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Pocos minutos pasa el asfalto huérfano del roce de suelas y neumáticos. Una final de España en una competición futbolera y el sofoco de una tarde del puente del 15 de agosto suelen dejar imágenes apocalípticas de Valladolid con sus habitantes huidos a los pueblos ... y sus fiestas, a la playa, a la sombra del rincón más fresco. En tales ocasiones la ciudad se revela desértica, con peatones y vehículos huidos de su protagonismo cotidiano, fuera de una escenografía recreada en su ausencia. En ella los edificios, el cielo y el suelo conforman una estampa apocalíptica de invasión alienígena, de urbe vaciada, contagiada de la despoblación del medio rural.
Enrique Reche (Valladolid, 1965) imaginó este paisaje al atardecer apostado en el puente de Isabel la Católica, observando hacia el sur al que une la plaza de Poniente con la Huerta del Rey. «Me interesó captar la luz del ocaso, cómo los rayos del sol resbalaban como un peine entre los edificios, dejando huellas de sombras y contrastes luminosos». Decidió prescindir de las personas y la agitación urbana para eliminar sentido fotográfico a una pintura captada a una hora –el atardecer– en la que resulta inverosímil que nadie, ni un alma, transite por ese nexo entre dos orillas. Con el peso de vivir a espaldas del río convive la ciudad desde hace décadas, ganando terreno de vez en cuando a los márgenes del cauce con sendas que para muchos vecinos resultan aún territorio inexplorado. Aunque no para Enrique Reche, que recuerda la ribera del Pisuerga como escenario de la niñez, de juegos y travesuras, lugar con espacio para el silencio y las correrías sin prisas ni rumor automovilístico de fondo.
Amigo y discípulo del artista manchego, ha participado en exposiciones individuales y colectivas en galerías de arte de su ciudad y de Madrid, Barcelona, Oviedo, León y Zamora, entre otras. Ha cosechado el Premio Penagos de Dibujo de la Fundación Cultural Mapfre, el Especial de Pintura del Ayuntamiento de Valladolid en 1992 y ha sido galardonado por el Consistorio de Albacete dentro del taller Antonio López.
El creador de este óleo sobre tabla suele pasar temporadas de dos o tres semanas al año acompañando al pintor, escultor y dibujante Antonio López, de gran influencia en su obra. «Cuando retorno al estudio después de pasar una temporada con él, vuelvo al caballete nuevo y reseteado», cuenta este artista con querencia por mostrar detalles en los que «probablemente nadie se fije». Su reto, que alguien se quede veinte minutos detenido observando al detalle una de sus pinturas.
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El artista ha reflejado los rayos del sol del ocaso a distintas alturas entre los edificios, desde los más cercanos de Huerta del Rey a los más alejados en La Victoria. Ese juego de luz y sombra se extiende también a la calzada y a la barandilla del puente.
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En la composición del óleo se ha buscado la sensación de que el lado izquierdo tenga más peso visual que el derecho, más desnudo de edificios «con la idea de salirme de lo que está establecido como perfecto», apunta el autor.
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Enrique Reche se ha decantado por dar protagonismo a los tonos grises de la acera, el asfalto y la barandilla para facilitar la introducción del espectador en la profundidad de la escena.
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La luz incide con diferentes ráfagas sobre la superficie del puente, predominando los tonos más oscuros a la derecha de la pintura.
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El Pisuerga aparece en un segundo plano, enjaulado entre la barandilla y el puente de Poniente, atrapando también los últimos rayos de sol del atardecer.
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