Como «el pago de una deuda de gratitud para el insigne patricio vallisoletano» interpretó El Norte de Castilla la inauguración, el 31 de diciembre de 1903, de la estatua del conde Pedro Ansúrez, que desde entonces preside la Plaza Mayor de Valladolid. Una deuda tan justificada con el fundador de Valladolid como sorprendentemente retrasada.
Ni más ni menos que de mayo de 1862 datan las noticias recabadas por José Miguel Ortega sobre la escultura en cuestión: el día 23, según el decano de la prensa, el monumento se encontraba completamente abandonado, tirado y lleno de escombros. Un asunto francamente doloroso para el periódico, pero también para las autoridades de la ciudad. La peripecia de la escultura es, de hecho, digna de ser sintetizada.
Porque si en 1864 vuelve a mencionarse este proyecto unido a otro similar en honor a Cristóbal Colón, dos años después ya se menta al artista Nicolás Fernández de la Oliva como posible autor de la escultura.El escaso presupuesto que se manejaba -apenas 6.000 reales- explica que el monumento se proyectara en mármol en lugar de en bronce. Fernández de la Oliva se puso manos a la obra, confeccionó varios bocetos, inició la construcción del pedestal y también las reformas necesarias para acondicionar la Plaza Mayor. No sabía que todo su esfuerzo sería en vano.
Y es que el proceso revolucionario de septiembre de 1868 interrumpió los trabajos que se habían iniciado meses antes. La política dictó sus normas particulares y en lugar de una representación del Conde Ansúrez, a partir de aquel año se instalaron, sucesivamente, el llamado Árbol de la Libertad y un monumento en honor a la República Democrática Federal. De la estatua del fundador solo quedó el citado pedestal, destruido años más tarde.
La Restauración Borbónica, a parir de 1875, retomó la iniciativa y las nuevas autoridades urgieron al Ayuntamiento a derribar el homenaje republicano. Era 1877. A partir de entonces, silencio casi absoluto. Apenas algunas referencias aisladas en prensa, en 1885 y 1889, recordaban la cuenta pendiente de Valladolid con su fundador.
Habría que esperar hasta agosto de 1900 para que el proyecto se retomase de manera definitiva. Como ha escrito María Antonia Virgili, fue entonces cuando el Ayuntamiento recibió una instancia del célebre artista Aurelio Rodríguez Carretero ofreciéndose a realizar el monumento. La Comisión de Obras dio el plácet y el escultor presentó un proyecto que los especialistas consideran excesivamente sencillo. Rodríguez Carretero lo justificaba en la necesidad de ajustarse a las parcas posibilidades económicas del momento; representaba al conde en posición reposada, con el pendón de Castilla en una mano y el manto condal, signo de nobleza, en la otra. Aunque en 1901 el Ayuntamiento aprobó la instalación de la figura en la Plaza Mayor, problemas concretos volvieron a retrasar su materialización.
En primer lugar, la negativa del Ministerio de la Guerra a donar el bronce necesario, por lo que hubo de ser el mismo Rodríguez Carretero quien lo aportase. Gracias a ello, en mayo de 1901 ya estaban finalizados los trabajos de fundición.
El otro escollo, sin embargo, no resultó tan fácil de solucionar. Estribaba en la decisión de quién debía construir el pedestal, si el autor de la escultura o el arquitecto municipal, Juan Agapito y Revilla. Frente a quienes optaban por que ambas figuras, estatua y pedestal, fuesen obra del mismo artista, terminaron imponiéndose los partidarios de la segunda opción.
El expediente de Agapito y Revilla no estuvo listo hasta principios de 1903. Una vez aprobados los relieves, se encargó su modelación en bronce a Rodríguez Carretero. Estos consisten en una bella alegoría de la Historia, sentada y en actitud pensativa, con un libro en la mano y la inscripción «La ciudad de Valladolid erige este monumento a la memoria de su protector y magnánimo bienhechor el Conde D. Pedro Ansúrez. Siglos XI-XII»; una placa con el escudo de la ciudad y dos relieves que muestran, respectivamente, la presentación a caballo del conde, con soga al cuello, ante el rey Alfonso VI, que fue quien le otorgó la villa de Valladolid, y las obras de la iglesia de Santa María la Mayor, con la torre de la Antigua de fondo, dirigidas por el propio Ansúrez.
La inauguración oficial de la estatua se verificó el 31 de diciembre de 1903, mientras que el expediente de construcción del pedestal no estuvo listo hasta 1906. Aunque el Ayuntamiento, presidido por Alfredo Queipo de Llano, no cursó invitaciones especiales a causa del mal tiempo (durante una semana no había parado de llover y nevar), al acto inaugural asistió, según la prensa, «un gentío inmenso», que aplaudió cuando se descubrió el monumento a los acordes de la Marcha Real. Para celebrar el evento, el Consistorio repartió entre los pobres bonos valederos por un pan de un kilo de peso.
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