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El contacto y el calor humano es lo único que nos consuela en el último adiós a un ser querido. Hasta eso nos ha quitado el coronavirus. Ahora los entierros se hacen en soledad. En silencio. Sin flores y sin la gente querida. Una pena. José Manuel Sánchez Felipe lo sabe bien. Lo ve a diario desde hace ya 12 años. Él tiene 32 y es gerente de Funeraria La Libélula. Está acostumbrado a trabajar con la muerte, pero no tiene una coraza y estas últimas semanas ha sufrido como el que más.
Su primer contacto con el sector de las pompas fúnebres lo tuvo en 2008, cuando su padre se hizo con el traspaso de una pequeña agencia funeraria en Peñaflor de Hornija. El trabajo le enganchó tanto, que decidió estudiar Gestión de Servicios Funerarios para hacer crecer el negocio. Su empresa ahora tiene su sede principal en Zaratán y cuenta con tres delegaciones.
Especiales coronavirus
La pandemia ha planteado un gran reto a profesionales como José Manuel, que han implantado medidas para evitar la propagación de la enfermedad, a la vez que intentan salvaguardar la seguridad de sus trabajadores y de las familias que dan el último adiós a un ser querido. Para este profesional funerario la seguridad es primordial, y por ello ha modificado todos los protocolos internos de la empresa. «Antes nos desplazábamos inmediatamente al lugar del fallecimiento para hablar con la familia. Ahora nuestro asesor familiar tiene que desempeñar esta labor telefónicamente. En esa llamada tratamos de resolver todas las dudas y apoyar al familiar dolido», manifiesta.
Ahora ya se puedan efectuar entierros sin necesidad de esperar a que transcurran 24 horas desde el fallecimiento, sea cual sea la causa de la muerte. «En el caso de que sea una inhumación, tenemos que proceder a la desinfección del cementerio y de la sepultura para permitir que aquellas personas elegidas por la familia que vayan a estar presentes en la despedida accedan con total seguridad», aclara. Después ya se encargan de realizar los trámites administrativos, como la baja en la Seguridad Social, la pensión de viudedad, autorización de libros de familia, últimas voluntades, certificados de asistencia, movilidad y seguros y bajas en dependencia, entre otros. Gestiones que suelen dilatarse en el tiempo «porque muchas administraciones permanecen cerradas o porque solo permiten hacerlo telemáticamente y tardan en devolver los certificados».
Pero si algo ha cambiado son las despedidas finales. Los protocolos de salud pública han acabado con los velatorios y en los funerales solo se permite la presencia de tres allegados, sin besos ni abrazos. José Manuel es consciente de lo doloroso que es no poder despedir en condiciones a un ser querido. «La mayoría de las familias entiende y respeta las circunstancias, otras se resisten un poco y otras viven un proceso de negación inicial de la pérdida e irrealidad, al no poder ver a su familiar, lo que puede repercutir en el proceso normal de duelo. Nosotros empatizamos con las familias y su dolor. Entendemos las circunstancias e intentamos facilitarles esa despedida de diversas maneras, como por ejemplo permitiéndoles visualizar el funeral a través de videollamada o de fotos que inmortalicen el momento. Es desolador para las familias. Por suerte Castilla y León, que es la comunidad donde más trabajamos, no ha sido una de las más afectadas, pero aun así se han vivido situaciones muy intensas con un gran volumen de trabajo y momentos muy críticos de estrés y de saturación tanto en crematorios como en hospitales», subraya.
«Hemos ofrecido nuestro apoyo a otras comunidades como Madrid y Barcelona, pero finalmente no ha sido necesario tenernos que desplazar. Además, el volumen de trabajo que finalmente hemos tenido tampoco nos ha permitido movernos mucho. Sí que es cierto que hemos prestado apoyo, a compañeros de otras empresas», apunta.
Pese a lo dramático de las circunstancias, saca algo positivo de estas semanas: el compañerismo y unión del sector funerario profesional. «En Valladolid existe una gran coordinación a través de Avasef, y a nivel nacional a través de Aesprof. El sector funerario está ahora más unido que nunca», afirma José Manuel, para quien el agradecimiento de las familias es la mayor recompensa a todos sus desvelos. El suyo es un trabajo que requiere disponibilidad las 24 horas de los 365 días del año y que se complica cuando se trata de personas allegadas. «La plantilla ha contado con apoyo para poder afrontar de mejor manera esta situación. De momento las familias no nos han demandado intervenciones psicológicas, pero es algo que consideramos importante de cara al futuro debido a los posibles duelos complicados que puedan derivarse de la situación», dice.
José Manuel Sánchez lo tuvo claro desde el principio. Lo primero era su salud y la de su plantilla. Por eso no ha escatimado a la hora de proveerse de los equipos de protección individual (EPI) necesarios para su actividad, lo que ha supuesto un importante sobrecoste. «El gasto se ha triplicado», dice. «Excepto las pantallas de protección, que podemos reutilizar, el resto de EPI son de un único uso. En cada servicio nos ponemos tres pares de guantes a la vez y en cada desplazamiento otros tres. Prácticamente lo mismo ocurre con las mascarillas, los trajes de protección y las calzas. A ello se le une la dificultad de adquirir los materiales. A nuestros proveedores habituales les han bloqueado las ventas y los precios muchas veces resultan abusivos», dice.
Es consciente de que el suyo es un oficio esencial y siente que la sociedad lo valora. «Algunos han llegado a criticar que esta situación nos favorece cuando no es cierto. Nuestros ingresos han bajado debido a que damos menos servicios, como velatorio, flores o esquelas, y se ha triplicado el gasto de nuestros medios de protección y de la rapidez de las intervenciones. Ahora tenemos que tener más vehículos y empleados disponibles», añade.
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