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Edificio Bonín, en la calle Areal, de Vigo, obra del maestro de obras vallisoletano Jenaro de la Fuente. EL NORTE
El vallisoletano que transformó la ciudad de Vigo

El vallisoletano que transformó la ciudad de Vigo

Fallecido hace justo 100 años, Jenaro de la Fuente Domínguez es todo un referente en el urbanismo contemporáneo de la localidad gallega

Martes, 23 de agosto 2022, 09:00

Su nombre se encuentra estrechamente vinculado a la expansión urbanística de Vigo, a la modernización de la ciudad e incluso, sin él pretenderlo, a la polémica secular entre los arquitectos y los maestros de obras. Jenaro de la Fuente Domínguez, artífice de edificios emblemáticos de la localidad gallega, falleció hace ahora justo 100 años y pocos en Valladolid saben que, según la documentación existente, había nacido en esta ciudad el 19 de septiembre de 1851.

Así lo acredita la hoja de servicios del Cuerpo de Ingenieros, a cuya Comandancia perteneció, si bien Jaime Garrido, su principal biógrafo, alude también a testimonios de familiares cercanos que ubican su nacimiento en la villa palentina de Torquemada. Sin embargo, a falta de otros indicios documentales, los principales estudios sobre nuestro hombre dan por válido su nacimiento en Valladolid, en el seno de una familia humilde, toda vez que su padre, Serafín de la Fuente Adán, trabajaba como jornalero.

Estudiante en la Real Academia de la Purísima Concepción de Matemáticas y Nobles Artes, tenía 20 años cuando obtuvo el título de maestro de obras por la Escuela Especial de Arquitectura de Madrid, completado en 1872 con el de Agrimensor por el Instituto vallisoletano. Entró por oposición en el Ejército, concretamente como maestro de obras militares de tercera clase, rango equivalente al de alférez, en 1874, siendo destinado a la Comandancia de Ingenieros de Vigo; siete años más tarde ascendía a la segunda clase, equiparable al grado de teniente.

En aquel momento, la ciudad, que contaba con algo más de 12.000 habitantes, experimentaba un intenso proceso expansivo merced, entre otros factores, a la pujante industria del sector conservero y a la importancia de su burguesía local, empeñada en hacer patente su poder e influencia social. La conjunción de intereses entre el maestro de obras, decidido a aprovechar la situación para ascender en el escalafón social y obtener pingües beneficios, y la burguesía y nobleza viguesas, tan aficionadas a convertir sus viviendas en emblema visible de su pujanza, explican, en buena medida, la brillante trayectoria del vallisoletano.

Algo tuvo que ver también el buen manejo de las relaciones sociales, pues además de implicarse activamente en la vida cultural y asociativa de Vigo -fue socio de mérito del Casino y socio honorario del Liceo, de la Oliva y del Gimnasio-, se relacionó con éxito con algunos de los más destacados políticos y notables de Galicia, como, por ejemplo, Manuel Bárcena, conde de Torrecedeira, o José Elduayen, marqués del Pazo de la Merced, pasando por los alcaldes de Vigo y llegando, incluso, al mismísimo Eugenio Montero Ríos, ministro en varias ocasiones y presidente del gobierno en 1905. Es posible que ese cúmulo de influencias le procurase, como ha escrito Yolanda Pérez Sánchez, el pase a la situación de supernumerario en 1890, lo que le permitía compatibilizar su profesión en el Ejército con el ejercicio libre como maestro de obras.

En octubre de 1889 el Ayuntamiento de Vigo le nombró director facultativo de las obras municipales, cargo al que renunció meses más tarde para dedicarse a impartir docencia en la Escuela de Artes y Oficios. Designado nuevamente en febrero de 1894, su intensa actividad en un puesto que, en realidad, encubría al de arquitecto municipal despertó la inquina de los titulados en Arquitectura, que veían cómo el vallisoletano se hacía con los proyectos más relevantes de la ciudad. Llegaron incluso a denunciarle por no tener la formación y titulación adecuadas y excederse, por tanto, en sus funciones, pero el Consistorio vigués le dio su apoyo y Jenaro pudo ostentar el cargo hasta su muerte, ocurrida el 21 de agosto de 1922.

Lo cierto es que nuestro biografiado suplió sus carencias académicas con una intensa instrucción autodidacta en revistas de arquitectura de la época, lo que traduciría en obras y proyectos caracterizados por un estilo ecléctico con clara influencia francesa, que en su última etapa presentaría trazas modernistas. Un gusto, en definitiva, muy en consonancia con el de la burguesía del momento. Entre su prolífica obra, los especialistas destacan, en la ciudad de Vigo, inmuebles y viviendas como la Casa Bárcena en la calle Policarpo Sanz, la de Ramón Arbones en la calle Elduayen, la de Pedro Román -actual Biblioteca Central- en las calles Joaquín Yáñez y Fermín Penzol, la de Bernardo Rodríguez en la calle Colón esquina con la calle Príncipe, la Casa Ledo en la Puerta del Sol, y la de Josefa Cividanes en la calle Colón esquina con la calle Uruguay.

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También, la famosa Casa Bonín, situada en la esquina de la calle Areal y la calle Oporto, el antiguo Hotel Universal y, dentro ya de su etapa modernista, el edificio de Pardo Labarta de la Puerta del Sol, los inmuebles de los números 29 y 31 de la calle Colón, los de Benigno y Camilo Fernández en la calle Urzaiz, y el cementerio de Pereiró, donde reposan sus restos. Fuera de la localidad viguesa sobresalen, entre muchos otros, el Balneario de Mondariz y el Palacio de Lourizán, ambos en Pontevedra y este último, reformado y ampliado para Montero Ríos.

Viudo desde 1897 de Isolina Álvarez Moyano, con la que se había casado once años antes, uno de sus cuatro hijos, llamado también Jenaro, ejercería igualmente el cargo de arquitecto municipal de Vigo, pero ya con la titulación adecuada. La trayectoria del vallisoletano fue reconocida con distinciones como las Cruces del Mérito Militar Roja y Blanca de Primera Clase, la Orden de Carlos III, y la Medalla de Oro de la Asociación Internacional de la Cruz Roja.

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