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Alfonso XIII, en carruaje por la Acera de Recoletos. Archivo Municipal
Valladolid se rinde a Alfonso XIII

Valladolid se rinde a Alfonso XIII

Historia de Valladolid a través de El Norte de Castilla ·

Cinco días duró la primera visita de Alfonso XIII a la ciudad, en septiembre de 1903, y aplacó la decepción sufrida por los vallisoletanos el año anterior

Martes, 5 de noviembre 2019, 07:39

Ansiaban los vallisoltanos aplacar la decepción sufrida en 1902, cuando Alfonso XIII, recién coronado Rey de España, hizo escala en la estación de ferrocarril pero, para sorpresa de los congregados, ni siquiera se asomó a saludar. La desazón popular fue motivo de queja y debate en la prensa local. Afortunadamente, en el mes de agosto de 1903, la Casa Real anunciaba la inminente visita del joven monarca -tenía 17 años- a la ciudad del Pisuerga. Era el momento de resarcirse de aquella mala pasada.

La noticia de la anhelada visita hizo que las «fuerzas vivas» locales celebraran reuniones apresuradas y de carácter extraordinario en la sede del Gobierno Civil. Alcalde, gobernador, representantes del Centro de Labradores, Círculo Mercantil, Círculo de Recreo y otras personalidades de primera línea planificaron en lo posible la llegada del joven monarca.

El Norte de Castilla puso su particular sello con la edición de un número especial expresamente dedicado al Rey. Salió a la venta al precio de 5 céntimos y contó con la colaboración de plumas tan insignes como las de los poetas Emilio Ferrari y Leopoldo Cano o el cronista local Casimiro González García-Valladolid, junto a artículos de diferentes autoridades, nacionales y locales.

Los cañonazos de honores al Rey rompieron los cristales del hospital del hospital militar

El tren que aquel 9 de septiembre traía a Alfonso XIII a Valladolid entró en la estación a las cuatro y media de la tarde. «Su majestad vestía traje de diario de capitán general; la princesa precioso traje de seda gris perla y el príncipe de Asturias traje de diario de general de brigada», informaba El Norte de Castilla. El recibimiento resultó tan fastuoso, que el decano de la prensa no ahorró elogios como el que sigue: «No esperábamos menos de la leal Valladolid, tierra querida donde anidan todos los sentimientos grandes. Hizo ayer un punto en su laboriosidad, en su habitual silencio, en su retraimiento y en su reserva. Lo hizo para mostrar a España cómo sienten los hidalgos castellanos, cómo respetan y cómo aman. La recepción hecha al monarca ha superado a todos los deseos».

A Alfonso XIII le aguardaba un programa intenso: procesión por la ciudad, misa solemne en la Catedral, recepción oficial en Capitanía, concierto de los orfeones «Pinciano» y «Castilla», visitas a cuarteles, edificios públicos y monumentos, función de gala en el Teatro Calderón, corrida de toros, fuegos artificiales, inauguración de la Granja Agrícola, etcétera. El alojamiento de la familia real se preparó en Capitanía, frente a la iglesia de San Pablo, hasta donde transportaron muebles de la casa de la vizcondesa de Villandrando, de los señores Martínez Franco y de la marquesa de Alonso Pesquera.

La primera parada, en la Academia de Caballería, sirvió para pasar revista a las fuerzas militares; ya en el picadero grande, los alumnos que habían terminado sus estudios ejecutaron elegantes ejercicios de equitación distinguiéndose, según El Norte, «en los de saltos variados, arriesgados y difíciles». Claro que la primera jornada tampoco estuvo exenta de su suceso anecdótico, con susto incluido: «La trepidación de los cañonazos disparados por la artillería, al hacer los honores al monarca, ocasionó la rotura de muchos cristales en el Hospital militar».

El día 10, la multitud entusiasmada se agolpó en los alrededores de la Plaza de la Universidad para vitorear al monarca. Un concurrido agasajo que comenzó hacia las doce de la mañana en la calle López Gómez, nada más atisbar el coche oficial, y que no cesó hasta que el rey entró en la Universidad. Visitó los salones, aulas y dependencias, saludó y entabló animada conversación con los catedráticos que se encontraban en el edificio. Fue solo media hora, pero intensa y repleta de emoción.

La «corrida regia» del día siguiente comenzó tras la entrada de Alfonso XIII a la Plaza de Toros a través de una puertecita colocada al efecto. El público aplaudió estrepitosamente al observar cómo los miembros de la familia real iban tomando asiento en el palco presidencial, mientras la banda interpretaba la marcha real. A ambos lados de Alfonso XIII se sentaron los príncipes de Asturias, y con ellos estaban también su hermano político, el príncipe Rainiero de Borbón, con traje de alumno de la Academia de Caballería, la duquesa de Santo Mauro y el alcalde, Alfredo Queipo de Llano. Por la noche, una función nocturna amenizó al monarca con fuegos artificiales e iluminación de la Plaza de San Pablo.

El monarca tuvo tiempo para visitar Simancas y el castillo, custodio del Archivo

Tuvo también tiempo el monarca de visitar la villa de Simancas, donde, tras el pertinente recibimiento por parte del equipo municipal, caminó inmediatamente hacia el castillo, custodio del Archivo Nacional. La calle por la que subió el séquito real, empinada y estrecha, estaba atestada de gente, paisanos de la localidad que no cesaban de gritar su nombre. Cuentan las crónicas que por el camino, una mujer exclamó «¡Uy, qué guapico es!», a lo que el monarca respondió con una cariñosa sonrisa. El acto del día 13, el último en celebrarse, aconteció en el lugar que pronto se conocería como Plaza de Colón. Tras la pertinente misa de campaña en el Campo de Marte, Sus Majestades procedieron a inaugurar el sitio donde sería emplazado el monumento al Descubrimiento de América. El rey llegó a las seis de la tarde, pero ya una hora antes la guardia municipal se veía incapaz de contener al público asistente. El alcalde, una comisión de concejales y el cardenal José María Cos y Macho recibieron al rey, que cumplió con su cometido echando la correspondiente paletada de cemento; luego se puso en marcha la polea diferencial y la primera piedra del monumento quedó colocada.

La costumbre dictaba que durante las intensas jornadas de la visita real se intensificaran las labores asistenciales a las clases más desfavorecidas. Por eso el Ayuntamiento acordó costear 2.000 raciones para los pobres de la ciudad durante los cuatro días de estancia del Rey, a razón de 250 comidas y otras tantas cenas diarias. Lo cierto es que Alfonso XIII no se fue de la ciudad con las manos vacías. Los vallisoletanos le obsequiaron con numerosos regalos, entre los que destacó un reloj de bronce, detalle de las vendedoras del mercado del Val. El rey, visiblemente complacido, ordenó enviarlo al Palacio Real.

Días después de la partida del monarca, el Ayuntamiento le rendirá homenaje cambiando el nombre de la Acera de Recoletos por el de Avenida de Alfonso XIII.

De la ciudad engalanada a las eras de Castilla

La mitad de la portada del periódico del día de la visita del Rey a Valladolid la ocupaba la esquela del «senador del Reino y del comercio de la plaza de Valladolid don José de la Cuesta y Santiago». El resto lo ocupaba un artículo de Ricardo Allué, en el que invitaba al Rey a paser por las eras y no por una ciudad engalanada.

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