Rogelio casi no puede subirse a la bici con la que se ha acercado hasta el Barrio España. Del manillar cuelgan dos bolsas de plástico llenas con botes de menestra, con paquetes de macarrones y arroz, con un par de botellas de aceite que le ... están a punto de desestabilizar. A su espalda, una mochila negra con la cremallera rota y más víveres en su interior. En cada mano, un peluche recogido el pasado fin de semana por el Recoletas Atlético en Huerta del Rey y que ahora Rogelio lleva a casa para que su hija de 8 años tenga algo nuevo con lo que jugar. Y en el bolsillo, un papel oficial con el seguimiento de su solicitud de protección internacional.
Publicidad
Rogelio, un exmilitar venezolano que huyó de su país para buscar la paz, es una de las casi cinco mil personas atendidas por el programa Entrevecinos desde que hace doce años este proyecto solidario echó a andar. Fue en 2011, con el paro disparado y miles de hogares golpeados por una crisis del ladrillo que llenó de cascotes unas economías en ruina. La tasa de desempleo estaba entonces en el 18,45%. Se puso por encima del 22% dos años después.
Fue la primera de las tres grandes crisis económicas que ha tenido que afrontar Entrevecinos en su atención «inmediata, integral, coordinada y específica» a personas desfavorecidas que necesitan cobijo cuando ahí afuera arrecia el temporal. El estallido de aquella burbuja inmobiliaria fue el primer reto. Después llegaría la covid, con el confinamiento y los ertes. Y hoy, estos tiempos de precios disparados y sueldos precarios. Tres crisis que han puesto a prueba la capacidad de Entrevecinos para reinventarse y tejer redes solidarias que amortigüen una caída que podría ser mucho más dura aún.
«El proyecto nació en el seno de la Federación Antonio Machado, pero luego cogimos los mandos desde Barrio España», dice José Andrés Herranz, de la asociación vecinal Unión Esgueva y, desde el principio, uno de los promotores de Entrevecinos. «Nacimos en un momento en el que la crisis causaba muchos estragos», recuerda, con trabajadores expulsados sobre todo de la construcción que tenían que buscar un nuevo andamio que sujetara sus vidas.
Publicidad
«Era evidente que en aquel sector no había trabajo y que había que reinventarse para encontrar empleo», recuerda Herranz. Fue así como se diseñó la estructura de Entrevecinos, que con ciertas adaptaciones se ha prolongado hasta la actualidad. El proyecto cuenta con una despensa solidaria que ofrece alimentos y productos de higiene ante las necesidades más acuciantes. Hay una línea de empleo, con la intervención de una trabajadora social que ayuda a acceder o reintegrarse en el mercado laboral. Y una tercera pata formativa, en la que se ofrecen alternativas para adentrarse en sectores donde haya más posibilidades de conseguir un empleo.
«El objetivo final es demostrar que desde el movimiento vecinal se pueden impulsar proyectos solidarios de este tipo, que el vecino puede ser la primera persona que ayuda a quienes lo necesitan cuando la administración no es tan rápida como debería», cuenta Herranz, quien en 2015 viajó a Madrid para recoger un premio de La Caixa, que reconoció Entrevecinos como uno de los diez mejores proyectos sociales del país. Ese mismo año, en otoño, se embarcaron en una aventura laboral que ha llegado hasta hoy, con la constitución de una cooperativa que presta servicios de empleo, hoy con cinco personas contratadas (tres mujeres y dos hombres).
Publicidad
En un primer momento, prestaban servicios profesionales vinculados con la limpieza, los cuidados, la asesoría jurídica y la construcción. Era una vía para acceder al trabajo de personas con desempleo. «No somos empresarios, así que la finalidad era buscar y ofrecer salarios dignos para los beneficiarios». Poco a poco, la construcción se dejó a un lado (con la reactivación del ladrillo) y ahora el foco está puesto en la limpieza y la ayuda a domicilio.
Conchi Alonso es la coordinadora de esta cooperativa que cuenta también con alumnos en prácticas. Son personas que reciben formación en la Fundación Rondilla, Secretariado Gitano o El Puente y que luego cumplen un periodo de prácticas a través de Entrevecinos. Es el caso de Estela Borja y de su hija Jacqueline, dos vecinas de Delicias que completan su itinerario entre escobas y fregonas. «Ojalá que esto nos sirva para encontrar trabajo», dice Estela, quien recuerda que el curso les ha permitido conocer los productos o la maquinaria que se emplea en limpieza, para poder acceder a empleos vinculados con la puesta a punto de oficinas, viviendas o centros públicos.
Publicidad
«Estamos inmersos en un mercado laboral donde la discriminación por edad, la brecha digital o los prejuicios se ponen por delante de la experiencia, las competencias, la capacidad de adaptación o las ganas de trabajar», asegura Carmen Valderrey, trabajadora social de la entidad, quien subraya las «barreras y dificultades a las que se enfrentan las personas en riesgo o situación de exclusión social». Entre esas trabas, por ejemplo, el desempleo de larga duración (que afecta especialmente a los mayores de 45 años). También la necesidad de reciclaje profesional, la irrupción de las nuevas tecnologías, la desmotivación ante un mercado que no los quiere…
Héctor Gallego es uno de los cuatro voluntarios que colaboran con Entrevecinos. Entre sus tareas está la de ofrecer clases de informática y apoyo en nuevas tecnologías a unos colectivos a menudo alejadas de ellas. «La pandemia ha acelerado aún más el proceso de digitalización. Ahora casi todos los trámites se hacen a través de Internet y no siempre se disponen de los recursos o conocimientos necesarios», cuenta Gallego.
Publicidad
Este fue uno de los grandes retos a los que tuvo que enfrentarse Entrevecinos con la crisis de la covid, un periodo en el que la ONG ya había estrechado lazos con los centros de acción social. «A menudo, en los Ceas, se dan unos periodos de espera de dos o tres meses hasta que finalmente los atienden por completo. Pero durante ese tiempo, muchas familias necesitan ayuda. Y eso es lo que prestamos de forma directa desde aquí», cuenta Herranz.
Así, el punto de información Entrevecinos, que resuelve dudas vinculadas con la vivienda, la educación, la salud o la ayuda alimentaria ha atendido a 2.395 personas durante estos doce años (de ellas, 1.437 mujeres y 958 hombres). Las demandas más frecuentes en este servicio han sido preguntas y trámites vinculados con el ingreso mínimo vital, la renta garantizada de ciudadanía, el bono social eléctrico o las ayudas de alquiler. El servicio de empleo y formación ha acompañado a 1.537 personas (844 mujeres y 693 hombres). Y la tienda solidaria ha ofrecido productos de primera necesidad a 896 familias (con 2.975 personas atendidas de forma indirecta, especialmente niños).
Noticia Patrocinada
En la actualidad, hay 25 hogares que tienen acceso a esta despensa solidaria que se alimenta con las aportaciones que se hacen desde diversas asociaciones, negocios colaboradores y los programas de la UE. Una de esas familias beneficiarias es la de Miriam Mendoza, una madre de familia peruana (con dos hijos de 18 y 9 años) que hace dos años llegó a España para trabajar. «Estuve de interna en una casa en Madrid», cuenta. Cuando terminó ese empleo, se vio con enormes dificultades para encontrar una vivienda.
«Los precios de alquiler estaban por las nubes. Inasumibles», cuenta Miriam, quien vivía en España sola, con sus hijos todavía en Perú. «Una conocida me dijo que podía venir a Valladolid, donde está todo más barato. Y aquí estoy», dice. Ahora ha conseguido reagrupar a su familia, pero aún así, hay dificultades para llegar no a finales, sino incluso a mediados de mes. El perfil más habitual de los usuarios de Entrevecinos es muy similar al de Miriam.
Publicidad
«La mayoría son mujeres, con más de 40 años y en familias monoparentales con hijos en las que tal vez entre un sueldo, pero es tan precario que no es suficiente», cuenta Carmen Valderrey, en este local de Barrio España donde reparten cita para pasarse por su tienda solidaria. Tasio Sánchez, otro de los voluntarios, anota los víveres que se lleva cada uno de los beneficiarios, mientras Raquel Noceda y Helena Llorente, dos trabajadoras sociales en prácticas (de la UVA y la UNED), atienden a los beneficiarios. «La finalidad de esta tienda solidaria (en un primer momento funcionaba con una moneda social llamada 'vecinos') es proporcionar alimentos de primera necesidad o productos de higiene, de forma mensual y gratuita, a personas desfavorecidas.
Es una vía también para completar su atención con la vía formativa y la derivación a los servicios sociales. En esta fase se encuentran personas como Rogelio Bernique, ese hombre con la bicicleta tambaleante del principio de este reportaje. Aquí recibe la ayuda de comida, pero sobre todo valora la atención que le prestan para formarse (hace un curso de teleoperador) para el momento en el que sus plazos de solicitud de protección internacional le permitan trabajar. Rogelio, con su mujer Fredcelyn y su hija de 8 años, llegaron a España en mayo procedentes de Venezuela. «Yo era oficial de la armada. En el Ejército de mi país se introdujo la ideología y empecé a sufrir represalias», asegura Rogelio. quien ahora en España busca una nueva vida. Y ahí están las manos tendidas de Entrevecinos, ese proyecto que desde Barrio España ha ayudado a cientos de vallisoletanos a superar las heridas abiertas por tres crisis sucesivas.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.