». Ana Guerrero, vallisoletana de 26 años, reconoce que infravaloró al coronavirus. Creía que si se contagiaba lo pasaría muy leve o no se enteraría. Que sería «similar a un catarro». Y en cierta parte así fue. Dice que tan solo notó la presencia de la covid en su organismo durante «dos o tres días». «Pero vaya días», matiza la joven. Tuvo fiebre y «estaba muy cansada, como si me hubiera pasado un camión por encima. Estuve dos o tres días que no podía ni levantarme de la cama», admite.
Sin embargo, el peor trago no llegó por su estado de salud, sino por el de sus progenitores. Carmen García, de 75 años, y Manuel Guerrero, de 77, también se habían contagiado. Al principio, los primeros diez días, era tan solo una sospecha. Pero después, con el empeoramiento de su padre, que acabó en un traslado al hospital, llegó la confirmación a través de los correspondientes test: el «bicho», como se refiere la joven, había 'atacado' a la familia Guerrero García.
Todo ocurrió cuando el país estaba sumido en su primer estado de alarma. «Ella se sentía rara, estaba como muy cansada. Su temperatura corporal suele ser bastante baja, pero se tomó la fiebre y tenía 37 y medio y pensé: 'Uy, esto es muy raro'. A los dos días se le pasó y mi padre empezó a encontrarse un poco mal, que si un poco de fiebre, diarrea... Pensábamos que habíamos cogido un catarro, pero estábamos todos un poco raros. Yo tuve un poco de fiebre y mucho malestar. No llegué a perder el olfato, pero sí el gusto», comenta Ana Guerrero, al tiempo que destaca su «preocupación» en todo momento por cómo podría afectar la covid-19 al organismo de sus padres, «ya mayores».
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Asimismo, explica que le costó «muchísimo esfuerzo» tanto que atendieran a Manuel como que les hicieran el test para confirmar lo que, conforme avanzaban los días y evolucionaban los síntomas, sospechaban. «Mi padre tiene varias patologías, es mayor y nos preocupaba si había cogido el virus. Empezó a subirle mucho la fiebre y era una desesperación para que nos hicieran caso. Estuvimos nueve días hasta que conseguimos que viniera una ambulancia», añade.
Finalmente, le hicieron la PCR, dio positivo y permaneció un mes ingresado en un hospital de la capital vallisoletana. No llegó a ingresar en la Unidad de Cuidados Intensivos, pero Ana Guerrero señala que «había veces que los médicos nos lo pintaban bastante mal». «Te pones en lo peor. Sí que es cierto que nos iban informando, la verdad es que los médicos se portaron muy bien con nosotros, pero las noticias no siempre eran buenas y no sabían si mi padre iba a salir de esa. No entró en la UCI de milagro, nos dijeron que era como la última opción», relata, al tiempo que sostiene que, cuando mejoró, «nos reconocieron que estuvo muy malito».
Mientras Manuel Guerrero luchaba contra el coronavirus desde el centro hospitalario, Ana y Carmen hacían lo propio desde casa. Pero ellas ya eran «prácticamente asintomáticas». «Después de un mes, mi madre seguía dando positivo, aunque ella se encontraba bien y no tenía ningún síntoma. Yo salvo los dos primeros días, tampoco», incide la joven, mientras asegura que, si bien ni ella ni su madre tienen secuelas, la covid a día de hoy ha dejado huella en su progenitor. «Él aún tiene secuelas. Se encuentra muy cansado, fatigado y con dolores en las manos. Nosotras, a priori, no», continúa.
Desconoce esta vallisoletana dónde pudieron contagiarse, aunque recalca que «siempre hemos sido muy cuidadosos y yo no he hecho el bobo con las mascarillas ni juntándome mucho».
De hecho, afirma estar «bastante enfadada» con aquellas voces que meten a todos los jóvenes en el mismo saco. «También hay muchos que somos responsables, aunque sí que hay muchos que no tienen consciencia, pero como también puede haberlos de otras edades», indica. También cree que «se abrió demasiado la mano con las reuniones familiares y de amigos» en Navidad. «Está visto que la gente ha apurado con todo y ahora estamos como estamos», opina, al tiempo que considera que «deberíamos haber sido con restricciones y si no se hubiera podido celebrar nada, mejor que mejor». «Navidades hay muchas, era el momento de cuidarse», concluye Ana Guerrero.
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