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Célebre fotografía policial de Peter Kürten, el 'vampiro de Dusseldorf', después de ser detenido el 24 de mayo de 1930. EL NORTE
El vampiro que aterrorizó a Alemania

El vampiro que aterrorizó a Alemania

El 24 de mayo de 1930, la ciudad de Dusseldorf respiró aliviada al saber la detención del macabro asesino que confesó beberse la sangre de sus víctimas

Martes, 2 de junio 2020, 08:07

«No puedo callarme por más tiempo. Mi hora ha sonado. Que me corten la cabeza, nada puedo esperar. Yo soy el asesino de Dusseldorf». Aquella mañana del 30 de mayo de 1930, hace ahora 90 años, el lector de El Norte de Castilla se desayunó con la noticia que muchos, sobre todo en Alemania, ansiaban ver publicada. Después de diez crímenes y de otras tantas tentativas de asesinatos, después de 15 meses de histeria colectiva y de terror sin tregua, la policía anunciaba la detención del despiadado asesino de Dusseldorf. Las líneas que encabezan este párrafo obeceden, supuestamente, a la confesión que él mismo hizo a su mujer poco antes de ser apresado.

Se llamaba Peter Kürten y era cochero de profesión. Su última víctima, Gertrude Schulten, lo había reconocido por la calle diez días antes. Lo mismo había hecho fray Meurer, a la que en octubre de 1929 había atacado con un martillo: nada más verlo en la rueda de reconocimiento, «se paró con señales de miedo y lo reconoció», informaba este periódico. Kürten no puso reparos; es más, reconoció «que había querido estrangular a la mujer obedeciendo en ese momento a un impulso irresistible».

Acababa así la abyecta trayectoria de uno de los asesinos más sádicos de la historia. Estrangulamientos, violaciones, asesinatos de niños y adolescentes, imágenes terribles que sembraron el terror en Dusseldorf y que no fueron aclaradas hasta aquel día de mayo de 1930, cuando, ante la incredulidad de no pocos de sus paisanos, Kürten reconoció haber cometido esos asesinatos y muchos más. Disfrutaba con ello, se relamía viendo correr la sangre de sus víctimas y hasta experimentaba orgasmos mientras las estrangulaba. 

«Tiene todas las características de los anormales sexuales -señalaba el periodista-. Tiene las orejas despegadas, muy bajas; la frente, pequeña; las mejillas, muy carnales; la nariz, gruesa; la boca, sensual. Es un atleta que a sus 47 años parece apenas de 40. Tenía buen éxito entre las mujeres». La nómina de sus crímenes es aterradora. Entre 1925 y 1928 comenzó estrangulando a mujeres hasta dejarlas inconscientes, pero fue en febrero de 1929 cuando inició su particular travesía del terror.

Dejó malherida a una mujer tras asestarle 24 puñaladas con unas tijeras, luego hizo otro tanto con un obrero, al que abandonó muriéndose en una carretera, en marzo estranguló a una niña de ocho años y se ensañó con el cadáver, posteriormente asesinó a dos niños y a una niña, cuyos restos desenterró para intentar crucificarlos, a martillazos mató a dos mujeres e hirió a otras... Pero la gota que colmó el vaso ocurrió en noviembre de 1929, cuando acabó con la vida de una niña de 7 años y envió un mapa a los periódicos para que encontrasen el cadáver: más adelante se sabría que entre la multitud que presenciaba el hallazgo estaba él, disfrutando de la escena.

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Arriba, escena de la película de Lang sobre el 'vampiro de Dusseldorf'. Abajo, el asesino y dos víctimas, de 5 y 8 años. EN

Una vez detenido se dieron a conocer los hitos más trágicos de su vida. Nacido en el seno de una familia pobre de Mülheim, su padre, un obrero en paro y alcohólico, maltrataba a su mujer y a todos sus hijos -13 en total-, llegando incluso a violar a sus hermanas. Kürten lo presenció todo. Ya de pequeño ahogó a dos amigos en el río Rihn y dio rienda suelta a su sadismo sexual torturando a animales. Perpetró hurtos y cometió agresiones varias, pisó muchas veces la cárcel, desvalijó casas y hasta prendió graneros con la esperanza de abrasar en su interior a vagabundos. Lo más serio comenzó en 1913, cuando atracó un bar en Colonia y sorprendió a la pequeña Christine Klein, de trece años, durmiendo: no dudó en estrangularla en su propia cama.

Disfrutaba viendo morir a sus víctimas, y en ocasiones remataba sus fechorías bebiéndose algo de su sangre. De ahí el apelativo de «vampiro de Dusseldorf», título, por cierto, de la célebre película en la que Fritz Lang recreaba su vida. Casado con una ex prostituta, ésta estaba al tanto de sus brutales fechorías. El principio del fin llegó cuando una mujer a la que había atacado lo reconoció en las escaleras de su casa. En el colmo de la sangre fría, Kürten animó a su esposa a que lo denunciara para poder cobrar la recompensa que ofrecían por su cabeza.

En prisión desde el 24 de mayo, enseguida confesó una ingente nómina de asesinatos. El juicio comenzó a mediados de abril de 1931. Cuentan que recibía numerosas cartas en la celda, algunas con amenazas y otras, sin embargo, plagadas de letras de amor y admiración. Lo condenaron a pena de muerte por nueve asesinatos y siete tentativas de asesinato. A petición suya, fue llevado como confesor un franciscano, que pasó a su lado toda la noche del 1 de julio de 1931. Su última voluntad consistió en una opípara cena regada con buen vino. Kürten no mostró arrepentimiento alguno. El día 2, poco antes de que lo decapitaran en el patio de la cárcel a las seis de la mañana, expresó por anticipado el placer que le produciría sentir su sangre saliendo a borbotones del cuello.

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