Veinticinco de julio sangriento
Segovia, crónica negra ·
La reyerta ocasionó un escándalo mayúsculo y se saldó con dos muertos, tres heridos y todo el vecindario en la calleSegovia, crónica negra ·
La reyerta ocasionó un escándalo mayúsculo y se saldó con dos muertos, tres heridos y todo el vecindario en la calleDespués de escuchar a los testigos, el fiscal, señor Torrecilla, describió con precisión el cuadro que ofrecía el teatro en el que se desarrollaron los hechos. La escena no podía ser más terrorífica. Dos hombres se debatían entre la vida y la muerte tendidos sobre el pavimento. Una inofensiva mujer se arrastraba pidiendo ayuda para su pequeño hijo, conmocionado por los golpes que acababa de recibir en la cabeza. Otro individuo vagaba de un lado a otro conteniéndose como podía la sangre que le brotaba del cuerpo mientras agitaba un enorme bastón y clamaba venganza por la muerte de su hermano.
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Sucedió en Segovia la noche del 25 de julio de 1887, festividad de Santiago Apóstol, en la calle del Sol, barrio de la Judería, junto a la puerta de la taberna de la tía Melitona. Varios parroquianos bebían vino en el interior del establecimiento. Entre ellos estaban Agustín Alpoita, el cochero del sastre Félix Santiuste, y sus amigos Zoilo Pérez y Vicente Calle «Valencia». A eso de las diez de la noche, entraron en el local Francisco Ortigosa «Cotera» y su hermano Mariano, que portaba un gran bastón, y unos minutos después, hicieron lo propio Mariano Martín «Guardias» y Martín Galache. Tanto los hermanos Ortigosa como el referido «Guardias» llegaban algo bebidos de La Granja de San Ildefonso, donde, según se supo después, habían promovido algún que otro escándalo, sin duda motivado por su carácter pendenciero y la ingesta de alcohol.
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La tensión se palpaba en el interior de la taberna. El «Guardias» y Alpoita no se caían bien. El primero solía beber en demasía y en alguna que otra ocasión la había emprendido a insultos contra el cochero, que rehuía la confrontación directa porque conocía los malos modos de su adversario. Hubo reproches entre los presentes y discusiones tabernarias. De repente, la rotura involuntaria de un vaso de cristal desencadenó una formidable bronca. Mariano Ortigosa empujó varias veces a Alpoita y al «Valencia». Entre insultos, empellones y las quejas de las taberneras, el «Guardias», Alpoita, Galache y los hermanos Ortigosa salieron a la calle. Los amigos arremetieron contra Alpoita, a quien propinaron una bofetada y un fuerte golpe. Al ver éste que «Guardias» portaba un arma de fuego, subió rápidamente a casa, pues vivía en la misma calle, y regresó al instante fuera de sí con una daga en la mano. Allí, frente a la puerta de la Melitona, repartió tres puñaladas entre el «Guardias», Mariano Ortigosa y el hermano de éste, Francisco «Cotera». Los dos primeros se desplomaron heridos de muerte, aunque agonizaron durante unos minutos. «Cotera», tambaleante, blasfemaba y clamaba venganza:
-«¡Han matado a mi hermano y yo aquí voy a matar a Dios!»
Agustín Alpoita, asustado pero consciente de que acababa de quitarles la vida a dos hombres, salió corriendo en dirección a la calle Toril. Su hija pequeña lo había presenciado todo, pues salió detrás de él cuando bajó de casa con la navaja. En su desesperada carrera empujó a una mujer, doña Elisa Avellanosa de Mendi, que volvía a casa con sus dos niños. Al levantarse, alguien la golpeó con un palo y la señora volvió a caer conmocionada. Era Francisco «Cotera», que en estado vesánico daba a todo lo que se movía. Al hijo de la mujer, el pequeño Máximo, de 7 años de edad, le arreó tal bastonazo en la cabeza que el chiquillo estuvo a punto de quedarse en el sitio.
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-«He matado a tu mamá y ahora te mato a ti» -le dijo antes de apalearlo.
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El escándalo adquirió tintes de tragedia. Los vecinos, atemorizados, contemplaban la dramática escena desde sus ventanas y balcones. Algunos acudieron con rapidez a calmar los ánimos y al auxilio de las víctimas. Las autoridades superiores, las inmediatas inferiores, la fuerza pública de la Guardia Civil, del cuerpo de Orden Público, del de Seguridad y varios agentes de la Policía urbana llegaron a los pocos minutos. Allí mismo fue detenido y conducido a prisión Martín Galache, que quedó en libertad a la mañana siguiente después de probar que nada había tenido que ver con las muertes de sus compañeros y que era otra de las víctimas de Alpoita.
«Grande es la sensación que ha causado este suceso, no retirándose las autoridades judiciales hasta las seis de la mañana, así como la gran masa de población, siguiendo con avidez las medidas que aquéllas tomaban en el examen y traslado de los cadáveres y lesionados, tomando nota de las actitudes y distancias á que se encontraban; de las armas de fuego y blancas; de la sangre vertida de que estaba lleno el pavimento, y por último, del celo con que distinguidos facultativos, sin excitación de nadie, se presentaban y auxiliaban la acción del poder judicial, ordenando la extremaunción de los que sobrevivieron», narró el semanario «La Tempestad» a los pocos días. De las ropas del fallecido «Guardias», las autoridades extrajeron 9.000 reales, un reloj de oro con cadena del mismo metal, una navaja y una pistola de dos cañones.
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La Audiencia Provincial abordó la causa por lo sucedido en la calle del Sol en marzo de 1888, con la sala abarrotada de público. Como procesados figuraban Agustín Alpoita, por el delito de homicidio, y Francisco Ortigosa «Cotera», por el de lesiones graves. Tres días duró un juicio en el que declararon hasta cuarenta personas, entre ellas doña Elisa Avellanosa de Mendi y su hijo Máximo, las dueñas de la taberna, los parroquianos que el día del crimen estaban en el local, las viudas de los fallecidos y otros testigos.
Alpoita reconoció ser el responsable de la muerte de Mariano Martín «Guardias» y de Mariano Ortigosa, así como de las heridas sufridas por «Paco Cotera». La defensa del reo recayó en el letrado Victoriano Llorente, que consiguió demostrar que Alpoita actuó de esa manera porque se había sentido ultrajado por un individuo de la calaña de «Guardias», caracterizado «por sus desaciertos y denigrantes actos, marchando de orgía en orgía, de escándalo en escándalo, de desafío en desafío, librándose de milagro de toda clase de peligros y arrastrando en su camino á sus amigos, hasta que encontró un puñal que tendió su cuerpo en el arroyo». Alpoita era un hombre pacífico que nunca antes se vio involucrado en pelea alguna. Curiosamente, gran parte del público que llenaba la sala estaba de su parte; incluso le daba dinero y cigarros y lo acompañaba cuando, escoltado, regresaba a prisión al término de cada sesión. Llorente hizo una buena defensa, pero no pudo evitar la condena. El tribunal impuso a Agustín Alpoita Domínguez la pena de doce años y un día de reclusión temporal por cada uno de los dos delitos de homicidio de que era culpable. Por su parte, Francisco Ortigosa Sánchez «Cotera» fue condenado a un año, ocho meses y un día de prisión correccional y cuatro meses y un día de arresto mayor por las lesiones ocasionadas a doña Elisa Avellanosa y a su hijo Máximo Mendi.
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