Primero fue Londres en 1851, luego París, Viena, Filadelfia, Sidney, Melbourne, Amsterdam, Amberes, Barcelona, Chicago… Era una cita ineludible por muchos motivos: por los pingües beneficios económicos, desde luego, pero también por exponer a nivel mundial los principales avances en la agricultura, el comercio y ... la industria. De todas aquellas exposiciones universales de la segunda mitad del siglo XIX sobresalió, sin duda, la parisina de 1900, cuya organización comenzó a prepararse varios años antes.
Publicidad
Fueron en total 120 hectáreas para plasmar, como rezaba el lema, «El balance de un siglo». Considerada el mayor escaparate del mundo hasta ese momento, la Exposición Universal de París se inauguró el 14 de abril de 1900 y abarcó cinco zonas: Campos-Eliseos, Muelles, Inválidos, Campo de Marte y Trocadero. Un anexo de 110 hectáreas, ubicado en el Bosque de Vincennes, amplió la exposición a materias como la agricultura, el automóvil, las casas obreras y los Juegos Olímpicos.
Las cifras que arrojó el certamen fueron más que respetables. Participaron más de 83.000 expositores, de los que 38.253 eran franceses y el resto, 44.794, de otros países, especialmente europeos, si bien destacaron los 7.610 expositores estadounidenses. El coste total ascendió a 100 millones de francos y las visitas llegaron a los 50 millones, cuando el objetivo era superar los 23 millones de visitantes registrados en la también parisina Exposición de 1889. Aquel evento, además, transformó el tejido urbano de la capital francesa, no en vano impulsó la construcción del metro, el puente de Alejandro III y las estaciones de trenes de Inválidos y Orsay, entre otros.
El pabellón español, situado junto al río Sena en el Quai d'Orsay, fue obra del arquitecto José Urioste. «Ese pabellón es del más puro estilo del Renacimiento español. Está compuesto de motivos arquitectónicos sacados de las obras maestras históricas nacionales», señalaba una publicación de la época, que también destacaba la instalación de un restaurante español anexo, llamado «Feria», así como la presencia de nuestro país en 16 grupos. Curiosamente, aunque la delegación española se esforzó por transmitir el logro civilizatorio que supuso el Descubrimiento de América y los avances tecnológicos e industriales experimentados en los últimos años, no pudo evitar que la organización reprodujese cierta imagen castiza de España.
Publicidad
Valladolid tuvo una presencia notable en la Exposición parisina. Fueron veinte, en total, los procedentes de esta provincia que exhibieron sus productos en el gran escaparate mundial. Destacaron sobre todo los vinos, licores y aguardientes, pero tampoco faltaron productos mineros, dulces, jabones y quesos. Comenzaremos con aquellos que fueron distinguidos con alguna medalla o mención. La única medalla de oro de la «colonia vallisoletana» la consiguió el famoso industrial Lorenzo Bernal García, fundador, entre otros negocios, de una conocida fábrica de licores ubicada en la Plaza de la Libertad y del bar 'El Penicilino', que presentó varios aguardientes y licores.
Medallas de plata obtuvieron el queso de Manuel Mañueco Villalobos, de Aguilar de Campos, la botella de vinagre de Jerónimo García Fernández, de Medina del Campo, y el chocolate del famoso Eudosio López Civera, creador de la marca La Llave, que también había presentado bombones y napolitanas. Las medallas de bronce se las repartieron Leopoldo Cea, que presentó varios aparatos quirúrgicos, y nuevamente el medinense Jerónimo García Fernández por sus cuatro botellas de bebidas gaseosas.
Publicidad
Tampoco faltaron menciones de honor: al vallisoletano Dativo García Vallejo por su «carbón de hulla aglomerado con cáscara de piñón, almendra y otras oleaginosas; cok fabricado con los residuos del mismo y una colección de fósiles y petrificaciones»; al tordesillano Melchor Mozo por su «caja de vino generoso, seco y dulce»; y a los señores Fernández García por su muestra de jabones. Pero hubo más productos de Valladolid en la Exposición Universal de Paris.
Gerardo Amor Mozo presentó 32 botellas y frascos de tinta negra para escribir y copiar, así como una muestra de tinta en polvo; Fernando Zamora Lozar, de Tudela de Duero, hizo otro tanto con seis botellas de anisado, «regenerador de vino puro»; los cosecheros de Tudela presentaron 72 botellines de vino común; otras seis botellas, pero esta vez de vino blanco seco, mostró Manuel García Casado, de Simancas, y más vinos llevaron Francisco Herrero Olmedo, su paisano, Honorato Carmona, de Tudela de Duero, Dionisio Arias Bayón, de Siete Iglesias, Francisco Cabeza de Vaca, de Villanueva de Duero, que presentó vinos tintos y blancos de la cosecha de 1888, Laureano Cirajas Vecino, de Valoria la Buena, que acompañó sus vinos con trigo, y Antonio Herrero Velázquez, de Vega Sicilia, que llevó vinos y aguardientes. A todos ellos se sumó Justo Juan con varias muestras de corsés.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Te puede interesar
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.