Secciones
Servicios
Destacamos
Sigo con nombres queridos y evocados por Miguel en nuestras chácharas itinerantes. Y paso de Lola a Rosa. De Lola Herrera a Rosa Chacel. Evocaré hoy tres encuentros, reencuentros mejor, del novelista Delibes con la novelista Chacel. El primero lo tomo del libro 'Un ... año de mi vida' y está fechado el 17 de junio de 1971: «La novelista exiliada Rosa Chacel –escribe Delibes– ha vuelto a su Valladolid natal invitada por El Norte de Castilla a recibir un homenaje íntimo de un grupo de escritores y amigos. Acompañé a Rosa a la calle Núñez de Arce, a la casa donde vivió hace ahora más de sesenta años. Con visible emoción la escritora fue recorriendo las dependencias. 'Aquí dormían mis padres; en esta alcoba dormía yo, todavía está el clavo del que colgaba el espejo ovalado'».
«Mi mujer y yo –apunta Delibes al día siguiente– hemos acompañado a Rosa Chacel a Rodilana. Rosa nos puso en antecedentes: fue a causa de un ganglio; tenía yo siete años y los médicos me recomendaron clima seco y aire puro. De Rodilana conocíamos a una familia y ahí pasé el verano. De la familia no puede quedar ni rastro. Pero sí quedaba rastro. La señora Marcela, con ochenta y muchos años encima, saltó emocionada: «¡Pero tú eres Rosita!», y la miraba como si aún fuera una niña con su lazo en el pelo».
Y mira por dónde, esta alusión de la señora Marcela, de Rodilana, a la niña Rosita, me lleva a mí a saltar en el tiempo y evocar, casi veinte años después –junio de 1988–, otro encuentro de Rosa Chacel con Miguel Delibes, del que esta vez fui yo testigo presencial.
Rosa acaba de cumplir 90 años y Valladolid, su ciudad natal, la proclama Hija Predilecta y programa tres días de homenaje. Con este motivo, el restaurante La Criolla inauguró con una cena el comedor bautizado con el nombre de la escritora, y a la que fue invitado el todo Valladolid de las letras, las artes y la política.
Me colocó el protocolo frente por frente de la homenajeada, a cuya derecha se sentaba Miguel Delibes y a su izquierda la bailarina Mariemma. La noche estuvo plagada de anécdotas, pero me detendré en el caballeroso y cariñoso gesto de Miguel pelándole las gambas a doña Rosa y ofreciéndoselas con galantería, casi con mimo como si se tratara de una niña (¿la niña de Rodilana?) inapetente.
Mariemma, inspirada, cantó cosas pícaras y bailó remangándose el vestido. Los muchachos del dúo Candeal dedicaron coplillas a la festejada, y doña Rosa, aún cuando ya habíamos rebasado las 2 de la madrugada, pedía «¡otra, otra!»
Incansable, inagotable doña Rosa con 90 años. Pero es que cuatro años más tarde –1991–, ahora la escritora con 93, volvió Miguel Delibes a reencontrarse con ella en un curso de verano del Escorial. No con la novelista como objeto de estudio, sino con su conciudadano el novelista Delibes. Bajo el epígrafe «El autor y su obra», se concitaron especialistas, hispanistas y escritores como Gonzalo Sobejano, Francisco Umbral, Josef Forbelky, Agnes Moncy, Raymond Carr, José Jiménez Lozano, Rafael Alberti o Rosa Chacel.
Yo también asistí a ese curso, y todos volvimos a ser testigos de la vitalidad, interés y agudeza de análisis de la más que nonagenaria escritora. Y recuerdo que una noche, finalizada ya la jornada de trabajo, y en tertulia informal, Rosa Chacel volvió a traer a colación a Rodilana, el pueblecito de su niñez, y a Victoriano el Grande, «del que yo estaba secretamente enamorada a mis siete años, y que me enseñaba a cazar lagartijas en el pipaire. Por cierto –añadió doña Rosa tras un pequeño suspense–, ¿alguien de los aquí presentes sabe, aparte de Miguel Delibes, qué es el pipaire?»
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.